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Mostrando entradas de marzo, 2024

La diosa sin alma.

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 Quisieron callarla, desmembrarla, apagar su luz, y durante un tiempo lo consiguieron, mas la eternidad es larga y su sombra deambuló por mundos sin nombre y por soles sin brillo, hasta que cansada regresó. En un rincón de su alma una luz habló, y susurró su nombre y el nombre de los que un día la despojaron de su alma. Tras el arcoíris, una luna se reflejó, y su luz hambrienta de vida la atrajo hacia el abismo de los desamparados. Sintió un nuevo amanecer, y el clamor de las olas en su cuerpo resonó. Soplaron nuevos vientos que la alzaron como a una diosa a la que aclamar, el mundo la desearía y de sus cenizas brotaría una nueva vida. Llegaron venidos de otras tierras, para ver a la nueva señora. Nuevos días de paz y de luz en un futuro incierto, lleno de temores a un nuevo cambio, el tiempo pasa lento y tras el cristal las nubes se alejan y el sol y su odio la cegó. La tierra dejó de girar, resurgiendo entre mares, surcando olas en los corazones del hombre. Pero algo no e

Okupas.

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La lluvia golpeaba con fuerza sobre el techo de metacrilato. La noche se había tornado fría y húmeda y la calle ya no ofrecía cobijo a los dos okupas de la vieja fábrica. Una luz proveniente de la farola exterior esparcía sus sombras por el piso, apenas eran unos borrones entre el entramado de fundas para cables, que habían sido arrancados por los ladrones; estos asemejaban a pieles de la muda de una serpiente. Un rayo cayó cerca y la farola amenazó con apagarse. El trueno que lo siguió hizo que Helena se sacudiera de su improvisado asiento, un cajón de algún archivador de madera. Luis se arrimó a ella para ofrecerle protección y calor, estaban empapados y muertos de frío. Otro rayo con su relámpago inundó de luz la estancia y acto seguido la luz se apagó, ahora apenas si se reconocían. La oscuridad era total. El agua se filtraba a través del techo y las gotas producían un espantoso sonido al caer sobre el suelo de piedra. De pronto, la lluvia y los truenos cesaron y, se hi

La estación de invierno.

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Se sentaba en el andén, mientras esperaba la llegada del tren. La fina lluvia cubría su rostro y al cobijo de la noche su cuerpo no era más que una ilusión. No hacía más que intentar robar un poco de tiempo, un tiempo que llegaba sin retraso, que no esperaba y en ese andén su cuerpo se marchitaba, mientras la lluvia en su cara camuflaba sus lágrimas y el tiempo que en ella se reflejaba. Sonó la sirena y el tren pasó sin detenerse y la sombra de la Dama cubrió la de él. Suena la última señal, y el viejo reloj no cede su paso y en la estación los caminantes siguen, solo él se queda para esperar el próximo tren. Lágrimas de soledad inundan el andén, que caen sobre su equipaje, como pétalos de una flor que muere sin haber visto el sol. Suena en la estación la señal y otro tren parte sin esperar. Yacen, inmersos en la ciudad, los corazones hambrientos mueren en soledad. Y lejos, muy lejos, está la multitud que, deseosos de abrazos, lamen sus propias heridas. Es el lamento de los

Y sentí frío.

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Y sentí frío, el mundo estaba quieto, el mundo se detuvo; y sentí frío, como abandonado, como si nunca hubiera existido, como si la soledad fuera compañera del alba; y sentí frío, como si ya la losa fuera mi techo, como cuando sientes que pierdes un abrazo, como el beso que nunca quisiste, igual que el adiós que no esperabas. Y sentí frío en esa soledad que se hizo mi amiga, y la verdad se perdió entre las costuras de su abrigo, como el calor, como la vida. Y el frío no se fue, y la soledad se hizo mi amiga, y la tristeza rozó mi corazón, como el látigo del capataz, como ese frío, como la soledad, como el olvido. Y me olvidé de amar, y me olvidé de vivir, y me perdí entre la cordura y la sensatez, y en un abrazo conocí a la muerte. Pero no era tan agria como el olvido, ni tan fiera como la soledad, ni tan fría como el frío abrazo de los que se olvidaron de quererme. Miré para el frío amanecer, y los fríos rayos de la luna me recibieron, y el frío canto del gallo no me despe