El viejo tren.

El tren se había detenido. Tenía que haber pasado hacía ya un buen rato, y en la estación, el Avelino no sabía qué hacer. Hacía ya mucho que lo había escuchado llegar, pero algo había sucedido. La noche estaba oscura y le habían dejado a él al cargo de la estación, apenas llegaban trenes y menos viajeros. Cogió el candil y lo prendió. Su luz apenas servía para nada, era más para que le vieran a él. Bajó a los vías y comenzó a caminar. La luna se había negado a salir y los mosquitos y demás insectos se arremolinaban a su alrededor. El calor era intenso y la oscuridad era tan densa que uno podía llegar a palparla. El sonido del vapor se escuchaba en la distancia, como un viejo fumador al que le cuesta respirar. Un buho anunció su llegada y el resto de habitantes de la noche parecían responder. Movió la farola como si se tratara de un péndulo, para llamar la atención del maquinista, por si la veía, pero no recibió ninguna señal. A lo lejos una masa negra estaba detenida como s