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Mostrando entradas de agosto, 2022

Instinto depredador.

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... Por fin había llegado a ese maldito pueblo. Aunque dicen que las coincidencias existen, yo soy de los que creen que nada es casual. Ese pueblo tenía ese espesor en el ambiente que te dice que nada es lo que parece. El aire huele a rancio, a vicio, a muerte y mentira. Me arrodillé para saborear ese penetrante olor a podredumbre que se había quedado impregnado en todo lo que rodeaba al pueblo, incluida la hierba que ahora estaba en mi mano tenía ese frío tacto que deja la muerte. Incluso yo, que he recorrido ciénagas repletas de fantasmas, he visitado el inframundo, he visto de cerca la muerte, he bailado con ella, me han disparado, me dieron por muerto mil y una vez y he visitado la guarida del diablo, no me atreví a dejar de mirar hacia el pueblo que se escondía con la llegada de la noche. Una espesa bruma ascendía por el acantilado y caía sobre él y sus habitantes, muy lentamente, como temiendo llegar. Una casa, antes de llegar al pueblo, parecía dar la bienvenida a lo

Un placentero descanso

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... La noche se cerró sobre ellos, la brisa se tornó más fría y el sol ya no calentaba sus cansados huesos. Apenas veían. Estaban hechos de pecado, eran entes prohibidos, eran dos almas errantes que el destino decidió que debían estar solos. La noche se iba y la luna siguió su camino. Como ángeles erráticos se escondían del hombre y su destino. Todo cambió de repente y sus corazones pidieron calma. Todo cambió a su alrededor y sin darse cuenta la vida pasó, con la noche como cómplice. Tras varios años ya nadie buscaba. El hambre hizo que Enara se acercara a la playa. La noche y su luna la llamaban, pero decidió disfrutar de la brisa. El relajante son de las olas rompiendo en el arenal hizo que el cambio fuera sencillo. ¿Cuántas noches peleando por una presa? ¿Cuántas noches en vela? ¿Sin amaneceres tranquilos y sin una sábana limpia bajo la que despertar?  Dejó que la brisa marina la llevara lejos de ese lugar, donde los sueños y sus seres dominan la noche. Se dejó caer sob

Mensaje en la botella.

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Llevábamos muchos milenios mandando mensajes en botellas, hasta que alguien encontró una. Una civilización nos respondió: Su mundo había sido engullido por su estrella y buscaban un lugar donde poder vivir. No eran muchas naves las que navegaban en busca de un nuevo mundo, así que habían puesto rumbo a la tierra. Llegarían en dos décadas. Deberíamos prepararnos. En la tierra los países debatían qué hacer, cómo recibir a esos seres que llegaban. Unos decían que nos traerían prosperidad; otros que si venían a invadirnos; había quien aseguraba que nos echarían del planeta. Se organizaron en dos bandos, los que sí querían a los alienígenas y los que optaban por no dejarlos pasar. Los recursos en la tierra escaseaban, por eso los del bando del sí, alegaban que con su tecnología nos ayudarían; los del no, decían que nos los consumirían. Hubo revueltas de un lado y del otro, se fueron armando y acabamos por consumir todos los recursos que nos quedaban. No se sabe a ciencia cierta

Superluna.

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... Tras varias noches en vela,  la vieron aparecer. La brisa de la mar hacía levitar su vestido, que era visible gracias a la luna y su reflejo en el agua, que como un espejo alumbraba la orilla de la playa. Aritz se deleitaba viendo a la mujer caminar. Era preciosa y alguien así no merecía morir.  Hasta Aitziber sintió algo que nunca antes había percibido. También deseaba a esa mujer y esa maravillosa estampa ayudaba. ¿Cómo alguien podía desear que una mujer así fuera asesinada? Esperaron a que se fuera acercando. Debería ser rápido antes de que ella fuera consciente de qué estaba sucediendo. La casa de la playa parecía advertir a su dueña que no se acercara, pues sus paredes se quejaron y la puerta comenzó a golpearse. El viento comenzaba a arreciar, aunque la noche seguía tranquila, las olas se hacían dueñas del paseo. La superluna tenía parte de culpa. Eran mareas vivas y ahora tocaba pleamar. La mujer se detuvo observando a las dos figuras que estaban plantadas delant

La última noche.

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Contemplaba la ciudad tras los cristales. Un fuerte aguacero había hecho que las calles quedaran desiertas. De vez en cuando pasaba algún valiente que cruzaba la avenida o alguna pareja que bajo el refugio del paraguas no eran conscientes de la tormenta.  Esa noche no podría pegar ojo, así que un café sería perfecto, pero la camarera pareció no escuchar.  La puerta se abrió de golpe y el viento se coló llevando consigo unas cuantas hojas y a una mujer escondida tras un sombrero y un rojo abrigo hasta los tobillos, igual de rojos que sus labios y su pelo. Su paso era firme. Haciéndose notar a cada golpe de tacón. El aire parecía envolverla y el espacio se movía a su alrededor. Era consciente de que era el blanco de las miradas. Paseó su vista por el establecimiento. Él la miraba, ella se la devolvió y dirigió sus pasos hasta su mesa. —¿Puedo sentarme? —preguntó sabiendo la respuesta, pues mientras la formulaba apartaba la silla y se sentaba. Ahora parecía ignorarle, mirando