Un breve encuentro.
Fue breve, una noche como esta, cálida y serena, la vida en una calle desierta. Quiso acompañarla y la luna fue testigo de ese beso furtivo. Breve como una estrella fugaz, como la luz de una vela en una noche de cuento.
La luna observa al caminante, siente que su alma escapa, que deseoso está de encontrar esa ánima de mujer errante.
Las sombras de la noche llaman a ese ser que ansía ese beso, que escapó de una noche de luna sangrante y sexo.
Siente que el aire lo envuelve, sabe que las sombras esconden, lo que la ciudad teme y las miradas se apartan, nadie quiere ver, nadie quiere saber, nadie quiere conocer el destino del hombre y esa mujer.
Ya su cuerpo no obedece y desde que la besó, sueña con ella, siente su pena.
En cada esquina, en cada portal, en cada callejón y escalera, ve la silueta de esa bella mujer.
Una sombra oscura acecha al caminante de la ciudadela.
La luna sangrante llama a la mujer sedienta de sangre. Ya es tarde para el caminante y aunque su alma sentenciada está, no puede dejar de pensar en la dama de negro y en sus labios de cristal.
Invoca a la noche y sus demonios.
La noche envejece y la muerte la acompaña.
Breve fue su encuentro y sostenido solo por un breve abrazo, breve beso y larga la despedida.
Lánguida es su sombra abandonada al viento, se hizo hoja entre sus pensamientos, librando batallas entre la locura y la cordura.
Él la llama, la invoca, su alma vende por encontrarse brevemente con la mujer que desea y teme.
Entre las sombras de la muralla un ser que ya no es de este mundo, se aparece ante los ojos de ese hombre que ya solo una cosa quiere.
Y la luna sangrienta su mirada aparta, para no ser testigo de un crimen que no tendrá castigo. El silencio se rompe, cuando unos dientes corrompen la carne de un hombre que muere por un breve encuentro.
Sedienta está de vida, hambrienta de almas impías, la mujer de negro mata y de amor muere cada día.
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