Instinto de predatora.




La luz del ocaso se filtraba a través de la persiana y las sombras de la pareja cobraban vida.
En el viejo tocadiscos sonaban las últimas notas de «In the Shadow of the moon» con la inconfundible voz de Frank Sinatra, mientras sus manos se entrelazaban como si fueran una sola. La mano derecha de él apenas sí sujetaba su cintura, deslizándola, casi sin tocarla, hasta llegar donde comenzaban las curvas de su cuerpo de mujer. Ella se dejo llevar, cerró los ojos y en el momento en que sus labios se rozaban comenzaba a sonar «My way». El aroma a su perfume predilecto le llegó, apenas perceptible, eso a él le encantaba y ella lo sabía.
La luz del sol se desplazaba por la pared, pronto la única luz que entraría sería la de las amarillentas farolas y los pocos vehículos que circulaban por esa calle. Se dejaron llevar por la música y esa sensación que llevaban tanto tiempo reprimiendo. Ninguno quería estropear el momento hablando, sobraban las palabras, solo querían sentir ese tacto de sus pieles. Sus labios daban la sensación de que jamás se separarían.
Pero como todo cuento llega el final. La noche era ahora la reina y ambos sabían que ya no había marcha atrás.
Los pechos de la mujer eran el siguiente destino de las manos masculinas.
—No sigas, por favor, ambos sabemos cómo va a terminar esto.
—Lo sé, pero…, solo soñaba, aún tenía la esperanza. Lo siento, ha llegado la hora. Me están esperando y si no les doy ninguna señal, aparecerán.
—Aún hay esperanza, si tú quisieras
Los acordes de la guitarra de B. B. King, sonaba al ritmo de «Ain´t nobody home» mientras se escuchaban los pasos de alguien corriendo por las escaleras.
—Adiós, mi vida —le susurró al oído mientras le besaba en el cuello.
Él se dio cuenta demasiado tarde y cuando quiso reaccionar sus colmillos ya le habían perforado el cuello. La sangre fluyó con rapidez hacia su boca mientras le arrebataba su pistola y cuando la puerta se abrió dos certeros tiros salieron del arma. No hubo respuesta. Tan solo una pregunta de él.
—¿Por qué? —vivió el tiempo suficiente para escuchar la respuesta y el comienzo de «Black magic woman», tocada por Carlos Santana.
—Lo siento, mi vida, es mi instinto de predadora.

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