Instinto depredador.




... Por fin había llegado a ese maldito pueblo. Aunque dicen que las coincidencias existen, yo soy de los que creen que nada es casual. Ese pueblo tenía ese espesor en el ambiente que te dice que nada es lo que parece. El aire huele a rancio, a vicio, a muerte y mentira. Me arrodillé para saborear ese penetrante olor a podredumbre que se había quedado impregnado en todo lo que rodeaba al pueblo, incluida la hierba que ahora estaba en mi mano tenía ese frío tacto que deja la muerte. Incluso yo, que he recorrido ciénagas repletas de fantasmas, he visitado el inframundo, he visto de cerca la muerte, he bailado con ella, me han disparado, me dieron por muerto mil y una vez y he visitado la guarida del diablo, no me atreví a dejar de mirar hacia el pueblo que se escondía con la llegada de la noche. Una espesa bruma ascendía por el acantilado y caía sobre él y sus habitantes, muy lentamente, como temiendo llegar.
Una casa, antes de llegar al pueblo, parecía dar la bienvenida a los caminantes que se atrevieran a entrar. Una luz amarillenta en una de las ventanas era la única señal de que había alguien dentro, fuera todo parecía abandonado. La leña se acumulaba en un lateral, pero daba la sensación de que habían pasado muchos años desde que la cortaran y el alero del granero yacía esparcido pasando a formar parte de la naturaleza; la flora lo cubría casi por completo. El tejado de la casa se vendría abajo también en cualquier momento, así como el porche, donde los escalones habían sufrido la misma metamorfosis y la madre natura se había hecho cargo de su nueva vida, ahora servía de cobijo para animalillos campestres.
Me pregunté cómo alguien podía vivir en ese lugar. La ventana se abrió y un mujer salió tras ella. Me escondí y observé. La mujer parecía oler el aire, igual que lo hacen los perros y aunque sabía que no me podía ver, fijó su vista en el lugar donde estaba escondido. Fue extraño, pero me pareció verla sonreír.
Era el lugar indicado. Una mujer sola en medio de la nada. Me dirigí decidido hacia la puerta. Busqué el timbre de llamada, pero carecía de ello, así que llamé con los nudillos, aunque la puerta era tan gruesa que apenas emitió sonido, tras unos segundos volví a llamar y cuando creí que nadie acudiría la mujer asomó por una de las ventanas. La suciedad en los vidrios era tal que apenas se adivinaba su cara.
–Sí, ¿quién es? —preguntó una suave voz de mujer.
—Me he perdido. Si fuera tan amable de dejarme llamar por teléfono. El mío se ha quedado sin batería.
La pesada puerta se abrió haciendo chirriar sus goznes, como si no se hubieran usado en años, Una tímida joven mujer asomó por ella. Llevaba puesto un transparente camisón que dejaba entrever sus curvas, cuando la luz de la entrada tras ella se encendió pude ver que bajo el camisón no llevaba nada. Su perfume embriagaba, pero a mí, que he sido seducido por toda clase de sirenas y lamias, no me engañaba, continuaba oliendo a muerte en ese bello cuerpo.
Me dejó pasar. La casa estaba tan podrida por dentro como por fuera, igual que lo estaba el alma de esa mujer. Me indicó que pasara al fondo del salón, donde una mesilla solitaria sostenía un maltrecho teléfono de rueda. Me dirigía hacia él mientras pensaba que tal artilugio era imposible que siguiera funcionando, pero debía seguir la corriente.
Al fondo del salón una gran biblioteca se alzaba milagrosamente. Estaba repleto de majestuosos libros antiquísimos, con lomos gruesos, con incrustaciones doradas, aunque las termitas se estaban haciendo cargo de ellos y una espesa telaraña que parecía sujetarlos los cubría. Sujeté el auricular del teléfono e hice girar la rueda numérica, a sabiendas de que no funcionaría. Miré hacia la mujer y es cuando me percaté de que se estaba riendo. Por un momento temí por mi vida, me quedé paralizado. La mujer parecía insinuarse y mientras se acercaba se iba desprendiendo del camisón. Estaba paralizado y mi pene a punto de salirse de la bragueta. La mujer me acariciaba con sus largas uñas al tiempo que daba vueltas a mi alrededor. Su mano pasaba por mi pecho y mis partes, hasta la llegué a besar, por unos segundos pensé que me tenía ganado, pero llevo muchos años sobre la faz de la tierra. Ambos somos depredadores y sabemos jugar con nuestros dones.
Hay seres en este mundo que te engañan y manipulan y te hacen creer y ver lo que tu mente quiere ver.
Ante mí se erguía un ser que me doblaba en tamaño, sus asquerosos tres pares de patas negras se aferraban a mí. Asemejaba una gran araña, con una poderosa mandíbula que se abría en cuatro porciones con unos dientes preparados para la trituración de huesos y carne. La saliva del ente resbalaba por encima de mi hombro.
Mi transformación fue la más rápida que recuerdo, en segundos un gran lobo gris saltaba sobre su cuello y no dejé de apretar hasta que vi que no se movía. No me atreví a comer de esa putrefacta carne. Debería seguir buscando... 

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