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Mostrando entradas de septiembre, 2022

Todo lo que mi vista abarca.

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La luz se filtraba por la ventana y la habitación se iluminó con la tenue luz del atardecer. Eran los últimos rayos, que como mi esperanza, iban desapareciendo. Su cara se iluminó con la llama de una cerilla y una fina lámina de humo ascendió impregnando del aroma a tabaco toda la habitación. Me aferraba a la idea de que ella no me dejara, como ese fino humo a su cigarro, sin esperanza, pues tarde o temprano se apagaría. Se acercó, y a cada movimiento de cadera esparcía el aroma de esa fragancia que tanto le gustaba y a mí me volvía loco. Como música de fondo se escuchaba la inconfundible melodía de Woman cantada por John Lennon. —Es inevitable —dijo en un susurro casi inaudible. Sus largas uñas acariciaron mi pecho, que no dejaba de subir y bajar al ritmo de un corazón que lo golpeaba, en un intento de escapar de su jaula, como queriendo irse con ella y abandonar mi cuerpo que ya estaba moribundo. —Aún lo puedo arreglar. —Me miró y parecía que lo hiciera por primera vez.

Un ser especial.

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... De eso hacía ya un par de meses y no sé si algún día podré superarlo. Ese tiro no solo le mato a ella, sino que también iba dirigido a mí. El pecho de Imanol se hinchó y deshinchó por última vez. Su cara reflejaba felicidad. Enaut pensó que al menos había muerto, al fin, feliz. Le hubiera gustado que Esperanza lo hubiera conocido, igual que haber hecho justicia en ese pueblo de miserables. Ahora tenía dos promesas que cumplir: tapar las pruebas que incriminaban a Esperanza, y la más difícil: incinerar el cuerpo de Imanol. Quería que repartiese las cenizas en la caída de agua que discurre del río hacia la mar. Alguien en el tanatorio le debía un favor. —¿Sabes qué nos pasará si nos pillan, verdad? —Roberto empujaba una camilla por el pasillo que conducía hasta el garaje subterráneo. —Claro que lo sé, y te lo agradezco. Sé que te juegas el empleo y seguramente los dos acabaremos en la trena si nos descubren, pero se lo prometí. —Aún no entiendo cómo puedes hacer esto, con

Una última vez.

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Llovía sobre la ciudad y me resguardaba sentado en el portal. La ciudad estaba triste y la tarde se alargaría. Escuché unos pasos que se acercaban. —Creí que no vendrías. ¿Vas a subir? —Debo irme. Ella lo sabe. Subiré de todas formas. —No sé si querrá verte. Me acompañó sin decir palabra. Llamé a la puerta de su cuarto. No contestó, pero pasé igualmente. Tumbada de lado en posición fetal miraba una fotografía en blanco y negro tomada en la feria, con una gran noria tras nosotros. La foto estaba arrugada y mojada. —¿Qué haces aquí? —me preguntó enfadada y triste al mismo tiempo— ¿No tenías que irte? —He venido a despedirme. —Pues ya lo has hecho. Cierra la puerta cuando salgas. Me acerqué despacio, como temiendo asustarla. Me senté a sus pies. Llevaba puesto el perfume que le regalé en ese primer encuentro. Llegaron hasta mí los recuerdos de aquella tarde. Tan lluviosa como esa en la que estábamos, pero maravillosa para nosotros. Recuerdos de risas, de besos, de furtivas mir

El viaje.

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Qué locura. Había decidido coger el autocar, que me llevaría muy lejos. Sin pensarlo, no quería arrepentirme. Dejaba atrás: mi familia, mis amigos, mi trabajo…, mi vida. Miré al cielo en un último acto de ver si alguna señal divina o humana me decía que no se me ocurriera, pero no hubo nada. Abrí el móvil que yacía en mis manos mudo, como si el mundo hubiera sucumbido a un ataque nuclear. Nadie se acordaba de mí, cómo no desaparecer de un mundo que ya no me pertenecía, cómo no huir del silencio que ensordecía mis pensamientos, cómo no escapar de…, nada. No era nadie.  El conductor me observaba, como el que se encuentra ante una aparición. Me miraba sin verme. Era un fantasma para él. Pasé a su lado y me dirigí al asiento. Nadie se fijó en mí. Al fin y al cabo eso era lo que pretendía al huir, que nadie supiera de mí. Comenzaría una nueva vida. El autocar se puso en marcha y vi pasar el paisaje, y con él toda mi vida, la carretera transcurría cada vez más rápido. Un millón d