La soledad de los Dioses.




La luz del sol bañaba cada centímetro de la habitación. Si me quedaba observando podía ver las millones de motas de polvo que bailaban alrededor de la ventana. Intentaba levantarme para poder cerrarla, pero la noche había sido especialmente densa. Ya no recordaba nada de ella, pero a juzgar de cómo estaba y cómo había quedo todo, debió ser increíble.
El mundo me parecía un lugar lento y pesado, cualquier movimiento más allá de los involuntarios se me hacían casi imposibles, apenas tenía fuerzas para mirar. Intenté mover el brazo y el sólo hecho de pensarlo ya me parecía un exceso de fuerzas innecesarios, así que me quedé mirando las motitas de polvo. Fue ahí donde empezó todo. No sé exactamente que sucedió. Pudo ser el exceso de alcohol y drogas en mi pobre cerebro ya aniquilado, cortocircuitado por los estupefacientes y los años, pero algo me ocurrió que escapa a mi razón.
Como decía, estudiaba cada mota de polvo y poco a poco fui adentrándome más y más en ese diminuto mundo. Me hipnotizó la imagen de las motas bailando a mi alrededor y paso a paso me fui haciendo cada vez más lento y pesado, como si yo mismo formara parte de ese universo a cámara lenta que acababa de descubrir. Cada mota, cada espacio entre ellas era para mí un universo cada vez más grande, donde descubría verdaderas maravillas, animales hasta ahora invisibles a mí, iban apareciendo y parecían esperar que me uniera  ellos. Así, poco a poco mi mundo se fue haciendo cada vez más pesado, más lento y más y más pequeño, hasta que fui parte de ellos. Hice la inmersión en un mundo fantástico, lleno de monstruos, donde flotar entre ellos es posible, donde las leyes que rigen el mundo de lo gigante no existen, hasta que me hice nano para un mundo nano. Volé igual que un pájaro, atravesé espacios más rápido que la luz, aparecía en lugares diferentes al mismo tiempo y podía hacer cosas que ningún ser sería siquiera capaz de imaginar. Quise desaparecer y lo hice, tarde varias eternidades en darme cuenta que estaba solo, porque quise estarlo, pero la eternidad puede ser una larga losa que te aplasta si no tienes con quién compartirla, así que ansié regresar. Fue cuando me di cuenta de la soledad de los Dioses. Ya no deseaba ser un Dios. Quería volver a ser un simple mortal. Errar, perderme, pecar, amar y ser amado, sentir dolor, y, morir. Porque la vida sólo tiene sentido si hay un final.
Regresé con dolor. Fue como volver a nacer. La luz me hizo daño en los ojos y el aire se hizo denso. Otra vez me pesaban los brazos y me costaba moverme. Otra vez sentí dolor, pero eso me hizo recordar que estaba vivo. No sé por cuánto tiempo, y sé que sufriré por el camino, pero al fin y a cabo, se significa estar VIVO. 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El mundo a mis pies.

Soy yo.

Las cloacas del mundo.