El hombre vestido de Armani (3° y última).
Esta vez sí. Se asomó a la ventana decidida, ya era igual, a estas alturas el hombre de negro ya sabía que ella lo había visto.
—¡La cabina! —Dijo en voz alta. fue a su mesita y se hizo con todas las monedas que pudo. Salió de nuevo. Miró en todas direcciones, pero no vio a nadie. Era su oportunidad — quizá el señor Armani estaba ocupado en el portal—. Pensó. Respiró tres veces profundamente, salió fuera e hizo la misma operación que en la anterior ocasión. La calle seguía vacía. Corrió hacia la cabina.
—¡Malditos niñatos! —Maldijo a la noche—. ¡Por qué no os arrancáis los pelos de los huevos, bastardos hijos de puta! —A la cabina le faltaba el auricular. Lo habían arrancado. Y de nuevo se dio cuenta que había cometido el mismo error que en el salto anterior. Se había olvidado de coger las llaves.
—¿Dónde había otra cabina? Piensa, puta estúpida —se maldijo—. Sí, precisamente donde se encuentran esos cadáveres. ¿Y si el señor Armani sigue ahí?
Estaba paralizada, no podía dar un paso hacia la calle, pero debía intentarlo. Fue en ese preciso instante cuándo vio al hombre de negro asomar por la esquina. Dio un respingo, la respiración se le aceleró y las pulsaciones se le dispararon debido al miedo y a la cocaína. Esta vez no se paralizó, volvió a correr hacia la ventana. La carrera era corta, pero en su cabeza se le hacía interminable, se le iba alejando, era como un sueño en el que no ves el final y las piernas se te vuelven lentas y pesadas, y los que te persiguen, aunque nunca llegan a cogerte, parece que corren más que tú.
Estaba cerca, tan sólo tenía que ejecutar la misma operación que una hora antes, dio un salto digno de una atleta olímpica, perfecto y sincronizado, o al menos eso le pareció a ella, pero no lo fue tanto, no había calculado bien y al intentar asirse al saliente de la ventana los dedos se le deslizaron, antes de que pudiera agarrarse bien, y fue a dar con su cuerpo en la pared. El golpe fue tremendo perdiendo el conocimiento. No soñó, sólo se apagó su luz y todo se volvió tan oscuro como su portal. El despertar fue duro, lento y doloroso. La luz dañaba sus ojos y la cabeza era un sonoro palpitar. La gente se arremolinaba alrededor de ella y un hombre apartaba a la multitud. Era el hombre de negro.
Se apartó de él.
—¿Se encuentra bien? —Le decía el hombre vestido de Armani—. Se ha dado un fuerte golpe en la cabeza. ¿Qué intentaba hacer?
—No disimule —le dijo Lima—. Le he visto. Ahí, en esa calle —le decía señalando con el dedo.
—¿Qué me ha visto? No sé que ha visto. Me han avisado dos amigos con los que charlaba de que usted se había dado un fuerte golpe y, cómo soy médico, he venido para ayudar. Creo que debería acercarse por el hospital y que le vieran.
—Estoy bien, gracias —la gente se fue marchando—. Perdone, y gracias por todo —el hombre de Armani también se marchó y Lima se quedó sentada en la calle pensando que todo había sido un mal sueño debido al golpe y a toda esa mierda que se tomaba
—¿Todo había sido producto de un mal sueño? —Observó al hombre de negro mientras éste tomaba la esquina de la calle, pero antes de perderse de vista se giró, sonrió y guiñó un ojo.
— ¡¿O quizá no?!
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