Cyaram Mèin. El soldado sin alma. (VIII).
Todos estaban en sus puestos. Los soldados Romanos en perfecta formación tortuga, esperando al ataque enemigo.
Apolonio, desde la muralla, instruía a sus hombres, mientras se vestía para la batalla.
No llegaban noticias desde Roma y ya no podía esperar más. El enemigo se acercaba y, la maldita lluvia, de nuevo.
—¡Arqueros! ¡Preparaos! —Los arcos se tensaron—. ¡Lanceros! ¡No dejéis que se acerquen! —Apolonio subió a su fiel caballo—. ¡Caballería! ¡A mi orden, atacad!
En la lejanía un numeroso grupo de Celtas se reunía en lo alto de una loma, con Cyaram a la cabeza. El gigante lo parecía más encima de su carruaje tirado por dos caballos, que iban adornados con las cabezas decapitadas de sus víctimas, para asustar a los Romanos y como ofrenda a su diosa, Tuatha De Danann. Junto a él, Otra diosa a ojos de todos, Dior. Su melena roja la confería un aspecto más fiero. Ambos llevaban lanzas y espadas. Cyaram se sujetaba atado a un poste, cosa que no veían, porque lo tapaban sus ropajes, En realidad estaría muerto antes si quiera de entrar en batalla, pero ningún soldado Celta lo sabía. No querían que el desánimo les hiciera abandonar, tan sólo los más cercanos a él eran conscientes de ello.
Tras ellos, muy cerca se encontraban: Eòghan, Maol, Cromwell y Crewe, montados en sus caballos y, algo que los Romanos no veían ni esperaban, una veintena de perros esperando ser soltados.
Cyaram levantó, en un último esfuerzo, su lanza y gritó:
—¡Soldados! ¡Ha llegado el momento de recuperar lo que nos pertenece! ¡Muchos no llegaremos a ver un nuevo amanecer en estas tierras! ¡Pero, Ávalon nos espera al otro lado!
Todos gritaron y la carrera comenzó.
Los arqueros Romanos se posicionaron en los laterales y los lanceros en cabeza. Apolonio, alzó su espada.
—¡Arqueros! ¡Esperad a que estén en posición! —Estaban tensos, los gritos de los salvajes asustaban hasta al más fiero de ellos y los lanceros temblaban en la posición de una rodilla en tierra—. ¡Lanceros, no temáis! ¡Son mortales, como nosotros! ¡Los dioses están de nuestra parte! ¡Roma os recompensará, a vosotros y a vuestras familias!
Cyaram y los cinco fieros soldados galopaban en cabeza hacia el enemigo, los romanos esperaban el ataque. La legión era superior en número, pero una pelea, una batalla o na guerra no la gana sólo el más fuerte o el más numeroso, sino quien tiene más seguridad o más motivo y ganas por lo que pelear, y Apolonio y Cyaram lo sabían.
De pronto, cuando los Romanos estaban ya esperando el choque, los Celtas se dispersaron, provocando una pequeña confusión en las tropas Romanas.
—¡Legionarios! —Gritó Apolonio— ¡Mantened vuestra posición! —Pero era difícil mantenerla cuando no ves el ataque ni por dónde se producirá, y el que menos esperaban fue el de los cánidos, estos atacaron, tal y como les habían enseñado, rodearon a todos y atacaron a los que formaban en la retaguardia. La formación se rompió, en cuanto los que estaban siendo atacados comenzaron a correr. La caballería Celta rompió el frente de lanceros, muchos perecieron en la confrontación, lanzas y flechas se clavaban sin piedad. Los arqueros desde las alas izquierda y derecha lanzaban sus saetas. Caballos pisando cuerpos, carruajes insertando sin piedad lanzas y espadas.
Mientras la lluvia hacía casi imposible el avance y la carga Celta comenzaba a perder efectividad, pero ya se había roto el frente de escudos y la lucha se igualaba.
Los gritos de unos hombres dispuestos a morir por su tierra, junto con sus cuerpos desnudos adornados con pinturas de guerra, asustaba a su enemigo.
Apolonio, desde su montura, lanzaba estocadas. Al caballo, le costaba cada vez más avanzar, se bajó y peleó como un soldado más y es cuando vio a Cyaram, desde su carruaje lo observaba.
—¡Baja de ahí! —Le gritó—. Pelea contra mí como un hombre.
Dior saltó y se dispuso a enfrentarse a Apolonio.
—¡¿Dejas que una mujer haga el trabajo por ti?! —Cyaram no contestaba. No entendía lo que le decía, pero tampoco podía contestar, ya no le quedaban fuerzas.
La mujer Celta sí entendía y le enseñó los dientes gruñendo.
—¡¿Tienes miedo qué te mate una mujer?! —Mientras avanzaba mataba a dos soldados que se defendían de los perros.
Apolonio corrió hacia ella y la lanza de Dior salió disparada, éste la esquivó, sin darse cuenta de que no era más que una distracción, el verdadero ataque llegaba con su escudo. Le empujó y éste cayó al barro. Dior saltó con su espada por delante. Apolonio rodó, pero con el barro fue lento y la espada rajó su brazo izquierdo. Dior volvió a gritar levantando la espada y golpeando de nuevo. Apolonio paró el ataque mientras se reincorporaba y el pie de Dior golpeó con fuerza en su pecho, volvió a caer en el barro y fue lo último que vio. El fiel perro de Dior clavó sus colmillos en su cuello.
Cromwell, que había visto todo, corrió hacia el cuerpo sin vida de Apolonio. Lo sujetó y de un tajo le cortó la cabeza. La levantó gritando.
—¡¡¡MUERTE Y VICTORIA!!!
Los Romanos asustados comenzaron a correr hacia el castro, pero el resto de Celtas esperaban en la retaguardia.
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