Injusto.




… Y ahí está, frente a él, mirando con eso ojos verdes que le vuelven loco, la negra melena le cae sobre los hombros efectuando un remolino a ambos lados, izándose y cayendo en picado sobre sus pequeños pechos. Sonríe, pero Ibai reconoce una sonrisa forzada cuando la ve. Sus manos, blancas y suaves descansan ahora sobre las suyas y percibe su cálido tacto.
Carlos le mira un poco distante, en realidad está pensando que no pinta nada en ese lugar.
—Qué pasa, tío —se atreve a decir, como si fueran amigos.
—Ya ves, tío —ironiza Ibai—. Pasaba por aquí. ¡No te jode!
—¡Vale! ¡Ya está!, lo he intentado, Marta, me piro, no pinto nada aquí.
Marta le sujeta por la muñeca.
—Creo que ya es hora de que dejéis de comportaros como niños, ¿No os parece?
—¿Cómo niños, dices? Quién crees que me ha hecho esto —dice Ibai.
Marta mira a Carlos intentando ver en su cara un gesto que le asegure que él no ha sido.
—¿Crees qué he sido yo? Si hubiera sido yo ahora no estarías hablando conmigo. Serías alimento para las ratas.
—Y encima tengo que aguantar esto. Da gracias que no pueda levantarme.
—No te preocupes. Te esperaré.
—¡Vale a los dos! Él no ha sido, Ibai, te lo puedo asegurar. Le conozco y sé que no miente.
—Pues lo mandaría hacer. Es así de cobarde.
Carlos tira hacia arriba de su brazo para soltarse del agarre de Marta.
—Te espero fuera, Marta. —Va hablando solo mientras se marcha sin mirar hacia atrás.
—No quería venir, pero lo ha hecho por mí. Es injusto, Ibai.
Ibai piensa que ese no es el significado de la palabra injusto. Injusto es que esté de nuevo con él; injusto es que no pueda besarla, tocarla, decirla que siente todo esto que ha sucedido, que la ama; sí, la ama. Ha comprendido que la echa de menos; echa de menos su risa, su mirada sincera; echa de menos cuando ella le agarra del brazo y caminan juntos; echa de menos ese tacto que le tranquiliza, esa música que es su voz junto al oído, las tardes sentados en el portal, la luz del sol rozando su pelo, la lluvia empapando su pecho; echa de menos todo de ella, pero no puede decírselo. Ya nada es justo.
—Lo siento, Marta, pero estoy cansado. Ahora solo quiero dormir.
—De acuerdo. Si eso es lo que quieres.
Se va y nada le dice, aunque quiera decirle que no es eso lo que quería.
La tarde se le antoja triste, igual que esas tardes de otoño, cuando era niño…

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