El último regalo.




... La policía había dejado las investigaciones, al menos por ahora y había decidido dar una vuelta por la casa de la playa, o lo que quedara de ella.
El sol aún no había salido y la oscuridad reinaba todavía en la playa y en el rincón donde antes se erguía la casa había surgido un agujero negro. El silencio era total, tan solo roto por las rítmicas olas que rompían contra las rocas y la playa. Se fue acercando, como temiendo que algún ser surgido de la oscuridad la llevara con él. Algo seguía ahí, pensó que quizá los restos de la cabaña. Algo en las sombras la observaba, algo o alguien escudriñaba en su mente.  Rezó porque fuera su hermano, pero él no aparecía. Las sombras se iban alargando y de entre ellas algo surgió: la casa se mantenía en su sitio.
—«¿Por qué la policía le había mentido». —Miró en su mano y las llaves de la casa aparecieron en ella—. «Me estoy volviendo loca. Quizá las cogí sin darme cuenta».
Se fue acercando, no sin miedo. La casa estaba exactamente igual. Entró en ella.
La chimenea estaba encendida. Miró en derredor y en una de las sillas, en un rincón, se hallaba sentada una mujer. La luz del hogar formaba sombras fantasmagóricas, que bailaban al son del crepitar del fuego.
—¿Quién es usted? —La pregunta retumbó en la habitación.
—Te estaba esperando —La mujer dio unas palmaditas en la silla que descansaba a su lado—. Ven, siéntate, Esperanza.
Estuvo a punto de preguntar cómo sabía su nombre, pero a esa alturas ya nada le extrañaba.
Se sentó mirando hacia la mar, igual que hacía la mujer.
—¿No es precioso? —señalaba la mujer hacia el agua—. Venía aquí cada mañana e imaginaba largas conversaciones contigo. —Esperanza puso las manos en la boca para no gritar.
—Pero… Creí que estabas muerta.
—He imaginado tantas tardes de lectura contigo. Tenía tantas expectativas. Fue lo que peor llevé. Mientras caía, en lo único que pensaba era en ti. No sabía qué sería de ti, con quién te educarías. No te iba a ver crecer. No podría contarte esos cuentos que a mí me contaron.
—¿Por qué no me dijiste que seguías viva? ¿Por qué no viniste a verme? Soñaba cada día con ello.
—Te esperaba. Ya te lo he dicho. Lo que ocurría es que tú no estabas preparada.
—Te idolatré, y te odié por dejarnos solos.
—Cuanto lo siento, cariño, pero nunca te dejé. Estuve contigo en todo momento. Vi cómo surgió el amor en tu vida y como de un plumazo tu padre te lo arrebató todo. Sí, tu padre nos lo quitó todo, pero nunca podrá arrebatarme todo este amor. —Las lágrimas afloraron de los ojos de Esperanza cuando comprendió lo que estaba viendo—. Sí, cariño, es un regalo de esta casa y de un buen amigo. El último regalo. Ya no podré regresar, pero quiero que te quedes con ello. Te amo, mi vida, y recuerda: que siempre estaré aquí, a tu lado.
La imagen fue desapareciendo a medida que el sol alumbraba los restos de la casa que se esparcían por la playa. Esperanza despertaba en ese momento.
Miró sus manos y las llaves habían sido sustituidas por el libro de poemas, envuelto en ceniza. En él estaban escritas sus últimas palabras.
La luna se despedía al tiempo que amanecía. Cerró el libro y entre sus hojas le atrapó, liberando su alma, su corazón ya no tenía prisa, y ya no sabía si lo soñó. Olía a tierra y a vida, a sabia y a sol en la tierra que daba cobijo a ese cuerpo. Fue una explosión de colores, de aromas formando un nudo en su boca. Olores que se esparcían por su nariz. Hasta hubiera jurado que lo podía tocar. Surgió desde muy adentro como un haz de luz, se expandió hasta quedar flotando junto a ella.
Se dejó llevar, dejó que la paz se extendiera fuera de ella como tentáculos hasta llegar donde debía llegar...

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