Como siempre.




Al despertar abrió la ventana, como siempre; se estiró al ponerse de pie, como siempre y saludó a la mañana, que venía algo triste, no como era habitual, últimamente, pues el sol hoy se negaba a salir, no es que fuera a llover, sino que la niebla se había instalado en los montes, tapaba su luz y parecía que sería así durante todo el día.
Echó un vistazo por la ventana, como siempre, y algo había cambiado, una vieja bicicleta estaba estacionada apoyada en la pared de su casa. No es que le molestara, es que desconocía quién sería su dueño, pues nunca la había visto y eso le ponía nervioso: todo estaba bien si nada cambiaba, le gustaba que todo estuviera como siempre.
Quién en su sano juicio andaría con tal artilugio tan anticuado, el pueblo estaba completamente empedrado y tratar de mantenerse en equilibrio en una bicicleta era tarea complicada.
Decidió desayunar, un café con leche en su taza de siempre y seis galletas María dorada, como siempre, pero esta vez se apresuró, pues su cabeza daba vueltas a la bicicleta y eso de darse prisa le enfureció, pues ya no podría leer a gusto el periódico, como siempre.
Preparó la comida mientras escuchaba la radio, como siempre, solo que no fue capaz de saber qué decían, pues su cabeza estaba en esa bicicleta.
Se vistió, se puso su chandal para salir a pasear, como siempre, pero se paró junto a la bicicleta. Miró alrededor. No había nadie y la tanteó, era más ligera de lo que parecía. La gente pasaba junto a él y le saludaban, como siempre, y le preguntaban por la bicicleta, nadie sabía de quién era.
Decidió llevarla al cuartelillo, no podría estar ni un día más con esa incertidumbre, tampoco podría ir a dar su paseo matutino.
Pensó que tampoco pasaría nada si iba hasta el cuartelillo montado en ella que estaba en las afueras del pueblo. Se subió al pasar las calles empedradas. Tras varios minutos una sonrisa se dibujó en su cara, ya había olvidado lo que era sentir el viento en la cara. 
Se olvidó de su paseo matutino, se olvidó de ir a comer a la hora de siempre, se olvido de su siesta de siempre y se olvidó de ir al cuartelillo, y nadie vino a buscarla y la gente se olvidó de que Marcelino nunca había tenido bicicleta y con el tiempo la gente se olvidó de Marcelino y de que un día se marchó cuando dejó de hacer lo de siempre.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El mundo a mis pies.

Soy yo.

Las cloacas del mundo.