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Mostrando entradas de abril, 2022

Un breve encuentro.

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Fue breve, una noche como esta, cálida y serena, la vida en una calle desierta. Quiso acompañarla y la luna fue testigo de ese beso furtivo. Breve como una estrella fugaz, como la luz de una vela en una noche de cuento. La luna observa al caminante, siente que su alma escapa, que deseoso está de encontrar esa ánima de mujer errante. Las sombras de la noche llaman a ese ser que ansía ese beso, que escapó de una noche de luna sangrante y sexo. Siente que el aire lo envuelve, sabe que las sombras esconden, lo que la ciudad teme y las miradas se apartan, nadie quiere ver, nadie quiere saber, nadie quiere conocer el destino del hombre y esa mujer. Ya su cuerpo no obedece y desde que la besó, sueña con ella, siente su pena. En cada esquina, en cada portal, en cada callejón y escalera, ve la silueta de esa bella mujer. Una sombra oscura acecha al caminante de la ciudadela. La luna sangrante llama a la mujer sedienta de sangre. Ya es tarde para el caminante y aunque su alma sentenc

Donde crecen los lirios.

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Un escalofrío le recorrió la columna, como un millón de hormigas que subieran por su espalda. La noche estaba fría, el viento arreciaba y la lluvia se colaba por su ropa. —«¿Qué hacía allí?»— se preguntaba una y otra vez, pero no obtenía respuesta, tan solo el viento se atrevió a susurrarle al oído, como si los fantasmas del pasado le hablaran. Cerró la verja de entrada y al hacerlo esta emitió un chirriante grito. Encendió la linterna y un amarillento haz de luz parpadeó en varias ocasiones hasta que se apagó. Golpeó la linterna con la mano, como si eso fuera a hacer que las pilas volvieran a la vida. Escuchó el sonido de la hojarasca. No se atrevió a hablar y durante unos segundos tampoco a moverse, pensó que sería el viento y continuó el camino, ahora a oscuras, con la pala como arma de defensa. El aleteo de algún pájaro nocturno le hizo pegar un pequeño salto. Cerró los ojos e intento respirar de manera pausada, hasta que reunió fuerzas para seguir adelante. Por fin la

Un doloroso despertar.

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… prosiguió su camino sin un rumbo fijo no sabía, ni le importaba en ese momento, por dónde debía dirigirse, lo único importante era escapar del enemigo. El cielo se oscurecía a cada paso que daba. Parecía que se haría de noche en cualquier momento. De pronto, se encontró de bruces con el río, que discurría cada vez con más caudal de agua, en cualquier momento se desbordaría y anegaría todo el bosque. Tenía que esconderse, pero no sabía dónde. Un roble parecía esperarle cerca de la orilla. Sus ramas eran bastante fáciles de escalar, era un árbol viejo del que muchos animales se habían aprovechado ofreciendo cobijo para insectos, aves, pequeños mamíferos, y ahora, para un humano. Los huecos en el tronco le sirvieron de escala para llegar hasta la rama más baja y de ahí a una gruesa rama que ofrecía su protección de la visión de cualquier depredador, tanto animal como humano. Se tumbó en ella. Sabía que no era muy buena idea quedarse dormido, pues la flecha anclada a su brazo

El sueño.

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La ventana estaba abierta de par en par y un haz de luz se esparcía por la habitación. Las cortinas bailaban, parecían querer escapar con el aire cálido. Millones de motas de polvo volaban libres por la estancia, como llamadas por el rayo de sol. Despertó a la llamada de la naturaleza; los gorriones cantaban, quizá llamando a su pareja. Se asomó y pudo contemplar un paisaje de ensueño. Había llegado de madrugada y no le había dado tiempo de disfrutar de su belleza. Robles, fresnos, abetos, almendros y sauces se repartían el lugar. La hierba crecía alta acompañando a arbustos y flores, cubriendo el fértil suelo. La cara norte de algunos árboles estaba cubierta por el musgo y mariposas, abejas, avispas y demás insectos vivían en un paraíso de néctar y flores. Era casi perfecto. En ese momento sonó el inconfundible toc–toc de unos nudillos golpeando a la puerta. Fue a abrir. —Bienvenida, señorita Leo. Ha dormido hasta muy tarde y no queríamos molestar. Necesitamos saber cuál