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Mostrando entradas de julio, 2020

El hombre vestido de Armani (3° y última).

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Esta vez sí. Se asomó a la ventana decidida, ya era igual, a estas alturas el hombre de negro ya sabía que ella lo había visto. —¡La cabina! —Dijo en voz alta. fue a su mesita y se hizo con todas las monedas que pudo. Salió de nuevo. Miró en todas direcciones, pero no vio a nadie. Era su oportunidad — quizá el señor Armani estaba ocupado en el portal—. Pensó. Respiró tres veces profundamente, salió fuera e hizo la misma operación que en la anterior ocasión. La calle seguía vacía. Corrió hacia la cabina. —¡Malditos niñatos! —Maldijo a la noche—. ¡Por qué no os arrancáis los pelos de los huevos, bastardos hijos de puta! —A la cabina le faltaba el auricular. Lo habían arrancado. Y de nuevo se dio cuenta que había cometido el mismo error que en el salto anterior. Se había olvidado de coger las llaves. —¿Dónde había otra cabina? Piensa, puta estúpida —se maldijo—. Sí, precisamente donde se encuentran esos cadáveres. ¿Y si el señor Armani sigue ahí? Estaba paralizada, no podía dar

El hombre vestido de Armani (2°)

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Corrió todo lo que pudo y se escondió tras un coche. Se agachó y miró bajo las ruedas. Esperó durante unos minutos que se le eternizaron, no sabía exactamente cuanto tiempo había permanecido en esa posición hasta que quiso incorporarse y se dio cuenta que le dolían los pies y las rodillas. Las malditas piedrecitas de la calle se le habían clavado en ellos. Era ahora, tenía que echar a correr. Miró hacia su ventana. Estaba alta, pero creía poder alcanzarla, sólo tenía que recordar sus años de atleta. Habían pasado ya unos cuantos, pero cuando la situación lo requiere el cuerpo tiene la habilidad de recordarlo. Se levantó y corrió  todo lo que pudo sin molestarse en girar para mirar; tres últimas zancadas perfectas, digna de lo que antaño fue, una campeona. Salto perfecto, incluso se dijo que había superado su propio récord, suelen decir que el cuerpo humano es capaz de realizar hazañas, en estado de estrés, que normalmente nos parecerían imposibles y, así había sido en ese instan

El hombre vestido de Armani. (1°).

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Las luces de neón bañaban la habitación. Echó un vistazo al reloj de mesilla y su penetrante luz amarilla parecía decirle que no era hora de levantarse; aun así, hizo caso omiso a la advertencia —las tres de la mañana era una hora tan buena o mala como cualquier otra, si una se siente sola y el calor y las moscas no te dejan dormir. Abrió la ventana, una ventana vieja y de madera en forma de guillotina, que la hizo encajar en la zona superior con un pasador metálico, y salió al exterior. Se sentó en el alfeizar con los pies colgando, dejando expuestas sus largas y delgadas piernas. Se había dejado puesta la peluca color azul cuando llegó a casa. Se había quedado dormida con ella. Se la quitó y la arrojó  encima de la cama. Se deshizo de los ganchos para sujetar el pelo y dejó libre su mediana melena negra. Echó un vistazo a su reloj de pulsera; las tres y doce minutos. Giró su cabeza hacia la izquierda. En unos segundos aparecería —Era como un puto reloj—. Ahí estaba. El hombre