Y sentí frío.
Y sentí frío, el mundo estaba quieto, el mundo se detuvo; y sentí frío, como abandonado, como si nunca hubiera existido, como si la soledad fuera compañera del alba; y sentí frío, como si ya la losa fuera mi techo, como cuando sientes que pierdes un abrazo, como el beso que nunca quisiste, igual que el adiós que no esperabas.
Y sentí frío en esa soledad que se hizo mi amiga, y la verdad se perdió entre las costuras de su abrigo, como el calor, como la vida.
Y el frío no se fue, y la soledad se hizo mi amiga, y la tristeza rozó mi corazón, como el látigo del capataz, como ese frío, como la soledad, como el olvido.
Y me olvidé de amar, y me olvidé de vivir, y me perdí entre la cordura y la sensatez, y en un abrazo conocí a la muerte.
Pero no era tan agria como el olvido, ni tan fiera como la soledad, ni tan fría como el frío abrazo de los que se olvidaron de quererme.
Miré para el frío amanecer, y los fríos rayos de la luna me recibieron, y el frío canto del gallo no me despertó.
Y entonces recordé, que la vida la perdí cuando me olvidé de querer, me olvidé que ya no recordaba el amanecer, y recordé que me había olvidado de sentir, de que siempre existirá ese instante para recordar, siempre ese momento que mi retina retiene para no olvidar.
Esos silencios, imágenes, aromas y pensamientos que no son más que el recuerdo de un momento que no quiero olvidar.
Esas miradas, miradas frías que quisieras olvidar y otras que siempre recordaré.
Hay frías palabras que no dicen nada, que te agujerean el alma, se clavan en tu memoria, las liberas y regresan, mueren para renacer, y las respiras.
Respiras sueños, respiras recuerdos que nunca existieron y que quisieras olvidar, y otros que quisieras recordar.
Otra vez, ese frío, esa oscuridad, que se aferra en mí, como la garra del comandante, cuando gritando: —¡Disparen!— Clavó su fría mirada en mi cuerpo ya vacío de vida, y mi alma, ya perdida, sueña con esa libertad.
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