El olvido.
Quedó impregnado el aroma en mi piel, era el único recuerdo que se adhirió en mí. Los recuerdos llegan cuando el olvido se hace fuerte, cuando lo último en lo que piensas es en una imagen, un aroma, una despedida. Surgen entonces esos abrazos que nos apartaron del camino, que crearon una sombra, una espera que se convirtió en esperanza, como la espada del destino. Esperando un adiós que nunca llega, recordando el frío que guardas tras las flores secas.
Y aquí me encuentro devolviendo al camino los pasos que nunca di. Las hojas secas de aquel otoño se acumulan en mis zapatos. Recojo los trozos rotos y los elevo al aire. Sujeto la mirada hacia el horizonte, que se pierde entre las murallas del pueblo en el que nací.
Ya no reconozco las paredes que me impedían salir, ya no saben los árboles las historias que contaron de mí, ya la gente de aquellas edades miran al suelo que les reclama el tiempo vivido.
Yo que viví en estos campos, que decidí no morir en esta mazmorra de libertad, que juré no regresar hasta que la última piedra hecha de falacias y miradas acusatorias cayeran en el olvido. Hoy regreso para poder mirar a la cara a esas mentiras que causaron la muerte de mi alma herida.
Y ahora que soy más fuerte que el odio, ahora que miro a la cara desde la altura de mi cuerpo erguido; ahora que ya no aparto la mirada de los que me odiaron; ahora es cuando veo que he vivido engañado por ese odio que en mi corazón he guardado, y esos recuerdos se quedaron varados en algún lugar y momento del pasado, y ya nadie recuerda lo que me hicieron ni siquiera quién soy.
Es ese olvido el que me recuerda que no somos eternos, que nada dura para siempre, que nos hacen daño si en nuestro corazón guardamos las semillas de ese odio, que lentamente nos va consumiendo.
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