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Mostrando entradas de 2024

El último aleteo.

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Miraba el atardecer, pronto se pondría el sol, dejando paso a la luna. No se cansaba de tan bello espectáculo. No podía imaginar no volver a ver esos ocasos. Se sentó bajo el almendro, el último árbol que quedaba en la loma, por esa razón estaba tan lleno de vida, era el refugio de pájaros e insectos. Consultó su viejo reloj de bolsillo; no tenía mucho tiempo. Tan solo quería ver, no sabía si por última vez, ese regalo de la naturaleza.  Cerró los ojos y abrió el resto de sentidos. Lloró por lo que perdía, tantos años de sufrimiento y amor en estas tierras. Toda una vida de dedicación y ahora… Se levantó, sujetó con fuerza el cayado, besó al árbol y a la tierra y miró hacia el oeste. —Estoy preparado ¿Y vosotros? —No hubo respuesta. Volvió a consultar el reloj—. Hoy también es tu último día, compañero, ya no me harás falta. —Recogió la cadena girándola sobre la esfera y la introdujo en un hueco del árbol—. Cuando llegue se lo entregas —le habló al almendro. Tampoco hubo res

Manto azul oscuro.

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Quiso escribirla, antes de que la luz se extinguiera en sus ojos; quiso escribirla, antes de que las arenas del tiempo la envolvieran; quiso escribirla, antes de que el universo se volviera frío y que el único color que vieran sus ojos antes de la despedida fuera el negro. Ahora que el caos gobernaba en sus sueños; ahora que la eternidad sujetaba las agujas del tiempo; ahora que las sombras de la noche detenían las agujas. Ya no había tiempo para eso; ya la noche se extendía con su terciopelo azul oscuro; como un manto entre sus dedos se escurría y el adiós era la única palabra no escrita en el tiempo que se dejaba pronunciar. La eternidad, esa otra palabra que expresaba ese sentimiento de nostalgia; cómo una sola palabra puede albergar tanto sufrimiento; ya no atendía a la razón; uno nunca se acostumbra al beso que la eternidad te da, mientras te embriagas de sus caricias. Ya llega el alba y el tiempo, una vez más, se vuelve frenético, hasta que la noche regresa para envol

Un ser infinito.

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Sentado, yo, el viajero, al borde del acantilado, sobre la roca, con los pies colgando, mirando la mar que en su infinidad se junta al universo. El viajero del tiempo soy, cierro los ojos ajeno al universo que observa mis movimientos, y recuerdo, cómo había alcanzado el horizonte de sucesos, que navegando entre las estrellas, surcando el vasto tejido del espacio y el tiempo, esa versión mía, navegó siempre recto en el círculo de este pequeño universo. Mi memoria se perdió, cuando la luz de una nova, irrumpió entre mi cuerpo y mi alma, estirando mis momentos, alargando mi vida, hasta quedar atrapado en un agujero negro. Cada centímetro de mi infinito cuerpo, cada pedazo de cielo, se unieron en un hermoso baile, amaneciendo entre un bosque de estrellas, en una guardería de infinitos multiversos. Quedé enjaulado, entre enanas marrones, enormes soles rojos, cuásares multicolores, y solitarias lunas errantes. Tatuadas en mi espalda luzco, magnetares y estrellas de neutrones, per

El sótano.

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… —No era más que un niño —así comenzaba el Abuelo su relato—, y quizá por esa razón todo lo que recuerdo de esos días está magnificado, puede que no sea tal y como lo recuerdo, ya sabes, un niño tiene mucha imaginación, el miedo, los cuentos que te cuentan los demás niños y las mentiras de los mayores, para que no te acerques a un lugar, porque piensan que es peligroso, pueden crear monstruos donde no los hay y lo que ocurra no sea más que el producto de la imaginación de un niño asustado, pero si algo sé es que algo espantoso sucedió ese día. En numerosas ocasiones esta casa había sido testigo de asesinatos, violaciones y torturas, por parte de sus moradores. No sé si por su situación, al estar separada del resto del pueblo, o porque, como se suele decir, el mal engendra más mal. Mis padres me habían hablado de ello, y todo el maldito pueblo se conocía las historias que habían sucedido en ella, desde venganzas donde sus inquilinos habían acabado enterrados en el jardín, m

La diosa sin alma.

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 Quisieron callarla, desmembrarla, apagar su luz, y durante un tiempo lo consiguieron, mas la eternidad es larga y su sombra deambuló por mundos sin nombre y por soles sin brillo, hasta que cansada regresó. En un rincón de su alma una luz habló, y susurró su nombre y el nombre de los que un día la despojaron de su alma. Tras el arcoíris, una luna se reflejó, y su luz hambrienta de vida la atrajo hacia el abismo de los desamparados. Sintió un nuevo amanecer, y el clamor de las olas en su cuerpo resonó. Soplaron nuevos vientos que la alzaron como a una diosa a la que aclamar, el mundo la desearía y de sus cenizas brotaría una nueva vida. Llegaron venidos de otras tierras, para ver a la nueva señora. Nuevos días de paz y de luz en un futuro incierto, lleno de temores a un nuevo cambio, el tiempo pasa lento y tras el cristal las nubes se alejan y el sol y su odio la cegó. La tierra dejó de girar, resurgiendo entre mares, surcando olas en los corazones del hombre. Pero algo no e

Okupas.

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La lluvia golpeaba con fuerza sobre el techo de metacrilato. La noche se había tornado fría y húmeda y la calle ya no ofrecía cobijo a los dos okupas de la vieja fábrica. Una luz proveniente de la farola exterior esparcía sus sombras por el piso, apenas eran unos borrones entre el entramado de fundas para cables, que habían sido arrancados por los ladrones; estos asemejaban a pieles de la muda de una serpiente. Un rayo cayó cerca y la farola amenazó con apagarse. El trueno que lo siguió hizo que Helena se sacudiera de su improvisado asiento, un cajón de algún archivador de madera. Luis se arrimó a ella para ofrecerle protección y calor, estaban empapados y muertos de frío. Otro rayo con su relámpago inundó de luz la estancia y acto seguido la luz se apagó, ahora apenas si se reconocían. La oscuridad era total. El agua se filtraba a través del techo y las gotas producían un espantoso sonido al caer sobre el suelo de piedra. De pronto, la lluvia y los truenos cesaron y, se hi

La estación de invierno.

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Se sentaba en el andén, mientras esperaba la llegada del tren. La fina lluvia cubría su rostro y al cobijo de la noche su cuerpo no era más que una ilusión. No hacía más que intentar robar un poco de tiempo, un tiempo que llegaba sin retraso, que no esperaba y en ese andén su cuerpo se marchitaba, mientras la lluvia en su cara camuflaba sus lágrimas y el tiempo que en ella se reflejaba. Sonó la sirena y el tren pasó sin detenerse y la sombra de la Dama cubrió la de él. Suena la última señal, y el viejo reloj no cede su paso y en la estación los caminantes siguen, solo él se queda para esperar el próximo tren. Lágrimas de soledad inundan el andén, que caen sobre su equipaje, como pétalos de una flor que muere sin haber visto el sol. Suena en la estación la señal y otro tren parte sin esperar. Yacen, inmersos en la ciudad, los corazones hambrientos mueren en soledad. Y lejos, muy lejos, está la multitud que, deseosos de abrazos, lamen sus propias heridas. Es el lamento de los

Y sentí frío.

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Y sentí frío, el mundo estaba quieto, el mundo se detuvo; y sentí frío, como abandonado, como si nunca hubiera existido, como si la soledad fuera compañera del alba; y sentí frío, como si ya la losa fuera mi techo, como cuando sientes que pierdes un abrazo, como el beso que nunca quisiste, igual que el adiós que no esperabas. Y sentí frío en esa soledad que se hizo mi amiga, y la verdad se perdió entre las costuras de su abrigo, como el calor, como la vida. Y el frío no se fue, y la soledad se hizo mi amiga, y la tristeza rozó mi corazón, como el látigo del capataz, como ese frío, como la soledad, como el olvido. Y me olvidé de amar, y me olvidé de vivir, y me perdí entre la cordura y la sensatez, y en un abrazo conocí a la muerte. Pero no era tan agria como el olvido, ni tan fiera como la soledad, ni tan fría como el frío abrazo de los que se olvidaron de quererme. Miré para el frío amanecer, y los fríos rayos de la luna me recibieron, y el frío canto del gallo no me despe

Predadoras.

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El cigarro se consumía entre los dedos de Raquel. —«La noche se hace larga cuando no esperas nada y tan solo te queda, precisamente eso, esperar, esperar que un milagro, o el destino, te saque de esta rutina, de esta vida sucia y sin esperanza, donde el único amor que esperas es el de un tipo al que no conoces. Por un puñado de euros te doy mi alma, forastero». Esperaba que llegara, un tipo más, que pagaba por adelantado. Esto era lo bueno de las nuevas tecnologías. ¿Lo malo? Que no sabías qué o quién era hasta que le abrías la puerta. Tampoco era tonta y nunca quedaba en su casa, tenía un apartamento en las afueras, que había pagado con su cuerpo y lo usaba exclusivamente para estos menesteres.  Llegaba tarde, pero tampoco le importaba, había pagado por una hora y una hora tendría, llegase o no, y ahora mismo le quedaba media, luego debía irse. Por fin llamaron a la puerta. —Está abierta, pase. —Raquel ya estaba medio desnuda, tan solo con la ropa interior y unos zapatos d

El olvido.

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Intentando atrapar una sonrisa, me topé con los sueños, los contemplaba, sabiendo que eran ajenos, me contagié de su felicidad. Vi estrellas moribundas en su mirada, vi la vida pasar ante su alma, y bailar a las estrellas hasta que llegó el alba. Sentí la brisa marinera en su cara, soñó con un beso y sacié así su sed. Por eso volví, aunque no soplara a favor el viento, por eso regresé, aunque nadie se acordara de que alguna vez aquí moré. Caí y me levanté y entonces recordé, que caminaba hacia el acantilado, empujado por las olas, las mismas que me expulsaron. Seguí el camino marcado, y me perdí, aun estando a su lado. Aprendí a reír y llorar, aprendí que las oportunidades pasan, pero no los que a tu lado están, que hay que saber esperar, a que no hay que dejar de soñar, para que la vejez no te alcance; para ser eterno hay que luchar y morir por alguien; que prendes cuando te equivocas y no cuando lo hacen los demás; que la felicidad se gana cuando abres las alas y saltas s

La muerte vestida de gala

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No cabían más sueños en esa luz que anunciaba la penumbra donde las pesadillas les alcanzaban. Sombras que se acercaban, como monstruos de la barbarie que llegaba. El silencio recogía esas palabras que un día lanzaron, sin importarles si se quedarían clavadas en su alma, o si con ellas enterrarían al que un día fueron, ni la lluvia más fina, ni el mayor de los temporales limpiarían sus corazones, ya sucios y maltrechos, donde un día les dieron besos y esparcieron las caricias ensuciando de mentiras su cuerpo. El sol atravesaba los pétalos de la flor, que atraída por el cálido aire se esforzaba en levantarse, sin saber que eso que le llamaba era la muerte vestida de gala. Viejos suspiros que envolvían llantos de soledad, que ahogaban mares de otoño y de inviernos de fría tempestad. No importaba dónde lloviera, de nada valía el corazón del trovador, si la muerte llegaba con el alba. La lluvia arrastraba lamentos de padres e hijos, la muerte alcanzaba al que con ella se cruzar

El odio.

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—¿Y qué sucedió? —El niño se sentaba junto a su padre, observando las montañas que se extendían hasta donde la vista alcanzaba. —Lo cierto, hijo, es que ya nadie recuerda lo que pasó. Mi cabeza ya no es lo que era y lo último que recuerdo era estar, como estamos tú y yo ahora, con mi padre. »Más allá del horizonte, el monte acariciaba nuestra estrella y se la llevaba. Los supervivientes de la batalla acudían cada noche para reponer fuerzas. —«De noche no se lucha»— decían. Las mujeres preparaban sus ungüentos, y acudían con sus alimentos, mientras los niños y ancianos ayudaban. A mí me gustaba sentarme con mi padre y él me iba instruyendo en el arte de la guerra. Me contaba de esos encuentros, de las batallas y de cuando las tribus se unían para hablar, parlamentar y decidir, pero algo sucedió, más allá de lo que hombres y mujeres recuerdan, algo que hizo que el odio creciera en el alma de nuestras tierras, y ese odio se extendió, como un río cuando se desborda, y envenenó

La leyenda y la luna.

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Noche de leyendas, de cuentos y de solitarias almas. Noches de placeres, de amores fingidos, fugaces y eternos encuentros. Noches de melancólica sonrisa. Mujer de luna y hombre de fuego, espíritus en lucha, suspiros en esta noche que no tiene fin, llamas en el cuerpo y hielo en el alma. Rozan el gélido aire con sus alas; te atrapan y sueñas, y las estrellas contarán de ellos a la luna llena. Las ruinas de esta ciudad esconden almas que no saben volar, son libres, pero lo ignoran. Cuentan en la madrugada la leyenda de dos fantasmas errantes, que solitarios vagan entre la noche y la luz del alba. En esas tardes de cuentos, de luz en el hogar, de brujerías y eternos encuentros, las puertas de las casas se cierran, pues las ánimas viajan al encuentro de enamorados inquietos. Saben de amores fingidos, de amores fugaces y dulces deseos. Conocen las noches y sus conjuros; van buscando solitarias vidas para traerles a su encuentro. Susurran en tu oído, si el amor buscas, y cuando

La eternidad en el bolsillo.

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Me agaché para arrancar una brizna de hierba, la acerqué a la nariz y un millar de recuerdos afloraron en mí, que como un misil me arrastraron a un tiempo atrás. Hubo un tiempo en que quise huir, apartarme, desaparecer, que nadie supiera quién fui, que nadie se acordara de mí. Pero ella siempre me encontraba, me hablaba, me perseguía y me susurraba al oído; saltaba sobre mi espalda, me aceleraba el corazón y me reconfortaba; atravesaba mis venas y ponía alas sobre mi espalda. La he visto surcar mares, tierras y cruzar tempestades por mí. Conozco mundos inimaginables, pues yo ahora construyo soles para iluminar su destino y he de alumbrar su camino en las noches de novilunio. He creado universos para ella, he resucitado dragones; tierras sin dueño le he regalado, para que rescate a las princesas de sus mazmorras. Y ahora no puedo escapar de este mundo que para ella he creado. No soy ningún dios, ni siquiera un demonio. No soy más que un trovador que se ha enamorado, y ahora

El olvido.

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Quedó impregnado el aroma en mi piel, era el único recuerdo que se adhirió en mí. Los recuerdos llegan cuando el olvido se hace fuerte, cuando lo último en lo que piensas es en una imagen, un aroma, una despedida. Surgen entonces esos abrazos que nos apartaron del camino, que crearon una sombra, una espera que se convirtió en esperanza, como la espada del destino. Esperando un adiós que nunca llega, recordando el frío que guardas tras las flores secas. Y aquí me encuentro devolviendo al camino los pasos que nunca di. Las hojas secas de aquel otoño se acumulan en mis zapatos. Recojo los trozos rotos y los elevo al aire. Sujeto la mirada hacia el horizonte, que se pierde entre las murallas del pueblo en el que nací. Ya no reconozco las paredes que me impedían salir, ya no saben los árboles las historias que contaron de mí, ya la gente de aquellas edades miran al suelo que les reclama el tiempo vivido. Yo que viví en estos campos, que decidí no morir en esta mazmorra de libert

El silencio.

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Es el silencio lo que más me asusta. Es el no saber dónde me encuentro, es la falta de luz, si estoy hacia arriba o hacia abajo, si es de noche o de día, si estoy vivo o he muerto. Sí, estoy vivo, pero enterrado. La humedad se palpa, se huele, se puede tocar, saborear. El agua cae por las grietas y aprovecho para beber, para vivir, para respirar. Es agua limpia. Agua de vida. Grito, pero solo el silencio responde. Mi pierna derecha sangra, no la veo, pero siento ese líquido cálido que se espesa en mis pies. No puedo abrir un ojo y la cadera me quema. Decido escarbar, subir, gritar, pero no sé hacia dónde ir. Cojo la cadena del cuello con los dedos índice y pulgar y lo dejo colgando como un péndulo. La cadena me indica que estoy boca arriba. Puedo respirar, eso es lo más importante. El cielo estalla, la tierra se vuelve a mover, el suelo tiembla, las piedras se mueven. Mi mundo se ha movido. Hay una luz. Esperanza. Saco la mano, para que me vean, para poder palpar el aire, p

Te pillé.

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Ahí estaba, parado frente a la ventana. Era en un tercer piso. La luz de un pequeño aplique se encendió y una tenue luz amarillenta reflejaba la silueta de una mujer. El hombre se escondió entre las sombras de la noche, una noche fría que amenazaba con volverse lluviosa. El hombre extrajo su teléfono del bolsillo del abrigo e hizo una llamada; en la habitación la figura de la mujer se movió hasta descolgar el aparato de la mesilla. Una voz suave como el aire cálido de una tarde de otoño se coló en el teléfono del hombre. —¿Sí? —Su voz era música para los oídos. La llamada se interrumpió de golpe, y eso le rompió el corazón. Estaría escuhándola la vida entera, pero eso podía esperar, ahora había que hacer el trabajo. Volvió a guardar el móvil. Había empezado a llover, se subió el cuello del abrigo y corrió para cruzar la calle. Un par de ganzúas le ayudaron a abrir el portal. No cogería el ascensor, haría ruido. Sin prisa subió hasta la casa. Colocó la oreja en la puerta par