El viejo tren.




El tren se había detenido. Tenía que haber pasado hacía ya un buen rato, y en la estación, el Avelino no sabía qué hacer. Hacía ya mucho que lo había escuchado llegar, pero algo había sucedido.
La noche estaba oscura y le habían dejado a él al cargo de la estación, apenas llegaban trenes y menos viajeros.
Cogió el candil y lo prendió. Su luz apenas servía para nada, era más para que le vieran a él. Bajó a los vías y comenzó a caminar. La luna se había negado a salir y los mosquitos y demás insectos se arremolinaban a su alrededor. El calor era intenso y la oscuridad era tan densa que uno podía llegar a palparla. El sonido del vapor se escuchaba en la distancia, como un viejo fumador al que le cuesta respirar. Un buho anunció su llegada y el resto de habitantes de la noche parecían responder. Movió la farola como si se tratara de un péndulo, para llamar la atención del maquinista, por si la veía, pero no recibió ninguna señal.
A lo lejos una masa negra estaba detenida como si fuera un mastodonte de hierro. Ahora el silencio solo era roto por los grillos y sus pies al hacer crujir las piedras.
Se acercó. No comprendía qué sucedía. No había señal de vida cerca. Subió a la máquina y estaba vacía. Una máquina limpia, parecía no haberse usado nunca.
Siguió el camino hacia los vagones. Nadie, no había nadie, como si nunca se hubiera usado.
—¿Sería ese el tren fantasma del que todos hablaban? —se preguntaba.
Él nunca lo había visto y eso que ya había traspasado hace mucho la edad de su jubilación. Regresó sobre sus pasos y entró de nuevo en la cabina. Era su sueño. Desde niño siempre soñó con ser maquinista, pero nunca lo logró, y ahora menos. Ya estaba viejo.
Era su oportunidad. Llevaba toda una vida estudiando y sabía cómo funcionaba. Lo puso en marcha. Reía, estaba contento. Tiró de la palanca del silbato un par de veces. Estaba igual que un niño. El Tren comenzó su avance y él reía, nunca había sido tan feliz. Pasó por la estación y vio a un joven vestido igual que él. Se preguntó quién era, y si ya lo habían sustituido. No le importó, siguió su marcha…
En la estación las ambulancias se llevaban el cuerpo de Avelino. Su viejo corazón se había detenido.

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