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Manto azul oscuro.

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Quiso escribirla, antes de que la luz se extinguiera en sus ojos; quiso escribirla, antes de que las arenas del tiempo la envolvieran; quiso escribirla, antes de que el universo se volviera frío y que el único color que vieran sus ojos antes de la despedida fuera el negro. Ahora que el caos gobernaba en sus sueños; ahora que la eternidad sujetaba las agujas del tiempo; ahora que las sombras de la noche detenían las agujas. Ya no había tiempo para eso; ya la noche se extendía con su terciopelo azul oscuro; como un manto entre sus dedos se escurría y el adiós era la única palabra no escrita en el tiempo que se dejaba pronunciar. La eternidad, esa otra palabra que expresaba ese sentimiento de nostalgia; cómo una sola palabra puede albergar tanto sufrimiento; ya no atendía a la razón; uno nunca se acostumbra al beso que la eternidad te da, mientras te embriagas de sus caricias. Ya llega el alba y el tiempo, una vez más, se vuelve frenético, hasta que la noche regresa para envol

Un ser infinito.

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Sentado, yo, el viajero, al borde del acantilado, sobre la roca, con los pies colgando, mirando la mar que en su infinidad se junta al universo. El viajero del tiempo soy, cierro los ojos ajeno al universo que observa mis movimientos, y recuerdo, cómo había alcanzado el horizonte de sucesos, que navegando entre las estrellas, surcando el vasto tejido del espacio y el tiempo, esa versión mía, navegó siempre recto en el círculo de este pequeño universo. Mi memoria se perdió, cuando la luz de una nova, irrumpió entre mi cuerpo y mi alma, estirando mis momentos, alargando mi vida, hasta quedar atrapado en un agujero negro. Cada centímetro de mi infinito cuerpo, cada pedazo de cielo, se unieron en un hermoso baile, amaneciendo entre un bosque de estrellas, en una guardería de infinitos multiversos. Quedé enjaulado, entre enanas marrones, enormes soles rojos, cuásares multicolores, y solitarias lunas errantes. Tatuadas en mi espalda luzco, magnetares y estrellas de neutrones, per

El sótano.

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… —No era más que un niño —así comenzaba el Abuelo su relato—, y quizá por esa razón todo lo que recuerdo de esos días está magnificado, puede que no sea tal y como lo recuerdo, ya sabes, un niño tiene mucha imaginación, el miedo, los cuentos que te cuentan los demás niños y las mentiras de los mayores, para que no te acerques a un lugar, porque piensan que es peligroso, pueden crear monstruos donde no los hay y lo que ocurra no sea más que el producto de la imaginación de un niño asustado, pero si algo sé es que algo espantoso sucedió ese día. En numerosas ocasiones esta casa había sido testigo de asesinatos, violaciones y torturas, por parte de sus moradores. No sé si por su situación, al estar separada del resto del pueblo, o porque, como se suele decir, el mal engendra más mal. Mis padres me habían hablado de ello, y todo el maldito pueblo se conocía las historias que habían sucedido en ella, desde venganzas donde sus inquilinos habían acabado enterrados en el jardín, m

La diosa sin alma.

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 Quisieron callarla, desmembrarla, apagar su luz, y durante un tiempo lo consiguieron, mas la eternidad es larga y su sombra deambuló por mundos sin nombre y por soles sin brillo, hasta que cansada regresó. En un rincón de su alma una luz habló, y susurró su nombre y el nombre de los que un día la despojaron de su alma. Tras el arcoíris, una luna se reflejó, y su luz hambrienta de vida la atrajo hacia el abismo de los desamparados. Sintió un nuevo amanecer, y el clamor de las olas en su cuerpo resonó. Soplaron nuevos vientos que la alzaron como a una diosa a la que aclamar, el mundo la desearía y de sus cenizas brotaría una nueva vida. Llegaron venidos de otras tierras, para ver a la nueva señora. Nuevos días de paz y de luz en un futuro incierto, lleno de temores a un nuevo cambio, el tiempo pasa lento y tras el cristal las nubes se alejan y el sol y su odio la cegó. La tierra dejó de girar, resurgiendo entre mares, surcando olas en los corazones del hombre. Pero algo no e

Okupas.

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La lluvia golpeaba con fuerza sobre el techo de metacrilato. La noche se había tornado fría y húmeda y la calle ya no ofrecía cobijo a los dos okupas de la vieja fábrica. Una luz proveniente de la farola exterior esparcía sus sombras por el piso, apenas eran unos borrones entre el entramado de fundas para cables, que habían sido arrancados por los ladrones; estos asemejaban a pieles de la muda de una serpiente. Un rayo cayó cerca y la farola amenazó con apagarse. El trueno que lo siguió hizo que Helena se sacudiera de su improvisado asiento, un cajón de algún archivador de madera. Luis se arrimó a ella para ofrecerle protección y calor, estaban empapados y muertos de frío. Otro rayo con su relámpago inundó de luz la estancia y acto seguido la luz se apagó, ahora apenas si se reconocían. La oscuridad era total. El agua se filtraba a través del techo y las gotas producían un espantoso sonido al caer sobre el suelo de piedra. De pronto, la lluvia y los truenos cesaron y, se hi

La estación de invierno.

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Se sentaba en el andén, mientras esperaba la llegada del tren. La fina lluvia cubría su rostro y al cobijo de la noche su cuerpo no era más que una ilusión. No hacía más que intentar robar un poco de tiempo, un tiempo que llegaba sin retraso, que no esperaba y en ese andén su cuerpo se marchitaba, mientras la lluvia en su cara camuflaba sus lágrimas y el tiempo que en ella se reflejaba. Sonó la sirena y el tren pasó sin detenerse y la sombra de la Dama cubrió la de él. Suena la última señal, y el viejo reloj no cede su paso y en la estación los caminantes siguen, solo él se queda para esperar el próximo tren. Lágrimas de soledad inundan el andén, que caen sobre su equipaje, como pétalos de una flor que muere sin haber visto el sol. Suena en la estación la señal y otro tren parte sin esperar. Yacen, inmersos en la ciudad, los corazones hambrientos mueren en soledad. Y lejos, muy lejos, está la multitud que, deseosos de abrazos, lamen sus propias heridas. Es el lamento de los

Y sentí frío.

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Y sentí frío, el mundo estaba quieto, el mundo se detuvo; y sentí frío, como abandonado, como si nunca hubiera existido, como si la soledad fuera compañera del alba; y sentí frío, como si ya la losa fuera mi techo, como cuando sientes que pierdes un abrazo, como el beso que nunca quisiste, igual que el adiós que no esperabas. Y sentí frío en esa soledad que se hizo mi amiga, y la verdad se perdió entre las costuras de su abrigo, como el calor, como la vida. Y el frío no se fue, y la soledad se hizo mi amiga, y la tristeza rozó mi corazón, como el látigo del capataz, como ese frío, como la soledad, como el olvido. Y me olvidé de amar, y me olvidé de vivir, y me perdí entre la cordura y la sensatez, y en un abrazo conocí a la muerte. Pero no era tan agria como el olvido, ni tan fiera como la soledad, ni tan fría como el frío abrazo de los que se olvidaron de quererme. Miré para el frío amanecer, y los fríos rayos de la luna me recibieron, y el frío canto del gallo no me despe