monstruos.
Si nos preguntan: ¿Dónde se esconden los monstruos? Muchos responderán, quizá influenciados por la literatura o por los filmes de terror, que están en las mansiones apartadas en medio del bosque, o quizá en los cementerios o en lugares donde ha ocurrido un asesinato violento; o como apuntó Francisco Goya: «El sueño de la razón produce monstruos».
Pero si nos fijamos bien están con nosotros, viven con nosotros desde siempre, a nuestro alrededor. Se disfrazan de seres normales, visten como nosotros, actúan como nosotros e incluso tienen vidas similares a la nuestra. Quizá, quién sabe, nuestro vecino sea uno de ellos, la mujer a la que cedes el asiento en el autobús o puede que el niño que ves llorando porque sus padres han castigado, o tu pareja, ¿Quién sabe? Si te fijas bien, tras dar la vuelta a la esquina de tu calle, y tras esconderse en las sombras, sale a la luz su verdadera identidad. Esos monstruos no son como los de los cuentos que nos contaban de pequeños, son esos que se esconden en cada uno de nosotros, y que salen a la luz cuando nadie nos ve. La historia que os voy a contar, podría ser cierta, o no. Vosotros decidiréis.
»En esta desapacible tarde de lluvia Lucía ha salido a pasear. No soportaba más esas discusiones. Tontas discusiones de pareja, pero que cada vez son más frecuentes. Y todo porque está de bajón, porque ha perdido su trabajo y su madre, con la que tan unida estaba, ha fallecido hace poco y se pasa el día tumbada en la cama sin ganas de nada. No le ha dicho nada a su pareja y se ha marchado.
»Si miras hacia el callejón que hay tras el cine la verás llorando. Está ahí, no soporta que la vean llorar y menos su pareja. Detesta dar pena a nadie y la rabia se la ha ido acumulando en su espalda. Se desahoga sin que nadie la moleste con estúpidas palabras consoladoras.
Saca un pañuelo del bolsillo y se quita el poco maquillaje que le queda, pero espera, algo ocurre. Parece que discute con alguien. Es un hombre. No se le ve muy bien, parece un mendigo. La lluvia es tan fuerte que apenas se vislumbra nada y su ruido impide que nadie pueda escuchar como grita.
»¡La están robando! ¡Alguien debería llamar a la policía! Si alguien la escuchara.
El hombre le está arrancando la cadena, esa que es un recuerdo de su madre. Grita, pero el ladrón la golpea y la tira al suelo.
»¿Puede ser cierto lo que vemos? El mendigo se disculpa y sale corriendo.
»Lucía se ha levantado y corre tras él. Es una corredora nata. No en vano es campeona de atletismo y desde hace pocos años de MMA. Lo agarra por detrás y tira de él. El hombre ha caído de espaldas al suelo y ella… ¡Oh, Dios mío! Salta sobre el pecho del hombre. No solo una vez, sigue saltando y…, lo golpea una y otra vez mientras lo inmoviliza, lo estrangula.
»¡Para, Lucía, para! Ya no nos oye. Está descontrolada. El hombre parece que ya no se mueve, pero ella no deja de apretar. Le ha arrancado la cadena de sus manos. La rabia se refleja en su rostro, pero lejos de arrepentirse le escupe en la cara y se aleja del lugar. Creo que se dirige a casa.
»Es ahí, en esa ventana. Donde se ha encendido la luz. Son ellas. Lucía y su pareja. Se abrazan, parece que se han reconciliado. Se ha apagado la luz. Quizá mañana sepamos algo más. ¿Se lo habrá contado? O quizá…
»Es curioso, llevo sin saber nada de la pareja de Lucía desde hace tres días. Ella…, bueno, sale todas las noches y se esconde tras las sombras de la ciudad. Donde nadie mira. Ni siquiera yo me atrevo a adentrarme ahí.
Qué escalofrío... Ayer veía Asesinato por decreto y me ha recordado tu narración ciertos momentos.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Rubén.
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