Okupas.




La lluvia golpeaba con fuerza sobre el techo de metacrilato. La noche se había tornado fría y húmeda y la calle ya no ofrecía cobijo a los dos okupas de la vieja fábrica.
Una luz proveniente de la farola exterior esparcía sus sombras por el piso, apenas eran unos borrones entre el entramado de fundas para cables, que habían sido arrancados por los ladrones; estos asemejaban a pieles de la muda de una serpiente.
Un rayo cayó cerca y la farola amenazó con apagarse. El trueno que lo siguió hizo que Helena se sacudiera de su improvisado asiento, un cajón de algún archivador de madera.
Luis se arrimó a ella para ofrecerle protección y calor, estaban empapados y muertos de frío.
Otro rayo con su relámpago inundó de luz la estancia y acto seguido la luz se apagó, ahora apenas si se reconocían. La oscuridad era total.
El agua se filtraba a través del techo y las gotas producían un espantoso sonido al caer sobre el suelo de piedra.
De pronto, la lluvia y los truenos cesaron y, se hizo un ensordecedor silencio.
Pero algo se movía allí delante.
—¿Qué ha sido eso? —susurró Helena asustada. Una intermitente gota caía a su lado.
—Serán otros okupas, quizá —respondió Luis. Un gélido aire se filtraba a través del techo, que producía un fino silbido.
Algo se arrastraba y parecía ir en su dirección. Helena se puso de cuclillas.
—No lo veo —temía hablar en alto.
El sonido siguió avanzando, como si algo pesado fuera arrastrado. Helena y Luis se abrazaron. No eran capaces de ver más allá de sus narices, y cuando el sonido cesaba, tan solo el clac de la gota era lo que escuchaban, algo que en un principio asustaba a Helena, que ahora la tranquilizaba y deseaba que nunca se callara.
Luis se levantó, esgrimió su navaja como si se tratara de una espada.
—Estoy asustada —confesó Helena.
—Toma —le dijo Luis, al tiempo que le entregaba la navaja—. Voy a ir hacia ese sonido, si sientes algo no dudes.
—No te vayas —le pidió ella.
—Tranquila.
Luis fue separándose de Helena mientras tanteaba las paredes vacías y frías, la humedad se había hecho con ellas y su tacto era desagradable. Fue sorteando los bultos del suelo. El sonido se detuvo frente a él. Lo que fuera que estaba allí le sorteó y se dirigió hacia donde se situaba Helena. Luis lo siguió, y el sonido aceleró el paso.
—Cuidado Hele… —No pudo terminar la frase. Sintió como algo se le introducía perforándole el hígado. Dio un par de pasos cayendo en los brazos de Helena.
La luz volvió de nuevo y lo último que vio Luis fue a Helena con la navaja machada de sangre, la suya, y una rata que arrastraba un saco, quizá para su ratonera y sus crías, que la esperaban.

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