A un palmo de distancia.




… Tan solo un par de horas antes, después de haber pasado la noche haciendo el amor. Miraban al techo. La luz del alba se colaba por el ventanal y daba calor a la habitación. A Muro le encantaba despertarse recibiendo la luz del sol sobre su cuerpo; aunque hubiera trasnochado, jamás cerraba las persianas, y las cortinas eran mero adorno, apenas tapaban nada; cualquiera desde el exterior, si es que alguien pudiera encaramarse a un balcón del séptimo piso, vería el interior de la habitación.
Lima se acurrucó colocando su cabeza en el pecho de Muro, mientras le acariciaba con sus uñas.
—Esto es maravilloso. ¿No te parece, Pablo? ¿No te gustaría despertar así cada día? —dijo una sonriente y feliz Lima.
Muro no entendió entonces a qué se refería ella.
—Sí que lo es —respondió un alegre Muro—. Deberíamos repetir esto más a menudo. Trabajamos demasiado.
—Me voy a preparar el café, me daré una ducha y me iré a casa. Tengo cosas que hacer. —Se levantó como un resorte y se marchó, dándole un beso en la mejilla.
—Pero…, ¿qué te pasa? —preguntó sorprendido. No entendía.
—Que estoy cansada. —respondió con un tono seco.
—Pues descansa aquí, conmigo. Acabas de decir que era maravilloso. —Muro, en ese momento, no comprendía.
—Estoy cansada de todo esto, Pablo. Cansada de que siempre me esquives. Cansada de mi trabajo y del tuyo. No hay futuro en ello, pero tú pareces no darte cuenta. No quieres responsabilidades, pero te atreves a pedirme que me quede. Dime una cosa, Pablo. ¿Qué soy para ti?
—Pero, qué bicho te ha picado. Tú para mí lo eres todo. Ya lo sabes.
—¿Sí? ¿Seguro? ¿O soy una más de tus follaamigas?
—Es injusto. Te recuerdo que, hasta que te conocí, tú también te trabas a todo lo que se meneaba cerca de ti.
—Exacto, hasta que nos conocimos, pero ahora te estoy pidiendo algo más, Pablo, pero no te preocupes. Sigue con tus amiguitos y con tus putitas. No vaya a ser que se te acabe esa reputación de macho que tienes.
—Vete tú también. Quizás al Jefe se la pongas dura.
—¡Vete a la mierda!
Muro recordaba que esa había sido la última conversación que mantuvieron antes del accidente.
Hasta el más duro de los hombres se vuelve un niño cuando ve próximo su final. Lo había visto millones de veces, hombres duros como robles, doblarse como espigas cuando se veían muertos. Lloraban y gemían, incluso se hacían sus necesidades encima. Él siempre pensó que algo así jamás le sucedería, que llegado el momento se mantendría firme, pero ahora era el momento, y se derrumbaba por dentro, su cuerpo luchaba por seguir erguido, pero su alma se arrastraba, pidiendo otra oportunidad, y su corazón intentaba latir con más ritmo en un esfuerzo inútil por no desfallecer.
Pero todo el mundo teme algo, y aunque hasta no hace mucho Muro hubiera dicho que no, ahora sentía ese temor a perder a LIma, sentía ese miedo irracional de perder a la persona que amas, de no volver a verla, de perderla o de no saber qué ha sido de ella. Y sufría, y su cuerpo recordó el miedo, y su vello se erizó, como un animal ante un peligro que no es capaz de entender.
Su cuerpo se apagaba bajo los retorcidos hierros del humeante coche, mientras la figura de Lima yacía en la calzada, a un palmo de distancia, sin poder tocarla, sin poderla pedir perdón…

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