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Mostrando entradas de noviembre, 2022

Santuario Natural.

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La oscuridad de la cueva era casi total. Podía sentir el frío tacto del aire, y las humedad de las paredes que la envolvía. El oxígeno estaba viciado por llevar tantos siglos encerrado, pero no tenía miedo. Era consciente de que era el primer ser humano que violaba ese santuario natural, que había estado escondido durante tanto tiempo. Encendió la lámpara frontal, pues la linterna no le proporcionaba la suficiente luz para poder observar ese milagro de la naturaleza. Las estalactitas y estalagmitas se repartían por una gran bóveda que parecía no tener fin. El goteo constante del agua había formado un gran lago lechoso. María lo acarició. Estaba frío, muy frío. Le hubiera gustado bañarse en él. Imaginó a esos seres, que habían vivido hace milenios en ese lugar, entrando en el agua. Algo llamó su atención, en una pared, había unas manos dibujadas en posición negativa indicando, seguramente, que existía algún peligro y desistió de hacerlo. Colocó la suya sobre el dibujo, era u

Solo.

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Alberto, introducía casi medio cuerpo en el contenedor de basura. Cada noche, después de que el restaurante cerrara sus puertas y depositaran los restos, Alberto acudía para ver que podía rescatar; no antes, pues los porteros lo echarían a patadas. Con la comida que encontraba podía pasar el día. En ocasiones tiraban mantas que sus empleadas ya no querían, pero a él le servían aún; alguna pila para su transistor, aunque cada vez con menos frecuencia, las malditas baterías las estaban haciendo desaparecer; botellines de agua a medio consumir y alguna que otra bebida, como cervezas de lata. Esa era la última noche que encontraría algo, pues también cerraban sus puertas. Desde que la fábrica de conservas cerrara, Alberto se quedó a vivir en ella. Ya no había levantado cabeza; el resto de trabajadores habían migrado a otros lugares o se habían reciclado en otros trabajos, pero Alberto comenzó a beber. Se dijo a sí mismo que tenía por delante dos años de paro, más la indemnizaci

Un nuevo renacer.

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Fueron días de gloria, cuando la vida asomaba a cada paso. Ahora siento el frío tacto del paso del tiempo en mis arrugados dedos, ajando mi alma, sacudiédome por dentro. Me contaron mil historias, de las edades del hombre, en las que aún se guiaban por las estrellas y en los amaneceres despertaban sin sueño, ahora el mundo se derrumba a cada paso que dan. Yo, que he sobrevivido en el tiempo, que renazco cada noche. Me estremezco con el rumbo que llevan los humanos. La hierba sigue creciendo y las arañas tejen sin cesar, pero el murmullo del río ha cesado y las nubes surcan el cielo erráticas en un intento de sobrevivir. He oído a las cigarras cantar en invierno y las mariposas nocturnas ya no dejan la luna a su izquierda. La tierra sigue girando, la luna aún nos acompaña y el sol no se ha apagado, pero la tierra se agrieta y los ríos se secan. Yo, que sucumbí al sueño, que decidí que este mundo merecía su oportunidad. He visto estrellas moribundas que aún daban calor a sus

La caza.

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Fue como una sensación, tan solo eso, como un parpadeo fue lo que duró la visión. Algo o alguien había pasado corriendo junto a él. Lo vio por el rabillo del ojo, pero estaba seguro. Los perros ladraron y tiraron de él. Corrió hasta llegar al claro, donde una piedra con forma imposible se alzaba milagrosamente. Una roca horadada por el paso del tiempo, del viento y la lluvia. Lejos, entre la maleza que oscurecía el espeso bosque, un ser vigilaba. Sujetó el rifle con seguridad y apuntó. La figura se movió rápido y desapareció. Corrió hasta el lugar, no lo podía dejar escapar: llevaba tiempo intentando cazarlo, esa era su oportunidad. Las huellas dejadas por su presa estaban claras gracias a la lluvia caída días antes la tierra estaba mojada, era como una esponja. Los perros olisqueaban a la presa, no estaba lejos y ellos la encontrarían; los soltó y estos estallaron en ladridos, anunciando su llegada. Héctor corrió todo lo que pudo, estaba bien entrenado, pero la presa y los

El último regalo.

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... La policía había dejado las investigaciones, al menos por ahora y había decidido dar una vuelta por la casa de la playa, o lo que quedara de ella. El sol aún no había salido y la oscuridad reinaba todavía en la playa y en el rincón donde antes se erguía la casa había surgido un agujero negro. El silencio era total, tan solo roto por las rítmicas olas que rompían contra las rocas y la playa. Se fue acercando, como temiendo que algún ser surgido de la oscuridad la llevara con él. Algo seguía ahí, pensó que quizá los restos de la cabaña. Algo en las sombras la observaba, algo o alguien escudriñaba en su mente.  Rezó porque fuera su hermano, pero él no aparecía. Las sombras se iban alargando y de entre ellas algo surgió: la casa se mantenía en su sitio. —«¿Por qué la policía le había mentido». —Miró en su mano y las llaves de la casa aparecieron en ella—. «Me estoy volviendo loca. Quizá las cogí sin darme cuenta». Se fue acercando, no sin miedo. La casa estaba exactamente i