Tiempo de regalo.





Ocurrió hace muchos veranos. Transcurría sin prisas, como todos los veranos que recuerdo de mi niñez. Era un año especialmente caluroso y habíamos decidido pasar al otro lado de la bahía para bañarnos. En cualquier otro momento lo hubiéramos hecho nadando, pues la travesía hasta el otro lado no es especialmente larga, pero uno de mis amigos no era muy diestro nadando y aprobamos por mayoría que pasaríamos la barca hasta el otro lado. Él, Eneko se llamaba, nos pagaba el viaje de vuelta, pues nosotros, Roberto y yo, sólo disponíamos de dinero para la ida.
El lugar desde donde nos lanzábamos al agua estaba demasiado concurrido, tanto que decidimos ir hasta otro punto para darnos un chapuzón, pero buscar un lugar apropiado, ese día era tarea un tanto difícil. Anduvimos durante mucho tiempo bajo un cielo abrasador y húmedo. Roberto y yo íbamos charlando, cuando nos dimos cuenta que Eneko había desaparecido. Regresamos por donde habíamos ido y lo encontramos gastándose el dinero de nuestra vuelta en un helado de cucurucho triple bola de chocolate, lo cierto era que estaba muy apetecible, pero ¿cómo íbamos a regresar? Lo hubiéramos podido hacer nadando, si no hubiéramos pasado en la barca, pues la ropa no teníamos dónde llevarla. Eneko se justificó diciendo que la pasta era suya. Cierto, pero cacabó igualmente en el agua con ropa y todo y el helado lo disfrutamos nosotros. Volvimos andando, le obligamos a venir con nosotros, ya que a Eneko le quedaba dinero para volver en barca.
Esta historia no sería más que una anécdota divertida si no fuera porque al llegar a casa, después de más de una hora de caminata, nos enteramos de que la barca donde deberíamos haber regresado se había hundido, al ser golpeada por un gran buque de carga. No hubo supervivientes.
Dios, el universo o lo que sea, en ocasiones, te hace un gran regalo y no sabes por qué.

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