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El viejo tren.

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El tren se había detenido. Tenía que haber pasado hacía ya un buen rato, y en la estación, el Avelino no sabía qué hacer. Hacía ya mucho que lo había escuchado llegar, pero algo había sucedido. La noche estaba oscura y le habían dejado a él al cargo de la estación, apenas llegaban trenes y menos viajeros. Cogió el candil y lo prendió. Su luz apenas servía para nada, era más para que le vieran a él. Bajó a los vías y comenzó a caminar. La luna se había negado a salir y los mosquitos y demás insectos se arremolinaban a su alrededor. El calor era intenso y la oscuridad era tan densa que uno podía llegar a palparla. El sonido del vapor se escuchaba en la distancia, como un viejo fumador al que le cuesta respirar. Un buho anunció su llegada y el resto de habitantes de la noche parecían responder. Movió la farola como si se tratara de un péndulo, para llamar la atención del maquinista, por si la veía, pero no recibió ninguna señal. A lo lejos una masa negra estaba detenida como s

La anciana.

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El día despierta y el sol le descubre dormido. Acompaña a sus movimientos la sombra que produce su cuerpo al atravesar la estancia. Un millón de diminutas partículas parecen escapar al atravesar el rayo de sol la habitación. Ve que en la encimera una jarra de café le espera. Se levanta del frío suelo agarrándose a la manilla del horno. Siente un intenso dolor en un costado. No recuerda nada de la noche anterior. ¿Llegó a ese lugar escapando? Ni siquiera consigue adivinar de qué huía. Junto a la jarra de café hay un platillo con dos pastas de te, una de ellas empezada y junto a estas un revolver descansa con el cilindro abierto, los casquillos yacen esparcidos por la cocina, lo mismo que dos botellas de vodka . No ve cuerpos alrededor. Mira por la ventana y un par de fiambres se pudren al sol.  Hace crujir su cansado cuello y se sienta, intenta beber el café, pero acaba escupiéndolo, está demasiado amargo. Echa un vistazo a su agenda, en la última página hay una nota escrita

Otra oportunidad.

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Sentado en el viejo banco del parque ve cómo las nubes cubren a un sol que va dejando paso al ocaso. El hombre, vestido con su también viejo, pero pulcro y bien cuidado traje gris y su sombrero del mismo color, recuerda esos años en el que jugaba junto a la orilla del lago. Bajaban dando volteretas por la ladera del parque hasta llegar a la orilla. Eran tiempos felices, recuerdos marcados por la pronta desaparición de sus padres. Se lo llevaron lejos, al lugar donde el sol no sale y los recuerdos se vuelven un deseo y el deseo se convierte en odio. Aquel niño también murió aquel fatídico verano. Dicen que el tiempo lo cura todo, pero lo único que hace es tapar la herida igual que lo hace un tirita. Esa tirita se desprendió hacía ya mucho. El tiempo pasó y la herida no cicatrizaba, el niño se hizo mayor, demasiado mayor para que le ayudaran, se vio en medio de una ciudad que le engulló sin compasión. La vida lo trató mal, pero él tampoco supo qué hacer con lo que le ofrecía.

Solo.

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No sabes qué es la soledad hasta que estás dentro. Y no hablo en plan metafórico, sino que hablo de aquel agujero al que fui a parar. El maldito aguacero me pilló a medio camino de la civilización. Había salido a pasear por el monte como un dominguero cualquiera y al regresar tras estar toda la mañana caminando, me pilló la maldita lluvia. El maldito móvil no me avisó. Ese es nuestro error, el de estos tiempos. Antes mirábamos al cielo y si no te daba buenas vibraciones te quedabas en casita comiendo palomitas y viendo una película de las de domingo por la tarde, con siesta incluida, pero ahora confiamos demasiado en estos cacharros. Vi un agujero en la roca, ni siquiera llegaba a ser una cueva, era un maldito agujero o eso me pareció. La lluvia arreció junto con el viento lo que hizo que reculase y al hacerlo caí por él. Sentí un tremendo golpe en la espalda. Me levanté pensando que me habría roto algo, pero lo único que me había roto era el móvil. Pasaba el tiempo y me ib

Arañas.

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... Se sentaron de cara a las escaleras centrales, en unos ruidosos sofás de Skay beige, que estaban más fríos que el ambiente, al hacerlo creyeron hundirse en ellos y no poder salir jamás. Una imagen se formó nítidamente en su retina. Al principio no le dio importancia, pero poco a poco fueron apareciendo más a menudo. La primera vez solo vio una, que se escondía, para aparecer en otro lugar. Se asomaba y en cuanto fijaba la vista se escabullía. Era una araña negra y peluda. No muy grande, pero lo suficiente como para que no quisiera perderla de vista. —«Las muy cabronas son muy rápidas». —Javi —le hablaba Enaut—. Te digo yo que… La voz de Enaut se escuchaba muy lejos, apenas entendía qué le estaba diciendo. Su cabeza ahora solo oía el ruido que formaban esas ocho patas que repiqueteaban en algún lugar. El sonido cesaba  para regresar en otro escondrijo. —«¡Malditos bichos! ¡No me cogeréis desprevenido!» —Ahora percibía algo más, se había multiplicado, una por la derecha y

La maldición.

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La tormenta pasó, pero tras ella un barco surca la mar, sigue la estela, persiguiendo un fantasma, esa es su condena. Muerte a cada paso, almas sedientas, en este barco de almas en pena, de la que ninguna es eterna. La mar embravecida, como si su dios los quisiera, les llama y les alienta. Su sangre les reclama Almas que navegan sin rumbo y sin meta. Llegan hasta al navío, hombres con un dios sobre su cubierta. Rezando por su pena, sin saber que será su condena. Asaltan las bodegas, no ven a ningún ser, ríen y cantan, beben y bailan. Pero al llegar la noche, las ánimas que habitan la nao, salen a buscar su cena. Gritos de auxilio, que nadie escucha. Fantasmas que devoran la noche entera. Espadas que chocan contra la noche, balas que rebotan en la niebla. Vidas segadas por la espada, gritan y rezan por una salvación que no llega. Lluvia de sangre, lamentos y lloros, imploran por su perdón, mueren antes de recibir la luz del sol.  Niebla que cubre cuerpos, brisa que se los ll

Los miedos de Sofía.

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Al abrir los ojos, en un principio no podía ver nada, tan solo se filtraba un minúsculo rayo de luz a través de alguna especie de apertura en algún lugar del techo, si es que había techo. Sofía escuchaba un rítmico goteo en la dirección contraria a la luz ( toc, toc, toc… ), la humedad se palpaba y el frío era más intenso de lo normal. Se imaginó que estaba en algún sótano. No sabía qué había pasado, estaba en brazos de Morfeo y en un segundo se vio cogida por… alguien. Su mente se apagó, como se apaga un televisor. Tenía miedo ( toc, toc, toc… ), se escuchaban sonidos que le recordaban, cuando una vez, en el sótano de su casa, bajó con su padre y la luz se fue. En esa ocasión su padre le sujetaba de la mano, pero a pesar de ello sintió pánico cuando oyeron ese mismo sonido, su padre le explicó que seguramente eran roedores, pero que si ellos hacían ruido las ratas se callarían. Así lo hicieron y esas ratas dejaron de asustarla. Sofía intentó hacer ruido, pero los sonidos n