Saber esperar.




Es en el invierno cuando uno desea que llegue la primavera, pero todo llega cuando tiene que llegar y tras una larga espera las noches se hacen días, los días semanas y estas, se convierten en meses y así los años pasan, deseando que las horas pasen, que los días lleguen y las primaveras nos alcancen, pero la verdad es que son los duros inviernos los que como una losa nos aplastan.
Añoraba esos paseos por el parque, cuando la gente paseaba sin prisa, las parejas encontraban el refugio de los árboles para besarse por primera vez. Los niños corrían felices y yo, junto a mi amada, cogidos de la mano, recorríamos los senderos que nos llevaban al lago.
Ahora tan sólo son recuerdos de un pasado. 
Sentado en el viejo banco, intentando ver el lago, tan sólo el suelo alcanzaba a ver, pues mi cuerpo ya marchito por los años no me dejaba alzar la cabeza, ya estaba cansado. Una gaviota solitaria se posó bajo mis pies. Sabedora que nada la podía hacer. Escuché el sonido de unos pasos de mujer. Alguien se sentó a mi lado y ni siquiera miré.
—Hola, Armando.
—Quién eres, mujer. 
—He venido a buscarte. Tus días en este parque se acabaron. Ya no lo volverás a ver.
—He de confesarte, que hace mucho que lo dejé de ver. Mi vista ya no es la que era y mi cuerpo parece que ya no se levanta, pues la tierra me llama y cada vez estoy de ella más cerca.
—No es a la tierra donde te llevo, es al paraíso, donde yo y tus seres queridos te esperan.
Miré hacia donde procedía la voz y no vi a ninguna mujer, en su lugar la gaviota esperaba. Salió volando y yo también con ella, ahora tras unos días he vuelto y la gaviota de nuevo he visto. Espero impaciente, pues la gaviota ya se ha ido, pero no volando, pues su cuerpo aquí ha dejado.
El invierno con fuerza ha llegado y un manto de nieve ha dejado. El frío cala mis huesos y tras la noche mi alma, por fin, lo ha abandonado.

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