Un doloroso despertar.




… prosiguió su camino sin un rumbo fijo no sabía, ni le importaba en ese momento, por dónde debía dirigirse, lo único importante era escapar del enemigo. El cielo se oscurecía a cada paso que daba. Parecía que se haría de noche en cualquier momento. De pronto, se encontró de bruces con el río, que discurría cada vez con más caudal de agua, en cualquier momento se desbordaría y anegaría todo el bosque. Tenía que esconderse, pero no sabía dónde. Un roble parecía esperarle cerca de la orilla. Sus ramas eran bastante fáciles de escalar, era un árbol viejo del que muchos animales se habían aprovechado ofreciendo cobijo para insectos, aves, pequeños mamíferos, y ahora, para un humano. Los huecos en el tronco le sirvieron de escala para llegar hasta la rama más baja y de ahí a una gruesa rama que ofrecía su protección de la visión de cualquier depredador, tanto animal como humano. Se tumbó en ella. Sabía que no era muy buena idea quedarse dormido, pues la flecha anclada a su brazo le estaba matando. Necesitaba curarse las heridas, pero estaba tan débil, que no pudo hacer nada más. Su mente le decía que se moviera, pero su cuerpo no quería obedecer y se dejó atrapar por Morfeo, e Hipnos le proporcionó los sueños más placenteros:

«Sentado en una gran mesa, donde mujeres y hombres se deleitaban con multitud de platos, con un Puls de harina con legumbres, huevos, verduras, carne de avestruz, talones de camello, pollo y conejo. Grandes bandejas con toda clase de frutas y verduras. Todo el mundo reía y cantaba, mientras el ambiente se iba caldeando con el vino y la cerveza. Las manos de hombres y mujeres se escurrían entre los ropajes de la persona que tenían más cerca y poco a poco la cena fue quedando a un lado y los cuerpos desnudos se fueron apropiando de la mesa. La comida se degustaba encima de esos cuerpos. No se distinguía entre hombres y mujeres, ya daba igual si eran príncipes o mendigos, si un general o un esclavo, si cortesana o la mujer del Cesar. Sintió cada espasmo, cada orgasmo, cada felación hecha por hombres y mujeres, cada penetración en cuerpos desnudos».

El despertar fue más doloroso, no solo porque no quería dejar ese mundo que le recordaba lo que había dejado atrás, sino porque el brazo le estaba torturando.
Se había hecho de noche y la lluvia había cesado, pero estaba completamente empapado. Su brazo era el doble de grueso de lo que debería, tenía un color muy feo y se encontraba cansado y febril. Miró hacia abajo, y pudo comprobar que el río se había desbordado. No podía abandonar el árbol y necesitaba una cura urgente o perdería el brazo, en el mejor de los casos, y seguramente la vida…

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