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Mostrando entradas de agosto, 2023

Bloody Mary.

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La brisa marina se enreda en su mirada, sube, se deja caer, para alzarse cual mariposa, aleteando frente a sus ojos, y entre los remolinos de su pelo. La mujer se desliza entre las mesas que se alinean en la acera, como si se tratara de fichas de dominó. Se sienta, no se deja caer sobre la silla, sino que parece que es la silla la que se alza bajo ella. el camarero se esfuerza por ver su cara, pero parece esconderse bajo el ala de su sombrero; la luz de las farolas parecen no quererla molestar y sus sombras se esparcen sobre su piel. Sus manos son tan blancas que parecen no haber visto la luz del día, pero gráciles y con estilo, se mueven a través del aire, son el aire. El camarero se acerca y siente el misterio que la acoge, la envuelve. —Buenas noches —le saluda y su voz suena como temiendo molestarla. Ella le mira, aunque él no vea sus ojos, que por un momento es lo que más desea, y ese deseo se vuelve obsesión. El intuye, desea, que su color sea el de la esmeralda, pues

Injusto.

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… Y ahí está, frente a él, mirando con eso ojos verdes que le vuelven loco, la negra melena le cae sobre los hombros efectuando un remolino a ambos lados, izándose y cayendo en picado sobre sus pequeños pechos. Sonríe, pero Ibai reconoce una sonrisa forzada cuando la ve. Sus manos, blancas y suaves descansan ahora sobre las suyas y percibe su cálido tacto. Carlos le mira un poco distante, en realidad está pensando que no pinta nada en ese lugar. —Qué pasa, tío —se atreve a decir, como si fueran amigos. —Ya ves, tío —ironiza Ibai—. Pasaba por aquí. ¡No te jode! —¡Vale! ¡Ya está!, lo he intentado, Marta, me piro, no pinto nada aquí. Marta le sujeta por la muñeca. —Creo que ya es hora de que dejéis de comportaros como niños, ¿No os parece? —¿Cómo niños, dices? Quién crees que me ha hecho esto —dice Ibai. Marta mira a Carlos intentando ver en su cara un gesto que le asegure que él no ha sido. —¿Crees qué he sido yo? Si hubiera sido yo ahora no estarías hablando conmigo. Serías

Una larga despedida.

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La luna brillaba con todo su esplendor, aunque las nubes hacían lo posible por taparla, su luz se reflejaba en el agua. Remojaba sus pies sentada en las rocas donde las olas rompían con fuerza al llegar y se despedían con un suave sonido que parecían silbar dejando un rastro de espuma a su paso. Una gaviota ignorando su presencia volaba alrededor, y acto seguido escapaba hasta que perderse de vista. —No es necesario que te vayas —le dijo ella sin dejar de mirar el reflejo de sus pies en el agua. Él la miró y acto seguido dirigió su vista hacia el cielo. —Debes entender que todo sucede por algo. —No es justo. —La vida nunca es justa, pero debemos aprender a seguir. —¿Y nos volveremos a ver? —No —dijo tajante, porque ella sabía la respuesta. —No quiero ni puedo dejarte ir.  —Debes hacerlo, es lo mejor para todos.  —Isabel pregunta todos los días por ti. ¿Qué le digo? —La verdad. Los niños lo entienden mejor que los mayores. Ella no quería seguir mirando. Él la besó en la meji