El silencio.




Es el silencio lo que más me asusta. Es el no saber dónde me encuentro, es la falta de luz, si estoy hacia arriba o hacia abajo, si es de noche o de día, si estoy vivo o he muerto.
Sí, estoy vivo, pero enterrado.
La humedad se palpa, se huele, se puede tocar, saborear. El agua cae por las grietas y aprovecho para beber, para vivir, para respirar. Es agua limpia. Agua de vida.
Grito, pero solo el silencio responde.
Mi pierna derecha sangra, no la veo, pero siento ese líquido cálido que se espesa en mis pies.
No puedo abrir un ojo y la cadera me quema.
Decido escarbar, subir, gritar, pero no sé hacia dónde ir. Cojo la cadena del cuello con los dedos índice y pulgar y lo dejo colgando como un péndulo. La cadena me indica que estoy boca arriba.
Puedo respirar, eso es lo más importante.
El cielo estalla, la tierra se vuelve a mover, el suelo tiembla, las piedras se mueven. Mi mundo se ha movido.
Hay una luz. Esperanza. Saco la mano, para que me vean, para poder palpar el aire, para respirar.
Todos se abrazan, todos lo celebran. No importa quién eres, solo importa la vida.
Unos llevan cruces, otros estrellas, otros una luna y yo la vida entera.

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