cyaram Mèin. El soldado sin alma. VII




Los soldados romanos temían a "los salvajes", así llamaban a los clanes Celtas, pero ellos así mismos se denominaban por el nombre de donde procedían. Los últimos clanes que aún quedaban eran los "Astures". éstos eran mucho más altos que los Romanos y cuando entraban en batalla lo hacían semidesnudos, gritando como posesos y pintándose el cuerpo y la cara. Blandían sus espadas por encima de sus cabezas. Mientras que los Romanos eran disciplinados y bien preparados para el combate en grupo. Una máquina perfecta para la guerra, pero para lo que no estaban preparados era para las guerrillas, y en eso los Astures eran especialistas.
No tenían adónde ir. Habían perdido todas las tierras y todos los caminos y montes estaban rodeados por legiones de Roma. Los Romanos estaban ganando la guerra contra los Celtas, tan sólo un pequeño grupo sobrevivía en el norte de España y Julio Cesar montó un campamento de legionarios en lo que hoy se denomina León, precisamente por ese motivo.
—Mi Dux —un soldado se postraba ante general Apolonio—. Hemos tenido un contratiempo. Los Celtas nos han atacado mientras dormíamos y han causado grandes bajas.
—Cuántos, soldado
—Más de ciento cincuenta, mi general, y entre ellos, Adrio Macri
—¿Es grave?
—Me temo que sí, Mi Dux. Lo hemos trasladado hasta aquí para que pueda verlo el médico, pero nos tememos que no pueda hacer nada.
—Id con él y luego llevaros a unos cuantos Foederati (Celtas que trabajaban a las órdenes del ejército Romano), para que sean ellos los primeros en morir contra esos bastardos.
—Sí, mi Dux.
Adrio moriría dos días más tarde, entre terribles dolores, afectado por las fiebres y pidiendo la muerte.
Esa misma noche un pequeño grupo de Foederatis salieron en busca del campamento Pretoriano, pero no llegarían a él.
Mientras corrían, una guerrilla Celta salió a su encuentro. Las flechas volaron matando a los soldados Romanos que los llevaban. No les dio tiempo a reaccionar.
—¡Malditos bastardos! —Maol Gobha había interceptado, por casualidad, mientras acudía a la llamada de las armas, al grupo de soldados—. ¿Adónde os dirigís? —Los Foederatis no decían nada—. Sabéis que vais a morir, pero prometo ser rápido si me contestáis, sino, también os prometo que os arrastraremos y mataremos muy lentamente, luego os destriparemos y os enterraremos en un hormiguero mientras os alimentamos. ¡Hablad!
—A un campamento en el poblado que hay detrás de esta colina —señalaba uno de ellos.
La muerte les llegó rápida, como había prometido.
Corrieron hacia la loma y vieron las antorchas que iluminaban las carpas.
—No se lo esperarán —dijo Maol—. Vamos a por ellos.
Salieron gritando y alzando sus espadas, pero tras el ataque de Crewe, estaban alerta y no vieron a un grupo de hombres que vigilaban en las inmediaciones. Les llegaron ataques desde todos los frentes.
Cuatro grupos bien formados los rodearon. Se defendieron como pudieron: Maol era un aguerrido soldado y no se dejó asustar, hicieron un corro juntando espalda con espalda, para poder defenderse, y dejaron que los Romanos les atacaran. Golpeaban escudos con fuerza, pero los Romanos iban avanzando sin piedad. Atacando por debajo de este y clavando sus espadas cortas.
 Maol golpeó a un soldado con su pierna y este cayó hacia atrás, tirando a su vez a su compañero, fue lo que le salvó, vio la vía de escape y la aprovechó. Tres Celtas más también lo vieron y escaparon con él, no sin antes matar a varios legionarios.
Maol giró sobre si mismo, al tiempo que se agachaba, cortando a la altura de la rodilla de un Romano; este cayó al suelo, cosa que aprovechó para clavarle su espada en el cuello. Otro iba a su encuentro creyéndole indefenso, pero Maol era un soldado bien adiestrado y ambidiestro, y, con la otra mano lanzó su cuchillo, acertando de pleno, con su escudo se hizo paso y siguió su camino con los otros dos soldados, que también acabaron con la vida de otros dos Romanos.


Mientras…, un grupo de embarcaciones se reunía en la costa. Iban llegando más soldados a la llamada de su Rey, con Eòghan GillEasbuig, a la cabeza de ellas. Un aguerrido soldado llegado de tierras más allá del mar.
Apolonio esperaba noticias de los Pretorianos. Ya llevaban muchos días fuera y no sabía nada sobre ellos, cuando vio llegar a un grupo reducido.
—¿Qué ha sucedido, soldado? —Preguntó a uno de ellos—. Esos salvajes son unos cobardes. Nos atacaron en repetidas ocasiones, ocasionando pequeñas bajas en cada asalto y huyendo, luego, fueron diezmándonos hasta que atacaron con un grupo más numeroso. No tuvimos opción.
—¿Qué pasó?
—Ha llegado un numeroso grupo por mar y por tierra. Se están reuniendo para atacar. Debemos prepararnos, mi Dux.

En el poblado todos los soldados Celtas se iban reuniendo. Había llegado el rumor de que el Rey Cyaram se moría.
Los jefes de cada grupo se habían reunido con Dior y los Druidas, para que les explicara si era cierto.
—Me temo que sí —dijo Dior—. Aún continúa con vida, pero no creo que dure mucho, sus heridas están empeorando. Los Druidas hacen lo que pueden, pero creo que no es suficiente.
En ese momento se abrió la puerta donde Cyaram descansaba, y aparecía andando, ayudado por dos Druidas.
Todos aplaudieron y levantaron sus espadas.
—Me temo, amigos, que no podré izar la espada con vosotros, pero acudiré a mi última batalla junto a mis hombres. No les puedo fallar. Dispongo de un carro de combate. Este es mi plan. Acercaos —dijo Cyaram.

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