El último aleteo.
Miraba el atardecer, pronto se pondría el sol, dejando paso a la luna. No se cansaba de tan bello espectáculo. No podía imaginar no volver a ver esos ocasos. Se sentó bajo el almendro, el último árbol que quedaba en la loma, por esa razón estaba tan lleno de vida, era el refugio de pájaros e insectos. Consultó su viejo reloj de bolsillo; no tenía mucho tiempo. Tan solo quería ver, no sabía si por última vez, ese regalo de la naturaleza. Cerró los ojos y abrió el resto de sentidos. Lloró por lo que perdía, tantos años de sufrimiento y amor en estas tierras. Toda una vida de dedicación y ahora… Se levantó, sujetó con fuerza el cayado, besó al árbol y a la tierra y miró hacia el oeste. —Estoy preparado ¿Y vosotros? —No hubo respuesta. Volvió a consultar el reloj—. Hoy también es tu último día, compañero, ya no me harás falta. —Recogió la cadena girándola sobre la esfera y la introdujo en un hueco del árbol—. Cuando llegue se lo entregas —le habló al almendro. Tampoco hubo res