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Keltoi – La promesa de Esgàire.

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Fragmento del capítulo 8° de mi nuevo proyecto.  ... En la lejanía, un grupo de soldados Celtas, comandados por un monstruo llamado: Fearchar Seaghach, destruían un poblado Keltoi. Lo arrasaba.  Un trueno llamó la atención de Fearchar. Su caballo se levantó sobre sus cuartos traseros y relinchó. Fearchar intentó tranquilizarlo. Fijó su vista hacia el desfiladero y un relámpago iluminó lo que parecía una legión romana con sus «cohors» en cabeza. Fearchar sonrió. Tenían trabajo. Si algo le gustaba era cortar las cabezas de esos soldados traidores a sus padres. Jóvenes que se enrolaban como tropas auxiliares en la legión romana, dispuestos a morir por alguien que ha matado a su familia.  A Fearchar no le gustaba la gente. Odiaba a todo el mundo, pero odiaba más a los débiles de cuerpo y alma. Escupió en el suelo y levantó su mandoble. Un rayo cayó cerca de él, derribando un viejo roble y, una minúscula chispa brotó hacia su mandoble, lo que hizo que sus soldados al verle pensa

Re cordis.

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Un retazo del capítulo 7 de mi libro: «Re cordis». ...—Eso es, Ander —su voz se iba apagando y él iba despareciendo —Veo que vas recordando. ¿Te acuerdas que quisimos hacer lo mismo? Y descubrimos que era imposible, porque el agua cae con mucha fuerza y está muy fría, pero si que pudimos pasar al otro lado de la cascada y ver el mundo a través de una cortina de agua. Ahora debes seguir recordando. Ya casi está, viejo amigo. Su figura se fue apagando hasta desaparecer. Ya me quedé solo, solo con el silencio, escuchando los secretos que la noche me contaba entre susurros, sólo conseguía escuchar imperceptibles palabras, que como un cántico se deslizaban  y me entonaban enigmáticas plegarias. Atrevida inocencia mía de pedirte lo que por derecho pertenece a la noche y a sus obscuros misterios. —«¡Silencio!» —Volvía a gritarme la oscuridad, que interrogantes escondes tras tus muros, gritan mi nombre y las almas se estremecen al oírlo, me esperan tras sus murallas, impacientes, s

monstruos.

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Si nos preguntan: ¿Dónde se esconden los monstruos? Muchos responderán, quizá influenciados por la literatura o por los filmes de terror, que están en las mansiones apartadas en medio del bosque, o quizá en los cementerios o en lugares donde ha ocurrido un asesinato violento; o como apuntó Francisco Goya: «El sueño de la razón produce monstruos».  Pero si nos fijamos bien están con nosotros, viven con nosotros desde siempre, a nuestro alrededor. Se disfrazan de seres normales, visten como nosotros, actúan como nosotros e incluso tienen vidas similares a la nuestra. Quizá, quién sabe, nuestro vecino sea uno de ellos, la mujer a la que cedes el asiento en el autobús o puede que el niño que ves llorando porque sus padres han castigado, o tu pareja, ¿Quién sabe? Si te fijas bien, tras dar la vuelta a la esquina de tu calle, y tras esconderse en las sombras, sale a la luz su verdadera identidad. Esos monstruos no son como los de los cuentos que nos contaban de pequeños, son esos

ya no es otoño, ya llegó nuestra Abril.

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Ya no es otoño Ya en nuestra vida la primavera apareció Abril a nuestra vida llegó  Para despertarnos E instalarse en el corazón Suenan las campanas Que el mundo sepa que hay una nueva estación Es "Abril", que en este mundo de lágrimas apareció Para alegrarnos, para decirnos Que la vida sigue Que aún tenemos solución Ya llegó nuestra Abril Lloviendo sobre nuestras almas Y gritando: ¡QUÉ EL MUNDO SE ENTERE, LLEGUÉ PARA QUEDARME! Esa es mi primera misión Luego vendrán otras Pero eso será en otra estación Bajo el manto de la noche En el último pétalo de un verso de mil colores Acurrucada al cobijo del Árbol Bajo la fina lluvia de nuestra esperada Abril Lejos, muy lejos, separados por multitud de brazos deseosos de abrazos Viene con el viento Desnuda nuestras almas Viene con el viento  Atravesando el tiempo, recortando estaciones, moviendo cielos para llegar al verano sin pasar por el invierno Viene con el viento Dibujando la linea que separa el cielo Viene con el vi

Nada queda tras el olvido

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La vida pasaba despacio entre risas y llantos. Al cobijo del soportal, con la música de Jetro Tull, Santana, David Bowie o Supertramp sonando en un viejo walkman que situábamos entre nosotros. El tiempo no existía, la vida se agarraba y se consumía, como se consumían los porros, saboreando cada calada. Junto a la parada de taxis el camión de reparto, cada noche lo dejaba estaciondo. Era una oporunidad. Nos colábamos en él. Sólo había que levantar el toldo y dar con el lugar donde se escondían los batidos. Creimos tener el mundo a nuestros pies, creimos ser inmortales, creimos que nunca acabaría, pero llegó el momento de la despedida, Siempre llega. «Todo encuentro es el comienzo de la despedida», dice una máxima Budista. No hay nada más cierto.  El primero en irse fue (…), se marchó sin más. Sin despedirse. Una noche mientras degustábamos una botella de leche, los batidos se habían terminado, el chofer del camión lo vio. Fue tras él y al cruzar la calle… zas, de un plumazo.

La luz.

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La noche solitaria y la luna nueva caían como una losa sobre mí, y al entrar en el cementerio, los goznes del portón sonaron anunciando, a los seres que allí vivían, que un extraño ser había roto su descanso. Dejé la puerta entornada, para que no se escucharan más lamentos. Cada sombra me anunciaba un extraño ser que me vigilaba, cada ruido de sus habitantes nocturnos, aves, roedores, grillos y demás especies, me sobresaltaba y me encogía, escondiéndome en cada esquina que encontraba, como si los muertos pudieran verme o escucharme.  No sé porqué razón, cuando yo nunca he creído en fantasmas ni aparecidos, sin embargo, me aterraba la idea de que una mano invisible pudiera cogerme por detrás y arrastrame al inframundo. Notaba un aliento fétido en mi nuca y a cada paso miraba hacia atrás por si me seguían. Un escalofrío recorría mi cuerpo y mi vello me advertía que no flanqueara la gran tumba que tenía frente a mí. Me detuve y dudé si hacerlo o no. Al hacerlo la luz de las fa

quizá no esté todo perdido.

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Era curioso. Ya no escuchaba ni me alteraba el sonido del tráfico en la ciudad, ni siquiera el murmullo de la gente al hablar bajo mi ventana, ni el estridente sonido del martillo eléctrico de la obra que sonaba desde hace días frente a mi calle, pero el lejano canto de un gallo me había levantado esa mañana. Sonaba la campana de la iglesia que daba los buenos días. Las siete de la mañana. Y los pájaros alegraban mi despertar. Había olvidado todos esos sonidos, al igual que había olvidado la fragancia de los pinos. Al abrir la ventana vino a mí ese inconfundible olor a hierba mojada por el rocío, ese aroma inconfundible a lavanda, incluso el olor a estiércol que me inundaba me era agradable en ese momento. Me hizo recordar esos momentos de mi niñez. Echaba de menos el olor de la leche recién hervida, rebosando en la cazuela y recogiendo con la cuchara la nata que se desbordaba de ella.  Corríamos hacia el colegio, mochila en la espalda y canicas, chocando locas, en los bols

Saber esperar.

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Es en el invierno cuando uno desea que llegue la primavera, pero todo llega cuando tiene que llegar y tras una larga espera las noches se hacen días, los días semanas y estas, se convierten en meses y así los años pasan, deseando que las horas pasen, que los días lleguen y las primaveras nos alcancen, pero la verdad es que son los duros inviernos los que como una losa nos aplastan. Añoraba esos paseos por el parque, cuando la gente paseaba sin prisa, las parejas encontraban el refugio de los árboles para besarse por primera vez. Los niños corrían felices y yo, junto a mi amada, cogidos de la mano, recorríamos los senderos que nos llevaban al lago. Ahora tan sólo son recuerdos de un pasado.  Sentado en el viejo banco, intentando ver el lago, tan sólo el suelo alcanzaba a ver, pues mi cuerpo ya marchito por los años no me dejaba alzar la cabeza, ya estaba cansado. Una gaviota solitaria se posó bajo mis pies. Sabedora que nada la podía hacer. Escuché el sonido de unos pasos de

Triste canto del Guerrero.

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Triste canto del Guerrero Que olvidar su pasado quisiera Cansado de mil batallas Con su casa sueña Melancólica la espada arrastra Que con dolor la empuña No encuentra descanso tras la batalla Ni su corazón ni su alma disfrutan ya de la guerra Las heridas ya no duelen El hambre ya no siente Sueño ya no tiene Y tan sólo se mantiene en pie Por un hogar que en algún lugar encendido quedó, esperando verle llegar Ese es su único anhelo Pide a las estrellas, que en la siguiente guerra Muera en su bella tierra para así poder descansar en ella Sigue soñando el soldado Sigue añorando su tierra Si la muerte en la guerra no le alcanza Quizá lo haga la tristeza Sigue avanzando Guerrero Que tus pasos no se detengan La niebla de los años nubla tu vista Se hace de noche una vez más Y sueña con su hogar Sentada bajo su ventana ve a su amada que espera su llegada Triste canto del Guerrero Que sólo escucha los cantos del tambor Que regresa a la batalla y no sabe porque muere.

el Pacto del hombre muerto.

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Amanece y el rocío cubre mi piel y aunque el sol se ausentó, la brisa trae el recuerdo del sur en sus venas cubriendo mi desnudez. El aire saborea las gotas que cubren mi cuerpo. Los pájaros vuelan hasta mí alegrándome con sus cánticos. Aves, ardillas, zorros, erizos, ciervos y hasta insectos llegan para saludarme. El musgo crece libre y se confunde con el ocre color de las hojas de este otoño que se adelanta. Me gustaría ser fuerte para poder escuchar la dulce melodía de unos labios que se escapan. Recuerdos de una tarde lejana. Hoy quiero ser libre y dejarme llevar por el viento. Para cruzar el mundo, protegido por las nubes. Hoy desperté de este letargo para poder alcanzar la luna, para saciar la sed del navegante, para morir una y mil veces en este mundo errante. Juré ante mis reyes y gobernantes que mi cuerpo no descansaría hasta que el último de los asesinos dejara esta tierra y pagara por lo que me hizo. Triste juramento el mío, triste y complicado, pues por cada uno

sin olvidarse de vivir.

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María se sentó en la terraza del bar mirando al mar. La lluvia había cesado y, aunque la tarde estaba gris y amenazaba lluvia, le apetecía sentir el aire fresco en la cara.  Las gaviotas volaban en círculo sobre un barco pesquero que llegaba a puerto y un perro y su dueño corrían por diversión por la playa. Le agradaba la tranquilidad de las tardes de abril, cuando aún el frío no parece haberse dado cuenta que el invierno se ha marchado y la lluvia es una vendición, pues hace que la mayoría de la gente huya de terrazas y de lugares abiertos. Alguien se sentó en ese momento tras ella. Y la saludó. María correspondió con el mismo saludo, más por educación que por ganas. Le gustaba el silencio y no le apetecía hablar con nadie en ese momento. La brisa trae recuerdos del ayer y añoranzas de un futuro que está sin resolver. A María le agrada escuchar esos ecos en su cabeza y no le gusta que nadie entorpezca las voces. —Lo has hecho bien —la voz era de una mujer y no se le hacia

Tiempo de regalo.

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Ocurrió hace muchos veranos. Transcurría sin prisas, como todos los veranos que recuerdo de mi niñez. Era un año especialmente caluroso y habíamos decidido pasar al otro lado de la bahía para bañarnos. En cualquier otro momento lo hubiéramos hecho nadando, pues la travesía hasta el otro lado no es especialmente larga, pero uno de mis amigos no era muy diestro nadando y aprobamos por mayoría que pasaríamos la barca hasta el otro lado. Él, Eneko se llamaba, nos pagaba el viaje de vuelta, pues nosotros, Roberto y yo, sólo disponíamos de dinero para la ida. El lugar desde donde nos lanzábamos al agua estaba demasiado concurrido, tanto que decidimos ir hasta otro punto para darnos un chapuzón, pero buscar un lugar apropiado, ese día era tarea un tanto difícil. Anduvimos durante mucho tiempo bajo un cielo abrasador y húmedo. Roberto y yo íbamos charlando, cuando nos dimos cuenta que Eneko había desaparecido. Regresamos por donde habíamos ido y lo encontramos gastándose el dinero de nu

porque… yo, ya estoy muerto

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Los Bardos cantaron sobre él, pero jamás pronunciaban su nombre, no se atrevían. Creían que al hacerlo algo les sucedería. Decían de él que era el mismísimo Balar. Fearchar se lo llevó. Lo ató a su caballo y fue arrastrado hasta que lo creyó muerto. Permaneció tumbado mirando el firmamento durante toda la noche, jurándose que algún día, si salía vivo de esa, mataría a ese demonio. La suerte le sonrió cuando, al día siguiente lo encontró un grupo de soldados Celtas comandado por Chiomara, una mujer guerrera, esposa de Ortagión, jefe de los Tolistobaios. Contaban de ella, que fue apresada y violada por un centurión Romano y Éste al ver que era una mujer de alto rango pidió un rescate. El marido de ésta accedió y cuando el soldado recogía el oro con el que habían pagado, Chiomara lo decapitó y llevó la cabeza del centurión a su marido. Chiomara se apiadó de Esgàire y lo acogió en su casa. Lo instruyeron como a un guerrero, destacando, gracias a las anteriores enseñanzas, en el

Tardes de abril

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Las tardes de abril en el pueblo saben a vida. Vida en familia, niños corriendo, ancianos paseando junto a sus nietos; esos sabores de mar que hasta mí llegan y de tierra que las nubes traen, pronto lloverá y eso me trae recuerdos de tardes junto a mi chico, corriendo para cobijarnos en algún portal. Sí, también saben a besos y caricias  prohibidas, a aromas de madrugada y lágrimas derramadas. Pero la vida sigue su camino y lo que antes nos parecía el infierno ahora es tan sólo un bonito recuerdo.  El viento trae también recuerdos de juegos en la playa, juegos de niños que creían ser adultos. Besos furtivos en el mar jugando con sus cuerpos, descubriendo el amor, y de golpe y porrazo, pasando de niña a mujer; de jugar con muñecas y niños a cuidar del suyo. Se fue. De la noche a la mañana se fue. No solo él, también la niña que era. Se escapó entre sus manos las tardes de juegos, los sábados por la noche, el cigarro en el patio a escondidas. La adolescencia pasó sin esperarl

La magia (El último Guerrero)

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La fogata alumbraba ambas figuras, como fantasmagóricos espectros, bailando a la sombra de la luna. Un cuervo graznó y ambos alzaron sus cabezas, aunque Crewe no creía en los cuentos, no le gustó, era como un mal presagio. La druida azuzó las ascuas. —¿Qué te ocurrió, Crewe, para que no creas en la magia? Crewe se dedicaba a afilar su espada, la atendía y mimaba. Era consciente de que la debía cuidar, de ello dependía su vida y la de sus compañeros. Se levantó dando un par de estocadas al aire. Ceridwen no veía el arma, tan sólo veía el reflejo de la fogata en su hoja, pero sí que escuchaba su sonido al cortar el aire. —¿Qué no creo en la magia, dices? Te equivocas. La magia está entre nosotros. Es parte de nuestra vida —Ceridwen miraba sorprendida a Crewe. Él siempre había dicho que no creía en ella—, pero no en la magia que tú crees, Ceridwen, sino en la verdadera. »Para mí, magia es… sentir y transmitir una emoción; magia es, amar y ser amado; magia es, hacer que en un s

La soledad de los Dioses.

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La luz del sol bañaba cada centímetro de la habitación. Si me quedaba observando podía ver las millones de motas de polvo que bailaban alrededor de la ventana. Intentaba levantarme para poder cerrarla, pero la noche había sido especialmente densa. Ya no recordaba nada de ella, pero a juzgar de cómo estaba y cómo había quedo todo, debió ser increíble. El mundo me parecía un lugar lento y pesado, cualquier movimiento más allá de los involuntarios se me hacían casi imposibles, apenas tenía fuerzas para mirar. Intenté mover el brazo y el sólo hecho de pensarlo ya me parecía un exceso de fuerzas innecesarios, así que me quedé mirando las motitas de polvo. Fue ahí donde empezó todo. No sé exactamente que sucedió. Pudo ser el exceso de alcohol y drogas en mi pobre cerebro ya aniquilado, cortocircuitado por los estupefacientes y los años, pero algo me ocurrió que escapa a mi razón. Como decía, estudiaba cada mota de polvo y poco a poco fui adentrándome más y más en ese diminuto mun

La estela de la Luna.

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Bajo sus alas Perfumes del alma, aroma de madrugada y abrazos para un nuevo camino La Luna se hizo nube para dejarse llevar por el viento Así, desnuda de equipaje, pero con el corazón lleno Besos que surfean, bailan y a la rutina engañan Sonrisa de primavera, risa que el día alegra, versando en su cintura, navegando sin rumbo, volando por firmamentos, siguiendo tras sus pasos, sin miedos ni ataduras Ella, no guarda sus sueños, ella los libera, luego los hila con versos, los alimenta de besos, olvidando lamentos Agrega trozos de alma para arrojarlos al viento y los hace poesía Se siente el otoño Rasga tu piel, y bajo la luna que mengua, mis pies la sujetan Libera de tu pasado la pesada carga que tu cuerpo cansado arrastra Tiemblan a tu paso ciudades y reinos, que desnudos de almas albergan cuerpos que mueren en un intento de vivir entre gritos que rompen la noche, que arrastran a hombres y bestias al silencio del olvido No importa la distancia, no importa si abrazar puedes y

una noche más.

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Sonó la alarma de la esclusa de entrada al almacén. Era muchas las ocasiones en las que aparecía en el gestor que alguna puerta no estaba bien cerrada. Felipe, se acercó, con su característico paso desgarbado, sin ganas y con la seguridad de que alguien, seguramente del departamento de ventas, se había marchado sin cerciorarse de dejar la puerta bien cerrada. Pulsó el interruptor de la luz, pero nada sucedió. Cogió la linterna que llevaba colgando del cinto a forma de defensa, no había mejor defensa que una buena linterna de hierro, grande y pesada. Eran muchos años los que llevaba en el turno nocturno,lo prefería, pues ya estaba muy mayor y no tenía ni ganas ni paciencia para tener que discutir con nadie, y en ese turno estaba solo, como solo estaba en casa, en pocos días se jubilaría, y no hacía más que darle vueltas  a ese  asunto. ¿Que haría luego? Lo había retrasado todo lo que había podido, pero ya no le dejaban hacerlo más. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Ya ni se acord

Esperaba que se acordaran de mí.

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Esperaba sinceramente que me recordaran. Esperaba que me esperaran. Que al pasar el tiempo alguien en su memoria recordara quién fui. Quizá esperara demasiado, demasiado tiempo esperando que me esperaran.  Me dejé llevar por las calles, despacio, esperando que alguien me viera, pero nadie me vio. Pasé por sus vidas igual que la primera vez.  Pasa el tiempo y paso yo, pasa la vida y pasará conmigo o sin mí. Esperaba ver esos amaneceres en las noches de verano. Esperaba ver las estrellas pasar, que como lágrimas recorren el manto de este oscuro cielo. Esperaba oler el aroma de los jazmines, la madre selva recorriendo con sus alegres colores la pared de mi vieja casa. Recordé los atardeceres en mi jardín.  Recordé las tardes de lluvia, cuando empapados por ella y el alcohol nos dejábamos llevar, y despertábamos a la luz de la luna llena, dejándonos envolver por su silencio, con mentiras disfrazadas de verdades que nos prometíamos aconsejados por el alcohol y la juventud de una

Eterna muerte

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Truena y rompe el silencio y el relámpago enseña las ruinas del viejo castillo Un sinfín de cuerpos sin vida se alojan en los muros del fuerte Tras la fortaleza se encuentran las almas sin vida de lo que quedó tras la contienda Luchan por no pasar al olvido Lidian por seguir en este mundo y no descansarán hasta que se reconozca su valía Ancianos y desvalidos enseñan sus cicatrices sin darse cuenta que muestran sus debilidades al enemigo Roban los últimos suspiros de los que en vida fueron sus amigos Para poder sobrevivir tal sólo un día en el recuerdo de la mente de unos seres que se alimentan del miedo del desvalido Si miras en las noches de luna de sangre Verás a un ejército de ánimas que ruegan por reencontrarse Sueñan por una libertad que nunca llega Viven en una muerte eterna Donde las espadas no hieren Tan sólo les duele el olvido, que noche tras noche les recuerda que una vez fueron hijos y padres y matando encontraron su muerte eterna.

El hombre vestido de Armani (3° y última).

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Esta vez sí. Se asomó a la ventana decidida, ya era igual, a estas alturas el hombre de negro ya sabía que ella lo había visto. —¡La cabina! —Dijo en voz alta. fue a su mesita y se hizo con todas las monedas que pudo. Salió de nuevo. Miró en todas direcciones, pero no vio a nadie. Era su oportunidad — quizá el señor Armani estaba ocupado en el portal—. Pensó. Respiró tres veces profundamente, salió fuera e hizo la misma operación que en la anterior ocasión. La calle seguía vacía. Corrió hacia la cabina. —¡Malditos niñatos! —Maldijo a la noche—. ¡Por qué no os arrancáis los pelos de los huevos, bastardos hijos de puta! —A la cabina le faltaba el auricular. Lo habían arrancado. Y de nuevo se dio cuenta que había cometido el mismo error que en el salto anterior. Se había olvidado de coger las llaves. —¿Dónde había otra cabina? Piensa, puta estúpida —se maldijo—. Sí, precisamente donde se encuentran esos cadáveres. ¿Y si el señor Armani sigue ahí? Estaba paralizada, no podía dar

El hombre vestido de Armani (2°)

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Corrió todo lo que pudo y se escondió tras un coche. Se agachó y miró bajo las ruedas. Esperó durante unos minutos que se le eternizaron, no sabía exactamente cuanto tiempo había permanecido en esa posición hasta que quiso incorporarse y se dio cuenta que le dolían los pies y las rodillas. Las malditas piedrecitas de la calle se le habían clavado en ellos. Era ahora, tenía que echar a correr. Miró hacia su ventana. Estaba alta, pero creía poder alcanzarla, sólo tenía que recordar sus años de atleta. Habían pasado ya unos cuantos, pero cuando la situación lo requiere el cuerpo tiene la habilidad de recordarlo. Se levantó y corrió  todo lo que pudo sin molestarse en girar para mirar; tres últimas zancadas perfectas, digna de lo que antaño fue, una campeona. Salto perfecto, incluso se dijo que había superado su propio récord, suelen decir que el cuerpo humano es capaz de realizar hazañas, en estado de estrés, que normalmente nos parecerían imposibles y, así había sido en ese instan

El hombre vestido de Armani. (1°).

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Las luces de neón bañaban la habitación. Echó un vistazo al reloj de mesilla y su penetrante luz amarilla parecía decirle que no era hora de levantarse; aun así, hizo caso omiso a la advertencia —las tres de la mañana era una hora tan buena o mala como cualquier otra, si una se siente sola y el calor y las moscas no te dejan dormir. Abrió la ventana, una ventana vieja y de madera en forma de guillotina, que la hizo encajar en la zona superior con un pasador metálico, y salió al exterior. Se sentó en el alfeizar con los pies colgando, dejando expuestas sus largas y delgadas piernas. Se había dejado puesta la peluca color azul cuando llegó a casa. Se había quedado dormida con ella. Se la quitó y la arrojó  encima de la cama. Se deshizo de los ganchos para sujetar el pelo y dejó libre su mediana melena negra. Echó un vistazo a su reloj de pulsera; las tres y doce minutos. Giró su cabeza hacia la izquierda. En unos segundos aparecería —Era como un puto reloj—. Ahí estaba. El hombre

Jaque al rey.

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La unidad había atacado en pequeños grupos de combate y todos habían sido reducidos a la nada. Sólo quedaba Esgàire Anndrasdan, o eso creía. Se refugió tras una gran roca desde donde vigilaba al enemigo, no era muy numeroso, pero eran enormes y sus espadas eran tan grandes y pesadas que un hombre de su envergadura no sería capaz de izarla por encima de su cabeza con una sola mano. Estaba asustado. Por primera vez en su vida tenía miedo, si le veían le darían caza sin piedad. Bajó despacio, deslizándose por la duna que le cobijaba, pero un descuido hizo que la arena se moviera más de lo que tenía previsto y eso alertó al enemigo. Corrió, corrió todo lo que daban sus piernas, pero no sabía si eso sería suficiente, el enemigo era numeroso y más alto que él, aunque eran tan pesados que podría tener una pequeña posibilidad. Se enfundó la espada en la espalda y no quiso mirar hacia atrás. Escuchaba sus flechas pasar atravesando el aire cerca de sus oídos, incluso hubiera jurado que a

El despertar.

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Desperté, y lo primero que me llamó la atención fueron las flores, flores frescas en la ventana, flores frescas en el jardín y flores frescas en el jarón. llegaron hasta mí las fragancias ya olvidadas. Con la edad se pierde los sentidos, eso dicen, pero yo los había recuperado de pronto. Era un milagro. Quise decírselo a mis allegados, pero no había nadie en ese momento para poder comunicarle esa gran noticia. De pronto, recordé los nombres de mis hijos y mis nietos, incluso podría decirles el día de su cumpleaños. ¿Cumpleaños? Por dios, hoy era el de mi difunto marido. Hoy, Dani, hubiera cumplido 98, cuatro más que yo. Hoy es viernes, el día que mi hijo Carlos y Cristina, mi nuera, vienen a visitarme. ¿Qué hora será? Hay un despertador en la mesilla. Las 16:45, queda menos de quince minutos para que lleguen, me llevarán a merendar y luego daremos un paseo por los jardines y si el tiempo se lo permite saldremos al parque a dar una larga vuelta. Estoy deseando darles esa buena n

Sobre un vidrio mojado.

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Fue un instante, como un fragmento en el espacio, igual que si el tejido del tiempo se hubiera abierto durante unas décimas de segundo. Vi su cara dibujada en el aire. Daba la impresión de que las gotas de la fina lluvia, que caía en ese momento, dibujaran la silueta de su cara. Me miraba y me pareció vislumbrar en su faz una expresión de felicidad. Quise agarrarla, abrazarla, decirla que seguía amándola, que no la había olvidado, que me esperara, pero no estaba ahí. Otra vez mi mente me había jugado una mala pasada. El callejón, que daba a la parte trasera de mi casa, estaba vacío. Tampoco era de extrañar. El tiempo estaba desapacible y la noche no invitaba a estar fuera. A pesar de todo, me senté en las escaleras de incendios mientras me encendía un pitillo. La lluvia cesó en ese instante y las nubes corrían raudas hacia este, dando paso a las estrellas, que luchaban por resplandecer entre las nubes errantes. Me quedé como alelado viéndolas brillar, mientras la cerilla se

El amanecer del mar

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Fuerte como un doble latido fue un sueño viviendo lento, atrapando cada momento, surcando el mar con su elegancia, recuerdo el Viento en mi pelo cuando el mar, el barco, el aire y yo eramos uno, sintiendo esas caricias del viento en el océano, acariciando y alcanzando el cielo con los labios para así saciar mi sed de aventuras. Naufragando en sus manos me encontré sin remedio en ella me perdí, recorriendo el mapa de su cuerpo, siendo música de agua, sonrisa eterna en la que perderse, escuchando su eterno son al romperse. Desperté los sentidos en mi lucha contra el viento, en la madrugada me perdí en sus pensamientos, siendo furia y calma, sereno y tormenta, brillando siempre en mis ojos cual relampago. Recorrí cada palmo de su alma con mis lamentos. Sintiendo la bruma  que de nuestro mar llega calmada, lenta, pero inexorable alcanzando nuestro mundo, cubriéndonos. Que pase el otoño y se lleve las hojas, que arrastre nuestras almas impías, que el invierno nos acoja, que nos de co

Mis cinco muertes

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Podíamos estar horas hablando, podíamos mirarnos sin decirnos nada, que el tiempo pasaba sin apenas darnos cuenta; un día con ella era un suspiro. Su sonrisa, su forma de mirarme, su gracia al hablar, era única. No he conocido a nadie igual.  Eran finales de los años setenta y aquel verano sería el ultimo de mi alocada adolescencia. A partir de aquel verano nuestras vidas cambiaron para siempre. Sentados en el suelo, apoyados contra la pared de la pescadería mirando al mar, los chavales tiraban las cañas y algún sucio corcón picaba el anzuelo, para acabar en el mar otra vez. Los barcos iban llegando mientras las gaviotas nos anunciaban quién traía las bodegas llenas. El atardecer es realmente hermoso y más cuando eres joven y enamoradizo. Nos levantamos, María había decidido pasear. Tenía algo importante que decirme y quería estar a solas. Agradecía la brisa proveniente del mar, siempre me ha gustado. Agarrados de la mano dejamos atrás las pescaderías. El vie

Cyaram Mèin. El soldado sin alma. (IX y último).

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El hijo de Apolonio llamó al resto de hombres dentro del castro, para ayudar a sus hombres en el campo de batalla. Los arqueros se prepararon para el ataque que les llegaba. Los soldados ya no eran conscientes de por dónde eran atacados, ni unos ni otros, todo era un caos. La lluvia, el barro, la sangre y el miedo les impedía saber la realidad. Tan sólo los más adiestrados eran capaces de discernir si amigo o enemigo. Eòghan se movía con soltura, pegado a él, Maol, Crewe y Cromwell. Cuatro soldados de gran envergadura que golpeaban y cortaban extremidades, pues los escudos y las corazas de los Romanos eran fuertes y tenían que atacar donde estaban descubiertos. Los Celtas no tenían ropa y sus escudos no eran tan duros, pero eso les hacía más rápidos en el combate. Cortaban y seccionaban con rapidez y la sangre y vísceras se hacían sus aliadas. Los legionarios no podían hacer gran cosa y se defendían como podían, pero llegó la ayuda desde el castro y de pronto una lluvia d