Solo.




Alberto, introducía casi medio cuerpo en el contenedor de basura. Cada noche, después de que el restaurante cerrara sus puertas y depositaran los restos, Alberto acudía para ver que podía rescatar; no antes, pues los porteros lo echarían a patadas. Con la comida que encontraba podía pasar el día. En ocasiones tiraban mantas que sus empleadas ya no querían, pero a él le servían aún; alguna pila para su transistor, aunque cada vez con menos frecuencia, las malditas baterías las estaban haciendo desaparecer; botellines de agua a medio consumir y alguna que otra bebida, como cervezas de lata. Esa era la última noche que encontraría algo, pues también cerraban sus puertas.
Desde que la fábrica de conservas cerrara, Alberto se quedó a vivir en ella. Ya no había levantado cabeza; el resto de trabajadores habían migrado a otros lugares o se habían reciclado en otros trabajos, pero Alberto comenzó a beber. Se dijo a sí mismo que tenía por delante dos años de paro, más la indemnización por el despido, pero el tiempo pasa rápido y los ahorros aún más y para cuando quiso darse cuenta no le quedaba un euro. Su casera, la señora Eleonor, le puso de patitas en la calle y desde entonces su vida se repartía entre los cajeros del pueblo y la fábrica.
Parecía que iba a comenzar a llover, debía darse prisa, si no quería pasar la noche empapado. Esa noche parecía que iba a ser buena, había comida abundante y dos latas de cerveza sin empezar que alguien había tirado. Lo metió todo en el carro de la compra que usaba para llevar sus pertenencias cuando un relámpago alumbró el cielo. Recogió todo lo que había sacado del contenedor y que no le era de utilidad y lo volvió a introducir, no quería dejar nada sucio. Cerró el contenedor y se marchó a la fábrica.
Ya no quedaba nadie en el pueblo, solo estaba él y los gatos, que huían ante su presencia: nunca se sabía qué podía hacer un hombre hambriento. 
El vello de la nuca le indicaba que nada bueno iba a suceder. El aire se hizo denso y un olor rancio invadió su espacio, sin que entendiera muy bien qué era. Un nuevo relámpago alumbró la fábrica e hizo que pegara un respingo. De pronto, en la puerta de la fábrica sonaron tres claras llamadas…

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