La caza.




Fue como una sensación, tan solo eso, como un parpadeo fue lo que duró la visión. Algo o alguien había pasado corriendo junto a él. Lo vio por el rabillo del ojo, pero estaba seguro. Los perros ladraron y tiraron de él.
Corrió hasta llegar al claro, donde una piedra con forma imposible se alzaba milagrosamente. Una roca horadada por el paso del tiempo, del viento y la lluvia. Lejos, entre la maleza que oscurecía el espeso bosque, un ser vigilaba. Sujetó el rifle con seguridad y apuntó. La figura se movió rápido y desapareció. Corrió hasta el lugar, no lo podía dejar escapar: llevaba tiempo intentando cazarlo, esa era su oportunidad.
Las huellas dejadas por su presa estaban claras gracias a la lluvia caída días antes la tierra estaba mojada, era como una esponja. Los perros olisqueaban a la presa, no estaba lejos y ellos la encontrarían; los soltó y estos estallaron en ladridos, anunciando su llegada. Héctor corrió todo lo que pudo, estaba bien entrenado, pero la presa y los cánidos corrían mucho más. La subida era empinada. Hector escuchaba como sus perros ladraban cada vez más lejos, hasta que dejó de oírlos. Al llegar a la cima resbaló y se quedó colgando del precipicio: bajo sus pies un gran cañón, con una caída que era mortal. Una cascada a su izquierda salpicaba todo a su alrededor. Llamó a sus fieles perros, pero ninguno acudió. Las manos se resbalaban y sus pies apenas tocaban con las puntas un saliente. Llevaba mucho peso. Soltó el rifle y el chaleco e intentó una dominada; lo había hecho en multitud de ocasiones, pero ahora era distinto, estaba agotado y le fallaban las fuerzas.
De pronto alguien le sujetaba, una mano amiga. Se dejó ayudar.
—Gracias, amigo —consiguió decir entre jadeo y jadeo. Tumbado en el suelo miró hacia su salvador. Se incorporó y lo vio ahí, era él, al que perseguía—, pero…, ¿por qué me has salvado?
Su salvador le miró ladeando la cabeza, igual que un perro mira a su dueño cuando no comprende algo. Acto seguido enseñó sus dientes sonriendo.
—No te he salvado, me he asegurado la comida.
El ser que surgió desde el interior del hombre se parecía mucho a un lobo. Lo último que vio Héctor fueron sus fauces.

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