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Mostrando entradas de octubre, 2020

Saber esperar.

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Es en el invierno cuando uno desea que llegue la primavera, pero todo llega cuando tiene que llegar y tras una larga espera las noches se hacen días, los días semanas y estas, se convierten en meses y así los años pasan, deseando que las horas pasen, que los días lleguen y las primaveras nos alcancen, pero la verdad es que son los duros inviernos los que como una losa nos aplastan. Añoraba esos paseos por el parque, cuando la gente paseaba sin prisa, las parejas encontraban el refugio de los árboles para besarse por primera vez. Los niños corrían felices y yo, junto a mi amada, cogidos de la mano, recorríamos los senderos que nos llevaban al lago. Ahora tan sólo son recuerdos de un pasado.  Sentado en el viejo banco, intentando ver el lago, tan sólo el suelo alcanzaba a ver, pues mi cuerpo ya marchito por los años no me dejaba alzar la cabeza, ya estaba cansado. Una gaviota solitaria se posó bajo mis pies. Sabedora que nada la podía hacer. Escuché el sonido de unos pasos de

Triste canto del Guerrero.

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Triste canto del Guerrero Que olvidar su pasado quisiera Cansado de mil batallas Con su casa sueña Melancólica la espada arrastra Que con dolor la empuña No encuentra descanso tras la batalla Ni su corazón ni su alma disfrutan ya de la guerra Las heridas ya no duelen El hambre ya no siente Sueño ya no tiene Y tan sólo se mantiene en pie Por un hogar que en algún lugar encendido quedó, esperando verle llegar Ese es su único anhelo Pide a las estrellas, que en la siguiente guerra Muera en su bella tierra para así poder descansar en ella Sigue soñando el soldado Sigue añorando su tierra Si la muerte en la guerra no le alcanza Quizá lo haga la tristeza Sigue avanzando Guerrero Que tus pasos no se detengan La niebla de los años nubla tu vista Se hace de noche una vez más Y sueña con su hogar Sentada bajo su ventana ve a su amada que espera su llegada Triste canto del Guerrero Que sólo escucha los cantos del tambor Que regresa a la batalla y no sabe porque muere.

el Pacto del hombre muerto.

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Amanece y el rocío cubre mi piel y aunque el sol se ausentó, la brisa trae el recuerdo del sur en sus venas cubriendo mi desnudez. El aire saborea las gotas que cubren mi cuerpo. Los pájaros vuelan hasta mí alegrándome con sus cánticos. Aves, ardillas, zorros, erizos, ciervos y hasta insectos llegan para saludarme. El musgo crece libre y se confunde con el ocre color de las hojas de este otoño que se adelanta. Me gustaría ser fuerte para poder escuchar la dulce melodía de unos labios que se escapan. Recuerdos de una tarde lejana. Hoy quiero ser libre y dejarme llevar por el viento. Para cruzar el mundo, protegido por las nubes. Hoy desperté de este letargo para poder alcanzar la luna, para saciar la sed del navegante, para morir una y mil veces en este mundo errante. Juré ante mis reyes y gobernantes que mi cuerpo no descansaría hasta que el último de los asesinos dejara esta tierra y pagara por lo que me hizo. Triste juramento el mío, triste y complicado, pues por cada uno

sin olvidarse de vivir.

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María se sentó en la terraza del bar mirando al mar. La lluvia había cesado y, aunque la tarde estaba gris y amenazaba lluvia, le apetecía sentir el aire fresco en la cara.  Las gaviotas volaban en círculo sobre un barco pesquero que llegaba a puerto y un perro y su dueño corrían por diversión por la playa. Le agradaba la tranquilidad de las tardes de abril, cuando aún el frío no parece haberse dado cuenta que el invierno se ha marchado y la lluvia es una vendición, pues hace que la mayoría de la gente huya de terrazas y de lugares abiertos. Alguien se sentó en ese momento tras ella. Y la saludó. María correspondió con el mismo saludo, más por educación que por ganas. Le gustaba el silencio y no le apetecía hablar con nadie en ese momento. La brisa trae recuerdos del ayer y añoranzas de un futuro que está sin resolver. A María le agrada escuchar esos ecos en su cabeza y no le gusta que nadie entorpezca las voces. —Lo has hecho bien —la voz era de una mujer y no se le hacia