Terminar el trabajo.




Era una tarde de otoño en la que el viento soplaba con fuerza, soltó su larga melena y dejó que el aire la elevara, le gustaba la sensación del aire en su cara, que el viento meciera su pelo. Llevaba tiempo esperando un milagro que nunca llegaba. La madre naturaleza no se había portado muy bien con ella. Hubo una vez que conoció el amor, un amor de esos que te rompe por dentro, que llega y te alborota todo tu mundo, te saca de la monotonía, te empapas de alegría, de felicidad y desesperación, de amor y odio por no poder disfrutar con la persona amada, pero ahora todo eso pasó, había vuelto a la tierra de donde no debió salir jamás. «Más que nada porque cuando el amor acaba una debe terminar el trabajo». 
Prometió no volverse a enamorar, no mirar más de dos segundos seguidos a una persona para no hacerse ilusiones. 
Sus pasos seguían el sendero a lo alto del monte, unas pequeñas huellas de no sabía qué animal marcaban el camino. No conocía esa vereda ni esa parte del bosque, esperaba no perderse, si veía que podía ocurrir tal cosa volvería sobre sus pasos.
Al llegar al final del camino vislumbró un pequeño claro en medio de la maleza, era un lugar mágico, en medio de árboles frondosos y matorrales se encontraba un terreno llano cubierto de fina hierba y multitud de flores, que ha pesar de lo avanzado del otoño subsistían. Daba la impresión de que el verano no se había marchado de ese lugar. El único indicio de que era otoño era la hojarasca que se arremolinaba haciendo un circulo perfecto en el claro.
El otoño era seco, sin embargo el suelo estaba esponjoso. Daba la impresión de que nadie había pisado ese césped, más que ella, al menos hacía mucho tiempo.
Algo llamó su atención por el rabillo del ojo, al otro lado del claro, entre la vegetación, había algo. Era una casa «¿quién podía vivir allí en medio de la nada?». Se acercó con cautela para ver si había alguien; la casa no parecía habitada. Entro en ella. Era vieja, pero bien arreglada, alguien se había dedicado a repararla. Estaba amueblada y sucia. Más polvo que otra cosa, aunque la flora comenzaba a hacerse cargo de ella y por su suelo y ventanas comenzaban a asomar hierbajos.
De pronto, se le ocurrió la loca idea de limpiarla y arreglarla, podría ser divertido y pasaría el tiempo.
Al día siguiente volvió con utensilios para la limpieza y comenzó su labor. Primero empezó por tirar todo lo que no servía y lo que no se podía reparar. Hizo un montón en el jardín, que también necesitaba un repaso. Los siguientes días los dedicó a limpiar y ordenar. Después le siguió lijar y barnizar la madera. El tiempo pasaba y la casa ocupaba todo su tiempo, olvidándose de todo mal y tristeza en su corazón.
Dos semanas después tenía la casa limpia y ordenada.
—Mañana empezaré con el jardín  —se dijo mirando toda la suciedad acumulada.
Podó y limpió todas las plantas, arbustos y árboles. Con el rastrillo y una guadaña cortó el césped y lo limpió, hizo un montón y lo quemó junto con los maderos y muebles viejos de la casa.
Por primera vez en su vida había hecho algo porque le apetecía y sin ayuda. Siempre habían ordenado su vida y decidido por ella, qué hacer, qué estudiar, dónde vivir, dónde trabajar y hasta qué ponerse. Estaba orgullosa de sí misma. Miró su obra y respiro hondo. Su sonrisa iluminó el atardecer. Se tumbó en el porche y se quedó dormida.
Soñó que vivía en su casa y el sol entraba por la ventana. Sonreía y alguien la abrazaba por detrás. Despertó de golpe. Alguien la observaba. 
—Buenos días —saludó María algo asustada al recién llegado.
—Bonita casa, no la recordaba así —miraba los jardines, parecía disfrutar de las vistas—. La última vez los jardines parecían un estercolero. ¿Ha arreglado también el interior?
—¿Es suya? ¡Oh!, lo siento, tan solo lo hice por entretenimiento.
—Tengo que darle la gracias, pero por otra parte debo preguntarle: ¿por qué ha entrado a una propiedad privada sin permiso? 
—Ha sido un error, cometo muchos y el más grave es enamorarme de personas o cosas cuando se que no debo.
—Pues gracias por limpiarla. Ya puede recoger los bártulos y desaparecer.
—¿Y ya está? No amigo, no. Puede que me haya hecho ilusiones y me haya enamorado. Equivocadamente, pero esto no es así.
—Es así y ya está desapareciendo, si no quiere tener problemas, mueva ese trasero de aquí.
Si algo sabía María era de despedidas, despedirse de seres a los que amas es muy complicado, pero lo había hecho con mucha frecuencia y de cosas inanimadas, pues la verdad no lo había hecho nunca. Alguna tenía que ser la primera.
Salió de la casa sin mirar atrás, era mejor no mirar. 
—Cuando vuelva será más fácil la despedida.
Dos horas después llegaba hasta la casa y llamaba a la puerta.
—¿Sí? ¿Otra vez usted? Fuera de aquí, sino quiere que llame a la policía.
—Es para advertirle que salga, no estoy enamorado de usted.
—¿Cómo dice? ¡Fuera de aquí! ¡Está loca!
—Efectivamente, o eso dicen, pero es que debo terminar el trabajo, ya no hay sitio para el amor en la casa si no puedo tenerla.
El hombre cerró la puerta en sus narices y María sacó una garrafa de gasolina y mientras tarareaba una canción fue rociando la casa alrededor. Acto seguido prendió fuego a la casa.
—María, ya te dije que no volvieras a enamorarte —se decía así misma mientras se iba del lugar. 

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