Nada queda tras el olvido





La vida pasaba despacio entre risas y llantos. Al cobijo del soportal, con la música de Jetro Tull, Santana, David Bowie o Supertramp sonando en un viejo walkman que situábamos entre nosotros.
El tiempo no existía, la vida se agarraba y se consumía, como se consumían los porros, saboreando cada calada.
Junto a la parada de taxis el camión de reparto, cada noche lo dejaba estaciondo. Era una oporunidad. Nos colábamos en él. Sólo había que levantar el toldo y dar con el lugar donde se escondían los batidos.
Creimos tener el mundo a nuestros pies, creimos ser inmortales, creimos que nunca acabaría, pero llegó el momento de la despedida, Siempre llega. «Todo encuentro es el comienzo de la despedida», dice una máxima Budista. No hay nada más cierto. 
El primero en irse fue (…), se marchó sin más. Sin despedirse. Una noche mientras degustábamos una botella de leche, los batidos se habían terminado, el chofer del camión lo vio. Fue tras él y al cruzar la calle… zas, de un plumazo. Un coche se lo llevó.
El segundo «Zas» fue (…). A ese se le olvidó que nunca se debe pedir un favor a quien sabes que no es de fiar. Ese era esperado. Un favor que no pudo pagar y Zas, para el otro barrio.
El siguiente en pasar fue (…), un mal chute se lo llevó. Zas.
Una vez estuve obsesionado de un recuerdo, una vez me olvidé de olvidareme que no tenía que recordarles. 
Pasaron los días y me olvidé de vivir. Pasaba la vida y no recordaba cómo olvidar. Hasta que llegó el olvido y recordé que también se puede ser feliz sin olvidar que hay momentos que es mejor no recordar.
Ahora recuerdo que tras el olvido ya no hay nada. 
Yo fui el siguiente Zas, porque mi vida se fue al traste y la memoria me falló. Así, de golpe, como se fueron mis amigos, yo también me fui de mi mente, y ahora, que por fin recuerdo. Ya nada me queda más que eso que quisiera olvidar.

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