una noche más.
Sonó la alarma de la esclusa de entrada al almacén. Era muchas las ocasiones en las que aparecía en el gestor que alguna puerta no estaba bien cerrada. Felipe, se acercó, con su característico paso desgarbado, sin ganas y con la seguridad de que alguien, seguramente del departamento de ventas, se había marchado sin cerciorarse de dejar la puerta bien cerrada.
Pulsó el interruptor de la luz, pero nada sucedió. Cogió la linterna que llevaba colgando del cinto a forma de defensa, no había mejor defensa que una buena linterna de hierro, grande y pesada. Eran muchos años los que llevaba en el turno nocturno,lo prefería, pues ya estaba muy mayor y no tenía ni ganas ni paciencia para tener que discutir con nadie, y en ese turno estaba solo, como solo estaba en casa, en pocos días se jubilaría, y no hacía más que darle vueltas a ese asunto. ¿Que haría luego? Lo había retrasado todo lo que había podido, pero ya no le dejaban hacerlo más.
¿Cuánto tiempo llevaba allí? Ya ni se acordaba. El tiempo es muy engañoso, pero no recordaba nada que no fuera el maldito, y a la vez, bendito, trabajo. Si no fuera por el trabajo su vida se reduciría a una habitación en una sucia pensión, sin nada qué hacer ni a dónde ir
Una tenue y suave luz amarillenta apareció ante él. se había olvidado de cargar la batería de la linterna y ya estaba muy cascada, se jubilaría con él. Le dio unos leves golpecitos y la luz se intensificó.
—Buena chica —dijo a la linterna. Fue hasta el foso para ver si alguna regleta se había caido, pero estaba todo en orden. Se resignó y fue hasta la puerta mal cerrada La abrió y la volvió a cerrar. en ocasiones era sólo eso. Regresó hasta el puesto de control y desactivó el aviso de alarma. El gestor volvió a comunicarle que estaba abierta y la cámara domo se activó. Giró a un lado y otro la cámara y vio la silueta de una persona. Acercó la imagen todo lo que pudo. Estaba tumbado, parecía muerto o desmayado. «El caso es que no le era del todo desconocido». Tenía que llamar a la policía, pero antes se acercaría, podía ser que algún trabajador le hubiera sucedido algo.
Nada, no había nadie. Ya eran muchas noches que le ocurría lo mismo. Estaba cansado de poner quejas a sus superiores sobre ese asunto, pero nunca hacían nada Otra noche más en tensión vigilando esa puerta.
—Buenas noches —dijo el hombre que se acercó hasta el puesto—. Soy el nuevo vigilante de seguridad, que vengo para aprender cómo va el servicio, vengo de parte de Felipe.
El inspector de servicio le abrió la puerta.
—Sí, te esperábamos.
—¿Y qué le ocurrió a Felipe?
—Creemos que se quitó la vida.
—Que cosas, pero si estaba apunto de jubilarse.
Otra noche más sonó la alarma de la esclusa de entrada al almacén. Era muchas las ocasiones en las que aparecía en el gestor que alguna puerta no estaba bien cerrada. Felipe, se acercó, con su característico paso desgarbado…
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