Sal, un beso y otra historia de amor

Paseando bajo la atenta mirada de la menguante luna, una luz suave de plata, una brisa de mar que refrescaba la madrugada, el dulce sonido de las olas al romper en la playa, y la vista de esa bella mujer, que parecía flotar más que andar sobre los rayos de la luna, la espalda tatuada con suaves líneas que recordaban a los jardines “Zen” y los movimientos sensuales de sus caderas balanceando el aire a cada paso, giró su cabeza y me sonrió, como advirtiéndome que sabía que la estaba observando. No sé si fueron las sombras de la noche, las copas de vino de un día complicado, el sueño que arrastraba, o tal vez todo, pero me atreví a ir tras ella.


Seguí sus pasos tras la arena, fui alcanzándola sin que ella hiciera un solo gesto de que no quisiera que la siguiera. Cuando llegué a su altura miraba el mar.
-¿Sabes? – Me dijo – A pesar de haber nacido en la mar, no puedo estar un solo día sin verla, creo que moriría si me apartaran de su vista.
Giró hasta quedar frente al agua, alzó los brazos en cruz y dejó que el aire entrara en sus pulmones, inspiró con fuerza cerrando los ojos y me dijo:
-Déjate llevar por su fragancia y sé mar.-
La imité, me dejé transportar por su sonido, su olor y su sabor perdiendo la consciencia del tiempo y el espacio, cuando abrí los ojos ella me observaba sonriendo.
-Tú también estás enamorado de ella.- La miraba sorprendido, sin saberlo me había enamorado de la mar y de esa mujer.
No sé porqué, pero no me lo pensé, la cogí de la mano y ella me sonrió, y corrimos juntos hacia el agua y nos sumergimos en ella, reímos como niños y nos besamos. Sus labios eran suaves y mezclados con la sal, me transportó al paraíso. Hicimos el amor o eso creo, porque cuando desperté un grupo de gente se arremolinaba a mi alrededor y el que me besaba era un socorrista haciéndome la reanimación cardiopulmonar.

-Señor, ¿Se encuentra bien? Menudo susto,por un momento se nos ha ido.

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