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Mostrando entradas de marzo, 2023

Como siempre.

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Al despertar abrió la ventana, como siempre; se estiró al ponerse de pie, como siempre y saludó a la mañana, que venía algo triste, no como era habitual, últimamente, pues el sol hoy se negaba a salir, no es que fuera a llover, sino que la niebla se había instalado en los montes, tapaba su luz y parecía que sería así durante todo el día. Echó un vistazo por la ventana, como siempre, y algo había cambiado, una vieja bicicleta estaba estacionada apoyada en la pared de su casa. No es que le molestara, es que desconocía quién sería su dueño, pues nunca la había visto y eso le ponía nervioso: todo estaba bien si nada cambiaba, le gustaba que todo estuviera como siempre. Quién en su sano juicio andaría con tal artilugio tan anticuado, el pueblo estaba completamente empedrado y tratar de mantenerse en equilibrio en una bicicleta era tarea complicada. Decidió desayunar, un café con leche en su taza de siempre y seis galletas María dorada, como siempre, pero esta vez se apresuró, pu

El viejo tren.

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El tren se había detenido. Tenía que haber pasado hacía ya un buen rato, y en la estación, el Avelino no sabía qué hacer. Hacía ya mucho que lo había escuchado llegar, pero algo había sucedido. La noche estaba oscura y le habían dejado a él al cargo de la estación, apenas llegaban trenes y menos viajeros. Cogió el candil y lo prendió. Su luz apenas servía para nada, era más para que le vieran a él. Bajó a los vías y comenzó a caminar. La luna se había negado a salir y los mosquitos y demás insectos se arremolinaban a su alrededor. El calor era intenso y la oscuridad era tan densa que uno podía llegar a palparla. El sonido del vapor se escuchaba en la distancia, como un viejo fumador al que le cuesta respirar. Un buho anunció su llegada y el resto de habitantes de la noche parecían responder. Movió la farola como si se tratara de un péndulo, para llamar la atención del maquinista, por si la veía, pero no recibió ninguna señal. A lo lejos una masa negra estaba detenida como s

La anciana.

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El día despierta y el sol le descubre dormido. Acompaña a sus movimientos la sombra que produce su cuerpo al atravesar la estancia. Un millón de diminutas partículas parecen escapar al atravesar el rayo de sol la habitación. Ve que en la encimera una jarra de café le espera. Se levanta del frío suelo agarrándose a la manilla del horno. Siente un intenso dolor en un costado. No recuerda nada de la noche anterior. ¿Llegó a ese lugar escapando? Ni siquiera consigue adivinar de qué huía. Junto a la jarra de café hay un platillo con dos pastas de te, una de ellas empezada y junto a estas un revolver descansa con el cilindro abierto, los casquillos yacen esparcidos por la cocina, lo mismo que dos botellas de vodka . No ve cuerpos alrededor. Mira por la ventana y un par de fiambres se pudren al sol.  Hace crujir su cansado cuello y se sienta, intenta beber el café, pero acaba escupiéndolo, está demasiado amargo. Echa un vistazo a su agenda, en la última página hay una nota escrita

Otra oportunidad.

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Sentado en el viejo banco del parque ve cómo las nubes cubren a un sol que va dejando paso al ocaso. El hombre, vestido con su también viejo, pero pulcro y bien cuidado traje gris y su sombrero del mismo color, recuerda esos años en el que jugaba junto a la orilla del lago. Bajaban dando volteretas por la ladera del parque hasta llegar a la orilla. Eran tiempos felices, recuerdos marcados por la pronta desaparición de sus padres. Se lo llevaron lejos, al lugar donde el sol no sale y los recuerdos se vuelven un deseo y el deseo se convierte en odio. Aquel niño también murió aquel fatídico verano. Dicen que el tiempo lo cura todo, pero lo único que hace es tapar la herida igual que lo hace un tirita. Esa tirita se desprendió hacía ya mucho. El tiempo pasó y la herida no cicatrizaba, el niño se hizo mayor, demasiado mayor para que le ayudaran, se vio en medio de una ciudad que le engulló sin compasión. La vida lo trató mal, pero él tampoco supo qué hacer con lo que le ofrecía.

Solo.

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No sabes qué es la soledad hasta que estás dentro. Y no hablo en plan metafórico, sino que hablo de aquel agujero al que fui a parar. El maldito aguacero me pilló a medio camino de la civilización. Había salido a pasear por el monte como un dominguero cualquiera y al regresar tras estar toda la mañana caminando, me pilló la maldita lluvia. El maldito móvil no me avisó. Ese es nuestro error, el de estos tiempos. Antes mirábamos al cielo y si no te daba buenas vibraciones te quedabas en casita comiendo palomitas y viendo una película de las de domingo por la tarde, con siesta incluida, pero ahora confiamos demasiado en estos cacharros. Vi un agujero en la roca, ni siquiera llegaba a ser una cueva, era un maldito agujero o eso me pareció. La lluvia arreció junto con el viento lo que hizo que reculase y al hacerlo caí por él. Sentí un tremendo golpe en la espalda. Me levanté pensando que me habría roto algo, pero lo único que me había roto era el móvil. Pasaba el tiempo y me ib