Cyaram Mèin. El soldado sin alma. (IX y último).






El hijo de Apolonio llamó al resto de hombres dentro del castro, para ayudar a sus hombres en el campo de batalla.
Los arqueros se prepararon para el ataque que les llegaba.
Los soldados ya no eran conscientes de por dónde eran atacados, ni unos ni otros, todo era un caos. La lluvia, el barro, la sangre y el miedo les impedía saber la realidad. Tan sólo los más adiestrados eran capaces de discernir si amigo o enemigo.
Eòghan se movía con soltura, pegado a él, Maol, Crewe y Cromwell. Cuatro soldados de gran envergadura que golpeaban y cortaban extremidades, pues los escudos y las corazas de los Romanos eran fuertes y tenían que atacar donde estaban descubiertos. Los Celtas no tenían ropa y sus escudos no eran tan duros, pero eso les hacía más rápidos en el combate.
Cortaban y seccionaban con rapidez y la sangre y vísceras se hacían sus aliadas. Los legionarios no podían hacer gran cosa y se defendían como podían, pero llegó la ayuda desde el castro y de pronto una lluvia de saetas dejó cuerpos amigos y enemigos por el camino. Los tres hombres se cubrían con escudos Romanos y avanzaban hacia el castro.
Cyaram se inclinó hacia Dior, que seguía con él en el carro.
—Es el momento. Nuestros hombres ya están en posición.
—¿Estás seguro, Cyaram?
—Nunca lo he estado más. Si tengo que morir que sea combatiendo junto a mis hombres. Es la única forma de ir Ávalon. Ya he soportado muchos inviernos y he clamado al cielo porque todo acabara. Ya son muchas batallas libradas y ahora deseo ganar la principal. Es el final, amiga. Siento no haberte conocido antes.
—No, no es el final, es sólo el comienzo. Al otro lado te esperaran nuevas batallas que librar. Espérame. En Ávalon hay un hogar esperándote, sobre verdes prados y el más manso río de aguas cristalinas. Multicolores bosques tras la cabaña.
—¿Caza?
—Mucha caza, amigo Cyaram, gamos, renos, Jabalíes, corzos y osos nos esperan, el fuego del hogar siempre encendido, compañero —miró al cielo y pidió a Taramis un poco más de tiempo—. ¡Ya sólo queda una batalla, y él no la verá, estamos a punto de ganarla, tú, mi dios, que tantas batallas has librado, tú, mi señor, que sabes mejor que nadie qué es morir con honor, no dejes que muera así, un sólo favor te pido, déjalo combatir esta última guerra y será tuyo!
Un rayo atravesó el cielo. Los dioses parecían escuchar. Cyaram y Dior gritaron.
—¡¡¡VICTORIA Y MUERTE!!! —Los caballos corrieron a su orden, atravesando cuerpos inertes y otros que intentaban escapar. Dior prendió fuego al carro con aceite y saltó sobre un caballo. Cyaram gritaba y cuando estaban junto a la puerta del Castro, Dior desenganchó a los caballos y estos, junto con ella, escaparon. El carro de fuego se estrelló contra la puerta y el fuego se extendió rápido debido al aceite que portaba el carro.
El fuego corrió rápido a través de la muralla, una muralla sin terminar que estaba reforzada de madera. Los intentos de apagarla fueron inútiles y los Celtas entraron.
—¡Ahora! —gritó Victorio a los arqueros—. Las flechas volaron, una vez más. Muchos Celtas cayeron como moscas, pero el siguiente grupo iba preparado, levantaron los escudos y penetraron gritando. Ahora era el turno de hacer hablar a las espadas. El caos reinaba y ya nadie sabía que debía hacer. No llegaban órdenes, sus jefes habían perecido y nadie sabía que ocurría, la lluvia, la sangre y el miedo reinaban.
Eòghan entró lanza en mano junto a Crewe, seguidos por Cromwell y Maol. Maol portaba un cuchillo en la boca. Saltó de su caballo sobre un soldado que lanzaba flechas sobre los Celtas. Rodaron hasta que el cuchillo atravesó el cuello del arquero, Maol se izó victorioso sin ver que un lancero le atravesaba el pecho por su espalda. Crewe galopó atravesando la plaza veloz, pero no pudo evitarlo, tan sólo le dio tiempo a acabar con la vida del lancero, la espada de un joven guardia le atravesó sin piedad.
Eòghan y Cromwell luchaban desesperados ante la llegada de más soldados legionarios y aunque Cromwell y Eòghan eran mucho más diestros y experimentados no pudieron evitar caer en la batalla.
Los vieron llegar y juntaron sus espaldas. Se sabían vencidos, pero no se quejaron ni se rindieron. Los Romanos intentaban matarlos, pero eso es complicado cuando el enemigo se sabe muerto y nada tiene que perder. Los dos soldados Celtas ya no veían ni atendían a la lucha, eran máquinas de cercenar y cortar perfectas, sin descanso, sólo escuchaban el sonido de sus armas al cortar: "ffffssshh" "Chhasss" y la sangre de sus enemigos corriendo entre sus brazos y manos les daba más fuerzas y debido a eso no sentían como sus cuerpos se desangraban al paso de las espadas enemigas dentro de sus cuerpos y tras largos minutos de agonía caían inertes entre el resto de los soldados.

Minutos más tarde tan sólo una figura, con el cabello rojo, quedó para contarlo.
Dior, subió a la zona más alta del castro, clavó su lanza y colgó de ella la triqueta Celta. Observó el campo de batalla y sus lágrimas se confundieron con la lluvia.
—¡Va por ti, Cyaram! —Gritó— ¡Por todos vosotros!



A lo lejos, una legión, llegaba al Castro y lo primero que vieron fue a una mujer que ondeaba una bandera Celta en su mano izquierda, y en la derecha portaba una espada y miraba desafiante a los soldados que llegaban.
Un arquero tensó su arco.
—¡Arquero! —Se dirigió Cayo Antistio al soldado—. El que se atreva a tocar un pelo a esa mujer se las verá conmigo. Esta guerra la hemos ganado, pero la batalla por este castro, ellos, han sido los merecedores y justos ganadores.
—Es una mujer, mi señor, y salvaje.
—¿Una salvaje, decís? Tiene más agallas que muchos de los soldados que he conocido. Ya me gustaría a mí tenerla en mi regimiento.
—¡SOLDADOS! —Ordenó Cayo—. Recoged a los hombres que estén heridos y al resto dadle sepultura. ¡Nos vamos!




FIN.


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