Un ser infinito.




Sentado, yo, el viajero, al borde del acantilado, sobre la roca, con los pies colgando, mirando la mar que en su infinidad se junta al universo.
El viajero del tiempo soy, cierro los ojos ajeno al universo que observa mis movimientos, y recuerdo, cómo había alcanzado el horizonte de sucesos, que navegando entre las estrellas, surcando el vasto tejido del espacio y el tiempo, esa versión mía, navegó siempre recto en el círculo de este pequeño universo. Mi memoria se perdió, cuando la luz de una nova, irrumpió entre mi cuerpo y mi alma, estirando mis momentos, alargando mi vida, hasta quedar atrapado en un agujero negro.
Cada centímetro de mi infinito cuerpo, cada pedazo de cielo, se unieron en un hermoso baile, amaneciendo entre un bosque de estrellas, en una guardería de infinitos multiversos.
Quedé enjaulado, entre enanas marrones, enormes soles rojos, cuásares multicolores, y solitarias lunas errantes.
Tatuadas en mi espalda luzco, magnetares y estrellas de neutrones, pero ninguna tan bella como esta flor que guarda la fragancia de la vida en este pequeño planeta, en algún rincón perdido en el vasto universo de mi corazón. Aterciopelada es la piel de los labios carmesí, de los seres que habitan en esta roca azul.
Pétalos de rosa púrpuras, delicadas mariposas, amaneceres que mis ojos guardan, aromas de los campos de espigas, que acarician el viento que esparce sus aromas por mi mente, ya enamorado de un pequeño regalo, que el universo ha querido guardar para mi deleite en este último recorrido y para que el final de mi vida sea el mejor.

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