Un ángel vino a verme





La imagen era perfecta, no quería estropearla. La luz entraba por la ventana y esa mujer, saboreando cada rayo que el viejo sol le regalaba, acariciando cada mechón de su pelo y cada poro de su piel lo recibía aumentando la belleza de su cara. Tenía los ojos cerrados y parecía que el tiempo se detenía ante ella.
Llevaba mucho tiempo ya en esa posición y el jefe me estaba recriminando por no echarle. Ocupaba una mesa y nuevos clientes llegaban.
- Perdone señora. - Mi voz apenas era perceptible, no le quería molestar y perderme ese regalo. - ¿Va a tomar usted algo más? Necesitamos la mesa.
- Claro, ya lo hago, estoy tomando el sol.
- Ya señora, pero eso lo puede hacer en la calle.
- Sientese, - Me dijo. - Disfrute de este momento.
Hice lo que me dijo y me senté, cerré los ojos y respiré, No sé cuanto tiempo pasó, cuando los abrí la mujer ya no estaba. No sabía si era un sueño o una aparición, pero una sutil fragancia llegaba hasta mí, como si un leve aleteo de una mariposa hubiera esparcido su tenue olor, por eso sabía que era cierto.
Una diosa era esa mujer y me había hechizado.
La seguí y, ahí estaba, esperándome.
- Se nos ha otorgado una vida, sólo una y la dejamos escapar. - Me dijo sin mirarme, como si al hacerlo fuera a perder parte de esa vida.
- es cierto, eso lo sabemos todos, pero ¿qué podemos hacer?
- Por ejemplo no hacer ese tipo de preguntas, no preguntes, da respuestas. Acaricia cada segundo, alcanza el cielo con tus manos y no regreses a la tierra hasta que tu cuerpo te abandone. Siempre lo hacemos al revés y ese es el error.
- No sé volar. - Le dije sonriendo.
- Disculpas. Los pájaros tampoco hasta que se tiran del nido.
- ¿Me enseñara?
- Demasiado tarde amigo. Ya no tengo tiempo.
- ¿Por qué dice eso? Es joven todavía, le queda mucho por vivir.
Me miró por primera vez, acarició mi cara y era tan suave su mano que asemejaba un suspiro del viento, aún puedo notar el roce de sus dedos sobre mi cara, creo que cerré los ojos para poder sentirla, cuando los abrí su mirada me deslumbró. Esos ojos que al mirarlos creí percibir el universo en ellos, la paz y el infinito se concentraba en su mirada.
- Mi bello amigo. Quizá sea mucho tiempo para una mosca, o para una mariposa, pero no para un ser humano. Si aprovecho el tiempo que me queda quizá sea mucho tiempo, pero si me quedo explicándote que ya no me queda se me acabará sin haber hecho nada. - Se acercó y sus labios acariciaron los míos, tan sólo un leve roce y entonces supe que ya no podría volver a separarlos, que si no eran esos labios ya no volvería a besar otros. Los separó, pero siguen en mí, su dulce sabor sigue en mí, su aroma continua en mí. - Yo no puedo enseñarte a volar.
- Ya lo has hecho, he levantado los pies del suelo, por primera vez en mi vida he sentido amor en un beso.
- Mira a tu alrededor. - Levantó los brazos y señaló a una muchedumbre que pasaba alrededor nuestro ajena a nosotros. - Qué ves.
La gente corría por las calles, como siempre lo hemos hecho, sin percatarnos de lo que pasa alrededor nuestro. Eso le dije.
- Exacto querido amigo ¿Y para qué? Ni ellos lo saben. Viajan de una vida a otra corriendo para llegar a no saben donde. Se refugian en sus casas y en sus lugares de trabajo porque se sienten a salvo. Es su lugar de confort, su refugio, temen ser felices no haciendo lo que no está establecido, aún sabiendo que lo que hacen no les hará jamás felices, pero es lo que la sociedad quiere que hagan, es lo que esperan que hagan y si te sales de la regla te llaman loco y te intentan convencer que no estás bien, te apartan de la sociedad, te marginan y harán lo posible para que no seas feliz. Por eso he decidido vivir lo que me quede y ya llego tarde. Adiós.
Se marchó corriendo, parecía flotar entre la multitud, como si fuera un anima, la perseguí, no quería dejarla escapar, no podía dejarla ir. Le seguí de lejos, la estela que dejaba era imposible de perder, era como si dejara un rastro de luz, un halo de colores le seguía y aunque en algún momento la perdí de vista nunca perdí su rastro. Paró. Miraba una vieja casa, más que casa eran las ruinas de lo que un día fue una casa y aun  siendo eso, se adivinaba su belleza.
- ¿Qué tienen en común una casa y el alma humana? - Me dijo, no me miraba, miraba la mansión, pero sin embargo sabía que le seguía.
- No lo sé, dímelo tú
- Lo que tienen en común es que si nadie las cuida se pudren, morimos en vida. Si nadie nos habita nuestra alma se consume y aunque grite nadie la escucha, tan sólo otra alma solitaria es capaz de reconocer una muerte, pero en lugar de ayudarse se unen en su lamento y juntas en su plegaria mueren solas.
- ¿Y qué podemos hacer?
No me contestó, se introdujo en la casa. Le seguí, aún temiendo que sus paredes cedieran y cayeran sobre nosotros. El viento azotaba y las ventanas ya rotas golpeaban contra una pared ya maltrecha e invadida por la naturaleza, que reclamaba lo que era suyo. Al fondo de una estancia milagrosamente se hayaba en pie un hermoso espejo y entonces vi lo que había en el reflejado, no era una mujer, aquél ser era un ángel.
- ¿Me llevarás contigo? Le dije.
- Los humanos ansiais  una vida eterna como la nuestra y es vuestra levedad precisamente la que deseamos nosotros. Vivir cada segundo, ese es el sentido de la vida, si fueras inmortal como yo no disfrutarías del amor, de una caricia, de ese primer beso a escondidas, de una mirada furtiva, de un te quiero, del primer rayo del sol en la mañana, de una noche con estrellas, el olor a café recién hecho, sabanas limpias, el llanto al nacer de tu hijo. Nada de eso apreciarías. Todo eso se lo he pedido a mi buen Dios y me lo a otorgado, ahora me toca partir. Disfruta de lo que te queda. - Me dio un beso y desapareció.
Ahora ya no espero, desde ese día cojo lo que deseo y vivo, y, soy feliz.

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