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Mostrando entradas de septiembre, 2020

Tiempo de regalo.

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Ocurrió hace muchos veranos. Transcurría sin prisas, como todos los veranos que recuerdo de mi niñez. Era un año especialmente caluroso y habíamos decidido pasar al otro lado de la bahía para bañarnos. En cualquier otro momento lo hubiéramos hecho nadando, pues la travesía hasta el otro lado no es especialmente larga, pero uno de mis amigos no era muy diestro nadando y aprobamos por mayoría que pasaríamos la barca hasta el otro lado. Él, Eneko se llamaba, nos pagaba el viaje de vuelta, pues nosotros, Roberto y yo, sólo disponíamos de dinero para la ida. El lugar desde donde nos lanzábamos al agua estaba demasiado concurrido, tanto que decidimos ir hasta otro punto para darnos un chapuzón, pero buscar un lugar apropiado, ese día era tarea un tanto difícil. Anduvimos durante mucho tiempo bajo un cielo abrasador y húmedo. Roberto y yo íbamos charlando, cuando nos dimos cuenta que Eneko había desaparecido. Regresamos por donde habíamos ido y lo encontramos gastándose el dinero de nu

porque… yo, ya estoy muerto

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Los Bardos cantaron sobre él, pero jamás pronunciaban su nombre, no se atrevían. Creían que al hacerlo algo les sucedería. Decían de él que era el mismísimo Balar. Fearchar se lo llevó. Lo ató a su caballo y fue arrastrado hasta que lo creyó muerto. Permaneció tumbado mirando el firmamento durante toda la noche, jurándose que algún día, si salía vivo de esa, mataría a ese demonio. La suerte le sonrió cuando, al día siguiente lo encontró un grupo de soldados Celtas comandado por Chiomara, una mujer guerrera, esposa de Ortagión, jefe de los Tolistobaios. Contaban de ella, que fue apresada y violada por un centurión Romano y Éste al ver que era una mujer de alto rango pidió un rescate. El marido de ésta accedió y cuando el soldado recogía el oro con el que habían pagado, Chiomara lo decapitó y llevó la cabeza del centurión a su marido. Chiomara se apiadó de Esgàire y lo acogió en su casa. Lo instruyeron como a un guerrero, destacando, gracias a las anteriores enseñanzas, en el

Tardes de abril

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Las tardes de abril en el pueblo saben a vida. Vida en familia, niños corriendo, ancianos paseando junto a sus nietos; esos sabores de mar que hasta mí llegan y de tierra que las nubes traen, pronto lloverá y eso me trae recuerdos de tardes junto a mi chico, corriendo para cobijarnos en algún portal. Sí, también saben a besos y caricias  prohibidas, a aromas de madrugada y lágrimas derramadas. Pero la vida sigue su camino y lo que antes nos parecía el infierno ahora es tan sólo un bonito recuerdo.  El viento trae también recuerdos de juegos en la playa, juegos de niños que creían ser adultos. Besos furtivos en el mar jugando con sus cuerpos, descubriendo el amor, y de golpe y porrazo, pasando de niña a mujer; de jugar con muñecas y niños a cuidar del suyo. Se fue. De la noche a la mañana se fue. No solo él, también la niña que era. Se escapó entre sus manos las tardes de juegos, los sábados por la noche, el cigarro en el patio a escondidas. La adolescencia pasó sin esperarl

La magia (El último Guerrero)

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La fogata alumbraba ambas figuras, como fantasmagóricos espectros, bailando a la sombra de la luna. Un cuervo graznó y ambos alzaron sus cabezas, aunque Crewe no creía en los cuentos, no le gustó, era como un mal presagio. La druida azuzó las ascuas. —¿Qué te ocurrió, Crewe, para que no creas en la magia? Crewe se dedicaba a afilar su espada, la atendía y mimaba. Era consciente de que la debía cuidar, de ello dependía su vida y la de sus compañeros. Se levantó dando un par de estocadas al aire. Ceridwen no veía el arma, tan sólo veía el reflejo de la fogata en su hoja, pero sí que escuchaba su sonido al cortar el aire. —¿Qué no creo en la magia, dices? Te equivocas. La magia está entre nosotros. Es parte de nuestra vida —Ceridwen miraba sorprendida a Crewe. Él siempre había dicho que no creía en ella—, pero no en la magia que tú crees, Ceridwen, sino en la verdadera. »Para mí, magia es… sentir y transmitir una emoción; magia es, amar y ser amado; magia es, hacer que en un s

La soledad de los Dioses.

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La luz del sol bañaba cada centímetro de la habitación. Si me quedaba observando podía ver las millones de motas de polvo que bailaban alrededor de la ventana. Intentaba levantarme para poder cerrarla, pero la noche había sido especialmente densa. Ya no recordaba nada de ella, pero a juzgar de cómo estaba y cómo había quedo todo, debió ser increíble. El mundo me parecía un lugar lento y pesado, cualquier movimiento más allá de los involuntarios se me hacían casi imposibles, apenas tenía fuerzas para mirar. Intenté mover el brazo y el sólo hecho de pensarlo ya me parecía un exceso de fuerzas innecesarios, así que me quedé mirando las motitas de polvo. Fue ahí donde empezó todo. No sé exactamente que sucedió. Pudo ser el exceso de alcohol y drogas en mi pobre cerebro ya aniquilado, cortocircuitado por los estupefacientes y los años, pero algo me ocurrió que escapa a mi razón. Como decía, estudiaba cada mota de polvo y poco a poco fui adentrándome más y más en ese diminuto mun