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Mostrando entradas de junio, 2022

Terminar el trabajo.

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Era una tarde de otoño en la que el viento soplaba con fuerza, soltó su larga melena y dejó que el aire la elevara, le gustaba la sensación del aire en su cara, que el viento meciera su pelo. Llevaba tiempo esperando un milagro que nunca llegaba. La madre naturaleza no se había portado muy bien con ella. Hubo una vez que conoció el amor, un amor de esos que te rompe por dentro, que llega y te alborota todo tu mundo, te saca de la monotonía, te empapas de alegría, de felicidad y desesperación, de amor y odio por no poder disfrutar con la persona amada, pero ahora todo eso pasó, había vuelto a la tierra de donde no debió salir jamás. «Más que nada porque cuando el amor acaba una debe terminar el trabajo».  Prometió no volverse a enamorar, no mirar más de dos segundos seguidos a una persona para no hacerse ilusiones.  Sus pasos seguían el sendero a lo alto del monte, unas pequeñas huellas de no sabía qué animal marcaban el camino. No conocía esa vereda ni esa parte del bosque,

Un mal presentimiento.

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Es esa sensación de que algo no está bien. Hay algo en el ambiente que te advierte. Estaba de espaldas a ellos. Llevaba poco tiempo en el negocio y el señor Freeman me dejó ir con ellos, pero no debía tomar parte. Me mantendría al margen. Mi único trabajo era que nadie se acercara. Era una noche clara y la temperatura era agradable; soplaba una agradable brisa de sureste. Clarck, steephen y john seguían al señor Freeman. Un coche con los faros apagados se acercó. De él se bajaron tres tipos que parecían salidos de la película Rocky, y tras ellos un hombre bajito, pero vestido con mucho estilo, era alguien al que ya había visto con anterioridad. La tensión se palpaba, me dije a mí mismo que eso que sentía era debido al trabajillo, pero mi instinto me decía que había algo más. Yo le quise advertir al señor Freeman, pero me dijo que hiciera mi trabajo y que dejara el resto para los mayores. El hombrecillo se arreglaba el traje de manera sistemática, como si no fuera de su tall

Instinto de predatora.

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La luz del ocaso se filtraba a través de la persiana y las sombras de la pareja cobraban vida. En el viejo tocadiscos sonaban las últimas notas de «In the Shadow of the moon» con la inconfundible voz de Frank Sinatra, mientras sus manos se entrelazaban como si fueran una sola. La mano derecha de él apenas sí sujetaba su cintura, deslizándola, casi sin tocarla, hasta llegar donde comenzaban las curvas de su cuerpo de mujer. Ella se dejo llevar, cerró los ojos y en el momento en que sus labios se rozaban comenzaba a sonar «My way». El aroma a su perfume predilecto le llegó, apenas perceptible, eso a él le encantaba y ella lo sabía. La luz del sol se desplazaba por la pared, pronto la única luz que entraría sería la de las amarillentas farolas y los pocos vehículos que circulaban por esa calle. Se dejaron llevar por la música y esa sensación que llevaban tanto tiempo reprimiendo. Ninguno quería estropear el momento hablando, sobraban las palabras, solo querían sentir ese tacto

Familia, tierra y hogar.

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Mientras, los asesinos pretorianos, con un grupo importante de soldados, arrasaban las aldeas a las que llegaban. Los pobres campesinos no tenían ninguna posibilidad, hasta que llegaron a Pendía. En el poblado vivían numerosas familias. Habían escuchado que unos soldados se dirigían hacia ellos y se prepararon. Entre el grupo estaba Cromwell. Se reunieron antes de su llegada en la plaza. —Solo tenemos una posibilidad —les animaba a hombres y mujeres—. Ellos son superiores a nosotros y poseen mejores armas, pero no esperan que les hagamos frente. Atacaremos  sin previo aviso, cuando yo os diga, y en cuanto os vuelva a dar aviso, nos retiraremos. No os puedo prometer la victoria, pero si no nos defendemos nos matarán igualmente. Coged cualquier cosa que pueda servir de arma, los que no la tengáis —así se hicieron con azadas, palos que convirtieron en lanzas, hachas y horcas. Cuando los soldados llegaron, vieron a un grupo de ancianos, mujeres y niños atemorizados que los espe

Lluvia sobre el Edén.

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… Sobre la tibia mañana el alba se dejaba ver y tras amaneceres fríos el invierno dejó paso al verano. Una fina lluvia se había instalado en el Edén. Ya no lo soportaba más, tenía que salir, el viento empujaba a la lluvia y hacía imposible mantener el paraguas entero; una fuerte ráfaga terminó con él. La lluvia y la arena golpeaba sobre sus piernas, que llevaba descubiertas, y le parecían diminutos proyectiles que se estrellaban sobre su blanca piel, aun así se dejó mojar y continuó su paseo. Cerca de la orilla, y protegido por las rocas, se levantaba un refugio que alguien en algún momento había construido. Una pequeña cabaña de madera que dejaba ver el paso del tiempo. Lo extraño era que continuara en pie. Cuando llegaban las mareas vivas el agua inundaba el acceso y las enfurecidas olas la golpeaban con fuerza. Las ventanas estaban tapadas con gruesas contraventanas y la puerta de entrada se situaba en contra de la mar, cuando las olas eran fuertes, estas tomaban posesió