Retazos de una despedida.
… El viento soplaba sin fuerza; era una agradable brisa proveniente del oeste. Aimar saboreó el aire como el que sorbe una taza de café, sintiendo como penetraba en su interior. Durante unos segundos se dejó llenar y llegaron hasta su mente las imágenes de una mañana de otoño, que como un fuego abrasador quemaba su cuerpo. Fue la última mañana en la que pudo disfrutar sin miedos, sin prisa, sin ataduras, saboreando cada momento con su mujer; cuando ignoraba lo que el destino les tenía preparado y cuando lo único importante eran ellos tres. Su mujer le miraba con ojos de enamorada, y su hija disfrutaba de su padre, pues en contadas ocasiones sucedía tal acontecimiento.
Ahora su mujer no estaba y la echaba de menos; echaba de menos esa sonrisa que iluminaba el aire; echaba de menos su mirada, que traspasaba su alma; echaba de menos cuando llegaba al hogar y ella le esperaba, y cuando no le esperaba también; echaba de menos sus enfados; sus palabras amables y sus insultos; echaba de menos esa forma que tenía ella de andar, que con cada golpe de cadera el universo parecía temblar; echaba de menos cuando le besaba para despedirse; incluso cuando un día se despidió de él de verdad; cuando con esa mirada triste que te dice que no quiere nada contigo, pero que sin ti nada tiene sentido. Fue ese día, fue esa mirada la que quedaría impresa en sus retinas.
Un tiempo después, fue sustituida por la de ella con ese pañuelo, el maldito pañuelo en la cabeza y que postrada en la cama del hospital le dijo adiós, con esa sonrisa que nunca perdió, con esa mirada que le contaba que no le guardaba rencor, que ahora estaba en paz. Pero no él, él nunca se verá liberado por esa carga que guardaba, que le aplastaba el pecho y no le dejaba respirar; ni con su esposa ni con su hija, y quizá muriese sin poder librarse de ella…
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