sin olvidarse de vivir.




María se sentó en la terraza del bar mirando al mar. La lluvia había cesado y, aunque la tarde estaba gris y amenazaba lluvia, le apetecía sentir el aire fresco en la cara. 
Las gaviotas volaban en círculo sobre un barco pesquero que llegaba a puerto y un perro y su dueño corrían por diversión por la playa.
Le agradaba la tranquilidad de las tardes de abril, cuando aún el frío no parece haberse dado cuenta que el invierno se ha marchado y la lluvia es una vendición, pues hace que la mayoría de la gente huya de terrazas y de lugares abiertos.
Alguien se sentó en ese momento tras ella. Y la saludó. María correspondió con el mismo saludo, más por educación que por ganas. Le gustaba el silencio y no le apetecía hablar con nadie en ese momento.
La brisa trae recuerdos del ayer y añoranzas de un futuro que está sin resolver. A María le agrada escuchar esos ecos en su cabeza y no le gusta que nadie entorpezca las voces.
—Lo has hecho bien —la voz era de una mujer y no se le hacia del todo desconocida—, pero ha llegado el momento de dejar atrás todos esos momentos. Está bien vivir los sueños, pero no es conveniente recrearse en ellos y olvidarse de vivir, María.
Un escalofrío recorrió su espalda. Quién en esa ciudad la conocía. Precisamente había viajado muy lejos para comenzar de nuevo. En un lugar que nadie la conociera. Que nadie la molestara. Se giró y, ahí estaba, era ella, María. Su cabeza no pudo soportar el verse a sí misma y todo comenzó a girar a gran velocidad. 
Cuando despertó, el camarero estaba junto a ella.
—¿Se encuentra bien? Me ha dado un buen susto. 
María, que en cualquier otro momento ni siquiera hubiera escuchado esas palabras, le sonrió.
—Sí. No sé qué me ha pasado —dijo María. El camarero le correspondió con otra sonrisa similar. 
—Le he traído otro café —le señalaba una taza en la mesa—. Y el otro es para mí. He terminado mi turno, y si no le importa, me gustaría disfrutarlo junto a usted admirando estas maravillosas vistas. Es un lugar tranquilo. Y así, de paso, me cercioraré de que esté bien y no le vuelva a suceder lo mismo.
A María no le importó. Quizá fuera el comienzo de algo. Quizá su yo tuviera razón y era el momento de dejar de soñar y aferrarse a la vida.

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