Un placentero descanso



... La noche se cerró sobre ellos, la brisa se tornó más fría y el sol ya no calentaba sus cansados huesos. Apenas veían. Estaban hechos de pecado, eran entes prohibidos, eran dos almas errantes que el destino decidió que debían estar solos. La noche se iba y la luna siguió su camino. Como ángeles erráticos se escondían del hombre y su destino. Todo cambió de repente y sus corazones pidieron calma. Todo cambió a su alrededor y sin darse cuenta la vida pasó, con la noche como cómplice.
Tras varios años ya nadie buscaba. El hambre hizo que Enara se acercara a la playa. La noche y su luna la llamaban, pero decidió disfrutar de la brisa. El relajante son de las olas rompiendo en el arenal hizo que el cambio fuera sencillo. ¿Cuántas noches peleando por una presa? ¿Cuántas noches en vela? ¿Sin amaneceres tranquilos y sin una sábana limpia bajo la que despertar? 
Dejó que la brisa marina la llevara lejos de ese lugar, donde los sueños y sus seres dominan la noche. Se dejó caer sobre la arena y que la mar mojara sus desnudos pies. Escuchó que la naturaleza la llamaba, en algún lejano lugar un congénere la reclamaba, pero eso no la puso nerviosa y dejó que se fuera apagando. Desconectó sus finos oídos mientras sus ojos se plegaban a un placentero sueño. Su compañero de viaje tendría que esperar un poco más, ahora lo espiritual era más urgente que lo material. Lo necesitaba, necesitaba alimentar su alma tanto como su cuerpo y se dejó hacer. Sintió elevarse entre las finas gotas de la mar. Notó en su cuerpo el delgado tejido del espacio que la envolvía y la arrastraba atravesando el tiempo, moviéndose como una efímera nube en una mar en calma, igual que una mariposa nocturna voló siguiendo la estela de la luna, y lloviendo cual rocío sobre las hojas, descansó.
Al despertar la cruda realidad la esperaba. Amanecía y su estómago reclamaba su alimento. Olió algo que le trajo un viejo recuerdo. Y lloró, porque ya nada volvería a ser igual...

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