UN CAFÉ, UNA SONRISA Y UNA HISTORIA DE AMOR


Ocurrió un tarde de invierno, fría y húmeda, mientras paseaba me refugié en una cafetería. Llovía como si el mundo se fuera a acabar. Protegido tras sus cristales, me quedé fijándome en la vida que corría frente a mis ojos. Hasta ese día no me había percatado de lo poco iluminada que estaba la calle. La gente corría de un lado al otro.
La camarera me interrumpió al traerme el café.
—Perdone, señor, su café. Cortado, muy caliente y con dos azucarillos. Como a usted le gusta.
—"¿Cómo a usted le gusta?"— Pensé, mientras le daba las gracias con una sonrisa. La verdad es que nunca me había fijado en ella. No es que fuera una gran belleza, pero tenía esa sonrisa que enamora a quien la mira y unos ojos capaz de hipnotizar a cualquier alma solitaria como yo lo era en ese momento.
Mientras la camarera se alejaba, Me fijé en ella, tenía esa gracia al andar, con ese movimiento de caderas que parece romper el aire a cada paso. Ella se giró y me pilló mirándola. Me sonrió (Tierra trágame) y continuó su camino. No quise molestarla, ni que pensara que era un pervertido, así que continué mirando a la calle viendo pasar a la gente, imaginando mil y una historias, imaginando sus vidas, imaginando parejas de novios, matrimonios, amantes casuales, amantes virtuales, amantes antiguos y amantes esposos. Cuando una figura se cruzó en mi camino; era ella, la camarera, la que me había enamorado, se había parado entre mis ojos y un trío de ¿Amigos, novios, amantes? ¿O todo a la vez?
Esperaba a alguien. Pasados cinco minutos, ella cogió el móvil, llamó a alguien, pero parecía que no había nadie al otro lado de la linea. Se giró parecía enfadada. Me vio, se cruzaron nuestra miradas y ella pasó del enfado a enseñarme la mejor de sus sonrisas. Guardó el teléfono y me saludó. Se giró evitando mirarme. Respiré varias veces seguidas y salí a la calle dispuesto a comerme el mundo."Venga, el no ya lo tienes".
Corrí hacia ella.

—parece que va a llover durante toda la noche, y siento ser cotilla, pero me da la impresión de que a la persona que esperabas no va a llegar. Si quieres te puedo acompañar. No tengo prisa y nadie me espera —le dije, mientras le ponía el brazo para que se agarrara a él.
—¡Gracias! Eres todo un caballero, no como alguien al que yo conozco —me dijo la camarera enseñando sus blancos dientes—. Será un placer.
Me sentía en el paraíso, acompañado de tal belleza, no había nada en el mundo con lo que yo no pudiera, me sentía un hombre importante al que la suerte ha sonreído.
—¿Adónde vamos?
—Sorpréndeme.

Lastima que las historias bonitas duren tan poco. Él, apareció, en su corcel negro de cuatro ruedas. Ella corrió a su lado, se abrazaron, se besaron y desaparecieron.
Yo, continuo aquí dentro de la cafetería saboreando mi cortado e imaginando historias a través de los cristales.

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