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Mostrando entradas de abril, 2017

Tiempo de decisiones

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 El otoño estaba llegando a su fin, y con el todo tipo de esperanza. Iñaki asomado a la ventana miraba la lluvia de un invierno que se presentaba temprano y duro, el viento soplaba del norte con fuertes rachas y la lluvia chocaba contra el cristal con fuerza. Ahora más que nunca deseaba que no parase, que la estación invernal llegase con más ímpetu que nunca y que María no pudiera tomar ese autobús, dicen que si amas a alguien tienes que dejarlo ir, que absurdo, si amas a alguien tienes que ser egoísta y hacer lo imposible para que no se marche. Pero al contrario de lo que él deseaba, el tiempo mejoró y el viento norte y la lluvia dejó paso al viento sur y eso para Iñaki era sinónimo de dolor de cabeza y mal humor.   El autobús llegó puntual. María estaba preciosa, con sus blue Jeans, sus playeras blancas y su anorak rojo, lucía una coleta que recogía su rubio cabello. Miró hacia la ventana y vio a Iñaki, se detuvo durante unos segundos como implorando que no le dejara marchar, sus

El deseo

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    Nunca había sentido el amor. Quería un amor de esos, como en las novelas románticas, de película, de esos que dicen que sientes mariposas en el estomago, de los que no te dejan dormir. Un amor de ni contigo ni sin ti, de muero si no estás. Soñaba con su príncipe azul, aunque también se conformaba con un sapo que la quisiera y le cantara en esas madrugadas en vela. La verdad es que Amanda ya no exigía, ya no. Cada noche se asomaba a la ventana y miraba al cielo en los días estrellados y pedía al buen Dios que le concediera un milagro, se hacía mayor y ya sin amigas con las que poder compartir charlas, risas y confidencias, se habían ido casando y separando poco a poco de su vida.  —«Esta noche las perseidas nos visitarán como nunca lo han hecho». —Anunció el locutor en la emisora local—. «Salid y disfrutad de ese fantástico espectáculo». Amanda pensó en lo que decían sobre pedir un deseo cuando ves una estrella fugaz, pensó que si escribía una carta y se la enseñaba, se cumpli

Animales nocturnos

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  " Gato", así es como le llamaban, se colaba en los portales diciendo que era el cartero comercial, subía hasta el ultimo piso y accedía al tejado o como en esta ocasión a la terraza, y allí esperaba o en ocasiones pasaba a otra terraza cercana, le encantaba la libertad que daban las zonas altas de los edificios y el anonimato de la noche. La oscuridad era su aliado, vestía con ropa cómoda y zapatillas deportivas para poder saltar o correr si la ocasión lo requería, desde el tejado observaba las casas limítrofes y decidía a que casa acceder para robar. Esa noche había visto una que parecía a simple vista fácil, un ático, la claraboya estaba abierta, hacia calor para ser octubre, el viento sur era suave y seco. Gato era un tipo delgado, ágil y muy fibroso. Miró al interior y vio que no había nadie durmiendo, se agachó y saltó sigilosamente al interior, durante unos segundos se mantuvo en silencio intentando escuchar, no se oía nada así que sacó su linterna y estudió la

EL RÍO ( I parte )

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El noticiario de Anam Cara, anunciaba una ola de calor sin precedentes. Llevábamos una semana de un calor asfixiante. Los termómetros marcaban cifras que fluctuaban entre los 31° de noche a los 45° de día. "El calor continuará durante una semana al menos". Auguraba la muchacha que estaba al otro lado de la cadena de radio. Mikel navegaba entre "Europa FM" y "Rock FM". Ahora la radio del coche había saltado al adentrarse en la zona boscosa, la señal no cogía bien y saltó a un canal de la zona.  Al llegar a la zona del río donde habitualmente se bañaba vio algo raro. No había nadie. Es más, en ese momento se dio cuenta que en todo el camino no había visto ni cruzado con ningún coche.    Aparcó el coche cerca de las mesas de picnic y se acercó a la orilla del río. Se quedó de pies mirando correr el agua que iba con fuerza, el caudal del río era alto y se veían menos islotes de piedras de lo habitual. Bajó hacia la playa de piedras. Le gustaba mirar la cas

UN CAFÉ, UNA SONRISA Y UNA HISTORIA DE AMOR

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Ocurrió un tarde de invierno, fría y húmeda, mientras paseaba me refugié en una cafetería. Llovía como si el mundo se fuera a acabar. Protegido tras sus cristales, me quedé fijándome en la vida que corría frente a mis ojos. Hasta ese día no me había percatado de lo poco iluminada que estaba la calle. La gente corría de un lado al otro. La camarera me interrumpió al traerme el café. —Perdone, señor, su café. Cortado, muy caliente y con dos azucarillos. Como a usted le gusta. —"¿Cómo a usted le gusta?"— Pensé, mientras le daba las gracias con una sonrisa. La verdad es que nunca me había fijado en ella. No es que fuera una gran belleza, pero tenía esa sonrisa que enamora a quien la mira y unos ojos capaz de hipnotizar a cualquier alma solitaria como yo lo era en ese momento. Mientras la camarera se alejaba, Me fijé en ella, tenía esa gracia al andar, con ese movimiento de caderas que parece romper el aire a cada paso. Ella se giró y me pilló mirándola. Me sonrió (Tierra t

Sal, un beso y otra historia de amor

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Paseando bajo la atenta mirada de la menguante luna, una luz suave de plata, una brisa de mar que refrescaba la madrugada, el dulce sonido de las olas al romper en la playa, y la vista de esa bella mujer, que parecía flotar más que andar sobre los rayos de la luna, la espalda tatuada con suaves líneas que recordaban a los jardines “Zen” y los movimientos sensuales de sus caderas balanceando el aire a cada paso, giró su cabeza y me sonrió, como advirtiéndome que sabía que la estaba observando. No sé si fueron las sombras de la noche, las copas de vino de un día complicado, el sueño que arrastraba, o tal vez todo, pero me atreví a ir tras ella. Seguí sus pasos tras la arena, fui alcanzándola sin que ella hiciera un solo gesto de que no quisiera que la siguiera. Cuando llegué a su altura miraba el mar. -¿Sabes? – Me dijo – A pesar de haber nacido en la mar, no puedo estar un solo día sin verla, creo que moriría si me apartaran de su vista. Giró hasta quedar frente al agua, alz